La tía Magda
Ya les había contado el caso de mi tía Elvia, quien “consoló” a Saúl, mi marido, cuando él y yo nos separamos porque ya no íbamos a divorciar y en el relato mencioné a mi tía Magda, quien también fue al departamento que mi esposo a lo mismo. Aquí está lo que pasó entre los dos..
A los pocos días que publiqué el citado relato, recibí un correo de una lectora señalando que me faltaba publicar cómo se dio lo de mi tía Magda, pues mencioné que ya lo tenía escrito. También me lo contó el tío Carlos al día siguiente, en la reunión dominical de la familia.
–Quiero pedirte perdón por lo de anoche –le dije a mi tío Carlos cuando estábamos sentados en una banca bajo la sombra de un árbol mientras veíamos cómo asaban la carne mi esposo, mi padre y el tío–, pero yo estaba alterada.
–No te preocupes, m’hija, sé lo que se siente, tanto tú como tu marido, principalmente él con lo que tú le haces –explicó y tomó un poco más de su trago, pero se levantó para servirme uno a mí.
–Gracias –le dije–, pero ya no quisiste platicar más y me quedé con la duda de otra persona más.
–No sé a quién te refieras. Yo sólo sé lo que me cuenta Elvia –aclaró para no meterse en problemas.
–¿Mi tía te contó que también tu hermana Magda fue al departamento de Saúl? –pregunté y arqueó las cejas, al tiempo que esbozaba una sonrisa–. Cuéntamelo, te prometo no enojarme –dije melosamente y le acaricié la mano.
–Sí, ya sabes que ellas son uña y carne, se cuentan todo, y Elvia me cuenta esas andanzas para excitarme cuando quiere hacer el amor conmigo –advirtió–. Yo no lo cuento, pero en este caso tú eres la afectada ¿crees que lo soportarás?
–Sí, te prometo no enojarme contigo –aseguré–. Cuéntame.
–¿Tampoco le reclamarás a Saúl? –insistió.
–¡Uf! Eso no te lo puedo asegurar, pero no te preocupes pues él me mantiene a raya porque yo le he hecho cosas peores.
–¿Además de Roberto y Eduardo? –preguntó sorprendido pues lo de ellos dos lo saben todos, y yo bajé la cabeza para no verle a los ojos y asentí –. Elvia le cuenta todo a Magda, pero Magda se puso a imitarla en su conducta cuando se enteró que mi cuñado Pancho la engañaba, incluso supo que tenía hijos con otras y ella decidió pagarle con la misma moneda. Al menos uno de los hijos de Magda no es de Pancho.
–¿Quién? –pregunté, pensando en que debe ser el segundo, como en mi caso.
–Sólo sé que al menos uno, pero no me importa quién o quiénes, todos son mis sobrinos, son hijos de mi hermana –precisó, pero luego dudó–, …aunque quizá uno no lo sea –remató, moviendo circularmente el líquido de su trago en el vaso y su mirada se perdió en el fondo de la bebida.
–¿A qué te refieres?, si todos son hijos de mi tía Magda –afirmé, pero caí en cuenta que “quizá uno no sea su sobrino” porque podría ser hijo suyo.
–No, nada que tenga que ver con este asunto. Te advierto que lo que me cuenta Elvia es para excitarme, pero cuando ella siente el calor de la eyaculación en su interior, ya casi no cuenta más –me advirtió.
En ese momento, me planteé como objetivo “sacarle la sopa” a mi Tía Magda. No sólo para completar esta historia, sino también para saber de ese hijo de ella que no era sobrino del tío Carlos.
–Cuando Elvia le platicó a Magda cómo gozó con Saúl, hasta el grado de perder el sentido al no soportar tantos orgasmos seguidos, le sugirió a Magda que lo probara –dijo mi tío continuando su relato.
“¡Nunca había sentido tanto placer!”, le aseguró Elvia con los ojos entornados y acariciándose la pepa al recordarlo, me dijo el tío y yo me contuve, pues precisamente en esa parte me enojé la noche anterior cuando lo contaba. “Debes ir a consolarlo también, te conviene…”, sugirió Elvia. “Sí, tienes razón, pobrecito Saúl, se ve muy triste”, contestó Magda. Tita recordó que a pesar que fácilmente le llevan más de 15 años, en su cara y en su piel se ven tan lozanas como ella. Lo único que delata la edad es lo “jamoncitas” del cuerpo, el cual causa deseos lúbricos en los hombres de todas las edades.
Magda no esperó mucho, a la noche siguiente de esa plática fue a visitar a Saúl, vestida apropiadamente para calentarlo, pero con un abrigo semilargo para no llamar la atención de otros. Al llegar, apenas estuvo en la sala de Saúl, se quitó el abrigo y el rostro de lujuria de Saúl dejaba claro qué quería Magda.
Sus tetazas casi se salían del escote, al menos se miraba una pequeña parte de las amplias aureolas. Sin ropa interior y el vestido liso, muy pegado, seguía la redondez de las nalgas, incluso sugiriendo los pliegues de la incipiente celulitis, y tan corto que al sentarse se vieron las puntas de algunos pelos de la panocha, provocándole a Saúl la inmediata erección del pene.
–¿Te gusto…? –preguntó Magda, cruzando las piernas.
–Siempre me has gustado… –contestó Saúl acariciándole los muslos, encaminando la mano hacia el sexo.
–Vine porque me lo recomendó mi cuñada, me dijo que era importante levantarte el ánimo –insistió apretándole el crecido garrote– …y sí, se te levanta bien.
Se pusieron de pie y comenzaron a besarse frenéticamente. Saúl desvistió a Magda sacándole el vestido hacia arriba y ella, a tirones, desvistió también a Saúl. Él la llevó cargada a la recámara y la depositó en la cama. Con su boca y manos, hizo una fiesta en las chiches de la señora, quien sólo ponía los ojos en blanco y acariciaba el pelo del mamón. Unos minutos después, Saúl la giró dejándola boca abajo. La fiesta ahora fue en las nalgas: besos, lamidas, apretones, palmadas muy sonoras y caricias con todo el frente de Saúl, quien por último quedó acostado sobre ella, besándole la parte posterior de las orejas y la nuca.
Magda, con una calentura muy elevada en ese momento, se fue acomodando el pene entre las nalgas que ella abría con las manos. Sintió el culo mojado por el presemen que salía casi a borbotones, levantó un poco las nalgas haciendo que medio glande sintiera el calor del ano. La verga de Saúl empezó a taladrarla poco a poco ayudándose al meter las manos bajo el cuerpo de Magda, tomándola de las tetas. Rápidamente lograron el movimiento mutuo y sincronizado que, en cada golpe de pubis con nalgas, entraba hasta que los huevos golpearon los labios de la panocha.
Ensartados, se acomodaron para dejar a Magda en cuatro y a Saúl de rodillas fornicándola como perro y perra. Los gritos de Magda daban cuenta de lo bien que estaba orgasmeando y dio un grito final cuando sintió en sus tripas el calor de la eyaculación. Se dejó caer en la cama y Saúl quedó otra vez sobre ella, lamiendo en calma lo que podía de los labios y la cara de Magda.
Se separaron cuando el pene se salió de la cálida argolla, dando un leve chasquido.
–¡Puto, es… es la… la mejor enculada… que me han… han dado…! –le espetó la señora boqueando el aire al voltearse boca arriba.
–Es difícil resistirse a unas nalgas como las tuyas, ¡son divinas! –externó Saúl con mucha convicción.
–Eso ya lo tienes ensayado, lo de “nalgas divinas” también se lo dijiste a mi cuñada Elvia –retobó cruzando los brazos para recoger las masas del pecho que escurrían a los costados.
–Las dos tienen el cuerpo con la misma estructura de belleza escultural, por donde quiera que uno las aborde se va al cielo –aseguró Saúl deshaciendo el nudo de los brazos para disfrutar de la caída de las tetas hacia el exterior del costillar y lamió los pezones.
–Voy al bidet. También vienes para limpiarte la verga –ordenó Magda.
Se asearon los escurrimientos de semen con flujo y heces. Él la secó galantemente recorriendo las piernas y recordó que desde los doce años lo atraían, a él y a todos los vecinos que las veían pasar juntas, a Magda y a Elvia, dejando pitos parados a su paso.
Magda fue por su bolso y extrajo varias bolsas con bocadillos que preparó. De inmediato, Saúl extrajo de la nevera un vino espumoso y lo destapó haciendo sonar el clásico “pop”. “Así sonó cuando me lo sacaste”, dijo Magda. “¡Qué lindas nalgas!” contestó Saúl besándolas y pasando varias veces las mejillas en ellas.
–Comamos algo, para aguantar la noche –señaló coqueta y promisoriamente Magda.
–¿A qué hora tienes que irte? –preguntó Saúl.
–Al amanecer o después –dejando perplejo a Saúl, quien había pensado que se trataba de un palo “normal”, de una o dos horas.
–¿Qué dirá tu marido? –preguntó intrigado.
–Nada, él anda en una de sus “casas chicas” –precisó Magda displicente y con una sonrisa forzada.
Comieron, ella sentada en el regazo de él, quien no pocas veces mojó su copa en los pezones para chupar el vino. Magda le daba de comer en la boca y le acariciaba la cara. Más tarde, regresaron a la cama, llevando las copas y la botella de vino. Magda se acostó, pero le pidió a Saúl que se quedara de pie.
–Ahora me toca tomar a mí el vino a chupetones –dijo sumergiendo el flácido pene en su copa.
Saúl sonrió y permaneció de pie. Pronto, Magda tuvo que cambiar de método porque la verga, al erguirse, ya no apuntaba hacia abajo y les tocó el turno a los testículos hasta que terminó el vino de la copa.
–Ahora ven acá, papacito –dijo después de dejar la copa en el buró y abrirse de piernas ofreciendo la viscosa raja brillando en medio del pelambre.
El falo penetró suavemente resbalando entre los lubricados labios interiores. Saúl tomó una teta en cada mano para que le sirvieran de asidero en el vaivén que ya iniciaba y enredo su lengua con la lengua de la dama. El movimiento del mete y saca adquirió más velocidad y los gemidos de Magda pasaron a gritos. “¡Qué cogida! ¡Qué cogida!”, gritaba la señora derramando lagrimas y con una gran sonrisa en la boca. Saúl fue disminuyendo el ritmo para que Magda se calmara.
Ya tranquila, dormitaron un poco. A la hora, ella despertó al sentir la lengua de Saúl en su panocha. Sin abrir los ojos, sonrió y acarició la melena de Saúl; primero tiernamente, pero cuando sintió los chupetones abarcando los labios interiores y el clítoris, le jalaba el cabello y presionaba la cabeza para masturbarse con la cara del puto experto en esas actividades. Saúl tomaba los jugos, que parecían oleadas de calor saliendo a la par de los gemidos y gritos de vocales distintas hasta que Magda calló repentinamente, soltando el cabello de Saúl, quien se dio cuenta que la dama no soportó tanto placer y la dejó dormir.
Más tarde, cuando enfrió la noche, Saúl cubrió a Magda con la sábana y la colcha. El bello rostro de Magda se veía plácido y con la boca semiabierta. Saúl no resistió ponerle el miembro erguido en los labios y con el glande le abrió poco a poco la boca, Magda mamó suavemente, como lo hace un bebé dormido, pero pronto despertó sólo para tomar los huevos y masajear el escroto, y cerró los ojos otra vez. Estaba cansada. Saúl retiró su pene de la boca de Magda y se metió bajo la s cobijas para dormir con esas tetas (tan perecidas a las mías) en la boca. (Aclaro que lo señalado de este párrafo en adelante ya no lo supo mi tío Carlos, pues él se vino cuando la tía Elvia lo cabalgaba para mostrarle, de bulto, como le hizo Magda a Saúl, sino que salió posteriormente con mi tía Magda.)
Al amanecer, Magda despertó con besos a Saúl.
–¡Servicio! –dijo al subirse en Saúl.
Pocas caricias le bastaron para tener en sus manos el falo inhiesto que se enterró completamente. Unos cuántos movimientos para que se humedecieran los sexos y se sentó a cabalgar sin freno. Saúl, quien al principio tenía las manos en las caderas de la matrona con el fin de sentir las nalgas exuberantes, las fue alternando con caricias y apretones a las tetas. Magda estaba feliz de dominar a un toro no mecánico y vinieron los gritos de los orgasmos encadenados, uno tras otro hasta que se cayó sobre el pecho del garañón.
Saúl se envaneció del trabajo que le estaba haciendo a la tía Magda quien jadeaba para recuperar el aire y la energía invertidas en el placer de la cabalgata.
–Eres un puto de larga duración –le dijo a Saúl besándolo–. No sé cómo la puta de Tita te haya cambiado por Roberto o Eduardo.
–Ellos deben tener lo suyo, pues Tita dice que “no todo son besos y cama” –explicó.
–No tengo idea sobre lo otro, Pero a besos y cama… ¡eres lo máximo! Quizá sea una falta de experiencia mía, que no ha sido con muchos, como Elvia, pero ella también quedó impresionada –aseguró.
–Serán ganas de ser puta conocida, ¡ja, ja, ja…!, porque no quiso ser puta discreta con amantes subrepticios o palos eventuales y furtivos –sugirió y Magda se puso seria.
–¿Lo dices por Elvia y por mí? –preguntó directamente.
–No, de ninguna manera, yo no sabía cómo eran ustedes, pero estoy agradecido de saberlo. A mí me gusta mucho coger, pero a ella le gusta que “le hagan el amor” –precisó.
–Pues está loca al dejarte. Coges riquísimo y haces el amor delicioso. ¿Por qué sólo te has venido una vez? ¿Me dejas tomar un poco de tu semen? –Dijo y se colocó en posición de 69
–Te doy lo que quieras Dijo poniéndose a chuparle la pepa
Saúl, quien suele aguantarse sin venir para dejarme satisfecha, y, si por alguna razón le saco algo con la boca, no suelta toda la carga que tiene. Lo mismo hizo con Magda.
–¡Está riquísima! –exclamó eufórica Magda, pero ni ella misma supo si se refería a la leche que le dieron o a la sorbida de labios y clítoris que hace mi esposo–. ¡Ten puto un beso con sabor a ti! –dijo Magda incorporándose para besar a Saúl.
Saúl paladeó su propio semen y le sonrió a mi tía, dándole una nalgada, invitándola a bañarse. Bajo la ducha, se la volvió a coger por el ano y Magda, acostumbrada ya a gritar, lo hizo sin remilgos acusando los orgasmos. Se enjabonaron y limpiaron muy bien, pero aún faltaba la posición que le fascinó a Elvia y la tía Magda no se iba a retirar sin coger así.
–¿Me puedes penetrar cargada? –solicitó dándole un beso y rodeando con sus brazos el cuello de Saúl.
Esa posición me gusta, es la que acostumbrábamos de novios, y también bajo la ducha la primera vez que fuimos a un centro vacacional a coger. Lo he hecho con mis machos, así como con otros más, pero ninguno me ha durado tanto tiempo ni dado tantos orgasmos como Saúl. Otra vez, como lo hice cuando mi tío Carlos me lo contó, refiriéndose a Elvia, ¡me encabroné cuando mi tía me contó esto! Pero en lugar de reclamarle, me solté llorando. Así es el efecto de la mota…
A los pocos minutos, Magda pidió que Saúl parara pues temía perder el sentido y caerse. (Mala suerte, Magda, hubieras ido al cielo, a mí nunca me ha pasado nada cuando me he desmayado en sus brazos.) y Saúl, antes de bajarla, le descargó lo que le quedaba. Mi tía le gritó “¡Ya, puto que me voy a desmayar!”.
–Aún en mi Nirvana, entre caricias y besos, Saúl me envolvió en la toalla para llevarme a la cama donde me secó con la misma toalla. Saqué de mi bolsa la ropa interior, una blusa y una falda para vestirme “como Dios manda” y guardé mi vestido de puta que había confeccionado para esa noche.
Magda se fue a su casa dejando encuerado a mi marido para que descansara. Ubicando la fecha, recuerdo que llegué a verlo después de dejar a los niños en la escuela y me abrió Saúl aún en bata.
–¿Te levanté? –le pregunté.
–No, hace una media hora me bañé y aún no me visto –dijo abriendo la bata para mirarlo. El pene estaba flácido.
Me desplacé hacia la recámara y ésta olía a sexo, lo cual le hice notar. “Me acabo de venir, ya sabes, tengo que ordeñarme frecuentemente, más cuando no te tengo…”, explicó y me comenzó a desvestir.
–Déjame tomar un poco de agua –me dijo y fue a la cocina.
De regreso a la recámara, concluyó con la tarea, y apenas puso su boca en mi pezón, se le comenzó a parar la verga. Me atendió muy bien esa mañana, con la verga inhiesta todo el tiempo, pero se vino hasta que ya me iba a marchar yo. Seguramente fue de los primeros usuarios de viagra y a eso fue a la cocina.
Lo único que me resta, es contar cómo pude abordar a mi tía Magda para que, sin reparos, me contara lo que pasó. Así que la invité a mi casa para emborracharnos con brandy y mariguana. Yo me hice tonta y tomé muy poco y a ella la puse “hasta las manitas”.
–Cuéntame cómo te fue con mi marido cuando cogieron –le pregunté cuando estaba bien pedo, además le ofrecí un carrujo que aceptó con una sonrisa al verlo.
–¿Cuándo? –preguntó– ¡Siempre me va bien! – completó después de prenderle la hierba, dejándome claro que se lo sigue cogiendo–. Pero no te preocupes, Tita, Elvia y yo ya nos cuidamos –¡las dos siguen cogiendo con él! Saúl es muy puto y yo lo orillé a eso cuando le dije “Búscate a alguien que te quiera
–Pregunto por la primera vez que lo fuiste a ver a su departamento –aclaré y prendí mi bacha.
Me contó más o menos lo que dijo mi tío Carlos, pero con más detalle.
–Le pedí que se la jalara para que me echara los mecos en la cara y en las tetas porque nunca me habían hecho así –dijo, pero de inmediato corrigió –No, eso fue en otra ocasión, no en la primera. En la primera vez, se vino primero en mi culo, ¡y bastante! Después un poco en mi boca y le di un beso blanco y su lengua recorrió mis encías de lo caliente que amaneció. Bueno, lo monté cuando despertamos, pero no se vino. Por eso le pedí lechita en mi boca y por último en la regadera, cuando nos bañamos. Resumió.
–Cuéntame los detalles y lo que más te gusta de Saúl –exigí.
–No sé qué ves en los amantes que tienes, pues tu marido satisface plenamente a cualquier mujer, además de tratarlas con galanura y consentirlas en lo que ellas piden.
–¿De cuántas sabes que se coge? –pregunté.
–De primera mano, que me lo han contado, sólo de Elvia. Pero he sabido, por chismes o escuchado en pláticas sin que me vieran, de algunas primas tuyas, incluso Eli, la hija de Elvia, quien salió tan puta como su mamá –dijo y se quedó callada– Chavela, Dina, Paca, tu hermana y nada más. Sé que Toña, mi sobrina, la hija de mi hermano Horacio, le trae ganas, se lo dijo a su mamá, pero ya no supe más…
–Dices que la tía Elvia es muy puta, también su hija. Pero ¿Qué dices de ti? ¿A cuántos te has tirado? –pregunte asaeteándole el orgullo.
–Son pocos, además de mis hermanos Carlos y Horacio. cogemos desde que éramos niños y ahora cuando me siento caliente, porque Pancho anda de puto con alguna de sus otros frentes y tengo ganas, les hablo a alguno de ellos.
–Hace rato dijiste que Elvia y tú ya se cuidaban, ¿te referías al embarazo? –pregunté y ella, dándole una fumada a su hierba sólo movió afirmativamente la cabeza– Y cuando no se cuidaban, ¿te preñó alguien más que no fuera el tío Pancho?
–¡Je, je, je…! No sé, pero seguramente sí, uno de mis amantes y probablemente Carlos –confesó.
–¿Y que dijo el tío Pancho? –pregunté, recordando la reacción de Saúl cuando supusimos que mi segunda hija no fue de él.
–Nada, no lo sabe y sólo lo sospecho yo, pero no lo voy a averiguar. ¡Ni se te ocurra insinuarlo! –me lanzó la amenaza– ¿A ti no te ha pasado? –preguntó, dejándome fría.
–¡No, yo uso DIU! –contesté enérgicamente, mintiendo, pero solté el llanto.
Al final, cuando me contó lo de las sospechas de sus hijos, que no son de Pancho, se hizo bolas y a mí se me revolvieron las cosas porque la mota me puso muy mal. ¡Qué familia tengo! Pero eso sí, para todos yo soy la puta…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!