Las aventuras con mi hijastra Astrid: Entre la inocencia y el deseo
La primera vez que tuve sexo con mi hijastra preadolescente .
Las aventuras con mi hijastra
Astrid: Entre la inocencia y el deseo
La noche había sido un torbellino de emociones, un laberinto de deseo y confusión. Ahora, la luz del sol se filtraba tímidamente a través de las persianas, iluminando la habitación donde yacíamos desnudos, entrelazados en un abrazo silencioso.
Wendy dormía plácidamente, ajena a la tormenta que se desató en mi interior. La noche anterior, la pasión me había arrastrado a un abismo de placer prohibido, pero la resaca emocional amenazaba con ahogarme en un mar de culpa. Al despertar, Wendy me dijo: “Vamos a la cocina a tomar un café”.
El aroma a café recién hecho se mezclaba con el suave perfume de Wendy, quien, aún somnolienta, se acomodó en la mesa. Astrid apareció por el marco de la puerta, radiante como el sol, como si la noche anterior hubiera sido una inyección de energía para ella.
Saboreábamos el café, la conversación fluyó con naturalidad. Wendy, con su entusiasmo habitual, propuso “¿Qué les parece si salimos a almorzar? ¡Yo invito!”. Astrid y yo intercambiamos una mirada cómplice. Habíamos creado un mundo propio, un secreto que nos unía.
Después de prepararnos, nos subimos al coche y nos adentramos en la carretera. Wendy eligió un restaurante con vistas al campo. Mientras disfrutábamos de la comida, me propuso mudarnos juntos. Astrid, con una sonrisa enigmática, me observaba. La decisión me tomó por sorpresa. Podríamos alquilar un lugar más grande y formar una pequeña familia.”
Sin pensarlo dos veces, respondí: “Me parece una idea fantástica. De hecho, tengo una casa un poco más grande que podría ser perfecta para los tres. ¿Qué les parece si la ven?” Astrid me miró con interés y deseo. Creo que a ambas les gustará.
Nos mudamos a mi casa un poco más grande. Al principio, todo era emoción y novedad. Cocinábamos juntos, veíamos películas, y Astrid era más extrovertida y buscaba constantemente mi atención, mientras que Wendy prefería los momentos tranquilos y la intimidad más discreta.
Al tener horarios de trabajo tan distintos, me encargaba de llevar y recoger a Astrid de la escuela secundaria. Vestida con su falda a cuadros y su blusa blanca, resaltaba su figura esbelta y juvenil. Sus piernas, cubiertas por medias blancas, se movían con una gracia que me hipnotizaba. Esos momentos a solas, conduciendo con ella a mi lado, fueron forjando un vínculo especial, una complicidad que crecía con cada día, alimentando una atracción que no podía ignorar.
Unos días más tarde, mi teléfono vibró con un mensaje urgente de Wendy. “Astrid está muy mal. Le vino la regla y los cólicos son insoportables. Necesito que la recojas de la escuela y la lleves a casa. Por favor, cómprale toallas femeninas y un calmante en la farmacia. ¡Ah! Y también necesita una compresa caliente”.
En casa, ayudé a Astrid a subir las escaleras. Estaba pálida y débil, pero me sonrió agradecida. “Gracias”, susurró. “Me siento fatal.” “¿Te duele mucho?”, pregunté. “Es insoportable”, respondió con los ojos cerrados. “Pero me siento mejor contigo aquí.” Le tomé la mano. ”Estoy aquí para ti”, le dije.
Mientras preparaba las compresas, un te y el analgésico, Astrid apareció en la puerta. Llevaba un shorts vaqueros y una blusa de tirantes que le daban un aire fresco y juvenil. A pesar del dolor, su belleza era innegable, pero sus ojos reflejaban su malestar. Me acerqué con las compresas calientes y le pregunté cómo se sentía. “Es horrible”.
Se dirigió al sofá, tomó los medicamentos, se acomodó en el sillón y le entregué el paño tibio para que lo pusiera en su vientre. Se desabotonó los pantalones cortos, dejando al descubierto la delicada tela rosa claro de sus bragas. “¿Me ayudas?”, me pidió con voz débil, extendiendo una mano hacia mí. Dudé un instante, sintiendo la mirada de deseo y confusión que me invadía. “Claro”, respondí finalmente, acercándome con cautela.
Con un movimiento casi imperceptible, se bajó un poco su ropa interior, dejando al descubierto la delicada línea de sus vellos apenas nacientes. Un escalofrío recorrió mi espalda, y mis manos temblaron ligeramente mientras colocaba la compresa en su lugar.
Al repetir la acción de poner el paño tibio en su vientre, me dijo con voz suave: “Ya no necesito la compresa, ¿podrías masajearme un poco?”. La petición me tomó por sorpresa, y un escalofrío recorrió mi espalda. “Claro”, respondí con voz temblorosa, sintiendo la mirada expectante de Astrid y la tensión que se palpaba en el aire. Con cuidado, comencé a masajear su vientre, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. “Se siente muy bien”, susurró con los ojos cerrados. “Gracias.” La miré y sentí una mezcla de deseo. Sentí la erección crecer sin control, un fuego que se extendía por todo mi cuerpo. Mi hijastra lo notó y se sonrojó, su rostro angelical cubriéndose de un suave rubor. Se incorporó lentamente, sus ojos fijos en los míos, y me dio un tierno beso muy cerca de mis labios.
Al siguiente día, después de la escuela, me pidió otra vez masajes. Llegamos a casa y corrió a cambiarse a su habitación. Salió vestida con una playera sin sostén y bragas blancas, un atuendo que me heló la sangre. “¿Me ayudas con el masaje?”, me preguntó con voz suave, interrumpiendo mis pensamientos. “Claro”, respondí con voz temblorosa, Al repetir la acción de poner el paño tibio en su vientre, me dijo con voz sensual: “Ya no necesito la compresa, solo necesito que me relajes”. La petición me excitó al instante, y una corriente de deseo recorrió mi cuerpo. “Por supuesto”, le respondí, acercándome lentamente. Al tocar su piel juvenil y muy suave, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Dudé un instante, pero la mirada de Astrid me animó a seguir adelante. Con una confianza que no sabía de dónde venía, comencé con los masajes. Mis manos se movían con suavidad sobre su piel.
Con movimientos lentos y deliberados, acaricio su clítoris por encima de su ropa interior, dibujando círculos que la hacen arquearse ligeramente. Siento la humedad a través de la tela, y un deseo irrefrenable me impulsa a ir más allá. Con cuidado, deslizo mi mano dentro de sus bragas, sintiendo la suavidad de su piel y el calor que emana de su cuerpo.
Está muy mojada, y la humedad se extiende por mis dedos mientras exploro su lampiña cueva. Un gemido de placer escapa de sus labios, “Me gusta como me tocas”, dice con voz sensual, Astrid se sentó en el sillón, su mirada inocente y seductora al mismo tiempo, desabrochó mi pantalón y tomó mi verga entre sus manos. Un escalofrío me recorrió al sentir su tacto suave y delicado. “Me gusta cómo se siente”, susurró con voz dulce, comenzando a mover su mano con suavidad.
Me pidió que me sentara en el sofá y al mismo tiempo, se arrodilló frente a mí. Con una mirada dominante, La sentí moverse con seguridad y delicadeza, lamiendo y succionando. Sin dejar de masturbarme comienza a chupar y lamer todo el miembro has los testículos. llevándome al borde del abismo. “Quiero que tú seas el primero”, susurró con voz sensual, su mirada llena de deseo. “Penétrame.” La miré a los ojos, sintiendo una mezcla de excitación y culpa. “No sé si puedo hacer esto”, le dije con voz temblorosa. “Shhh”, me interrumpió, colocando un dedo sobre mis labios.
Le pedí que intercambiáramos lugares, y se pusiera en cuatro en el sillón. Astrid me miró con deseo y seducción, y se puso frente a mí sin dudarlo. Se quitó la ropa con movimientos sensuales, revelando su cuerpo frágil y hermoso. La miré con deseo y lujuria, sintiendo que la tentación me consumía por completo. “Hazme tuya”, La besé con pasión, explorando cada rincón de su boca. ”Te deseo tanto”, “Hazme tuya, por favor”, suplicó, cerrando los ojos con fuerza.
Se puso en cuatro en el sofá, y yo, sin dudarlo, me coloqué detrás de ella. La miré por un instante, Le metí un dedo, al sentir su humedad, un escalofrío recorrió mi espalda. Ella gimió suavemente, y al ver su reacción, me sentí aún más excitado. Le metí un segundo dedo, y su gemido se hizo más fuerte. En ese momento, Astrid tomó la iniciativa y comenzó a moverse con suavidad, guiándome hacia un ritmo más intenso. Le bese los glúteos y los mordí suavemente.
Astrid llegó al clímax con un suspiro tembloroso, su cuerpo relajándose bajo el mío. Con ternura, comencé a lamer su coño tierno, dedicando tiempo y atención a cada detalle. Deslicé mi lengua por sus pliegues suaves y delicados, sintiendo su calor y su humedad. Introduje mi lengua en su conchita con suavidad, saboreando su exquisita y dulce miel. Un pequeño gemido de placer escapó de sus labios, diciendo: “Qué rico”. Sus gemidos se volvieron más suaves, y su cuerpo se relajó.
Con cuidado, abrí sus nalgas y comencé a lamer su culito con ternura, dedicando tiempo y atención a cada detalle. Dibujé círculos lentos y suaves alrededor de su ano, sintiendo su piel cálida y suave bajo mi lengua. “Me gusta”, susurró con voz dulce, cerrando los ojos con fuerza. De repente, un jadeo de sorpresa escapó de sus labios cuando mi lengua se hundió en su ano, explorando su interior con pasión y deseo. “¡Ahhh!”, exclamó con voz entrecortada, suplicando por más intensidad. Al mismo tiempo, con mi mano, la masturbaba con dos dedos dentro de su estrecha vagina, siguiendo el ritmo de su respiración suave y entrecortada. Un suspiro de placer escapó de sus labios mientras alcanzaba otro orgasmo.
Con pasión, comencé a besar su espalda, mordiendo suavemente su piel y lamiendo cada centímetro de su columna vertebral. Sus gemidos se volvieron más fuertes, y sus caderas se movieron con mayor intensidad. Mientras la besaba, mis manos exploraban su cuerpo con deseo, acariciando sus curvas y sus formas con intensidad. Sentía su piel caliente y húmeda bajo mis dedos, y su aroma me excitaba. “¡Oh, sí!”, exclamó con voz jadeante. “Más, por favor…”. Cada beso era una caricia, una expresión de mi cariño y mi cuidado. Sentía su cuerpo relajarse bajo mis manos, y su respiración se volvía cada vez más tranquila. En un momento de tranquilidad, me acerqué a su oído derecho y susurré con voz suave: “Estás lista para mí, mi amor”. Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar mis palabras, y sus ojos se cerraron con fuerza. “Sí”, respondió con voz temblorosa, asintiendo con la cabeza. “Hazme tuya”.
Me coloqué detrás de ella, sintiendo su cuerpo temblar ligeramente. Con suavidad, guié el glande hacia la entrada de su vagina, deteniéndome un instante para asegurarme de que estuviera lista. Su respiración mas agitaba, y sus manos se aferraban a la tela del sofá con fuerza. Con cuidado, comencé a penetrarla, sintiendo la resistencia inicial, su calidez y la humedad de su interior. Sus gemidos se volvieron más intensos, suplicando que lo hiciera despacio. La penetré lentamente, con suavidad, consciente de que era su primera vez. Quería que este momento fuera especial, que lo recordara con cariño y ternura. “Por favor, despacio que me duele…”, dijo con un hilo de voz.
La tomé de las caderas para, controlando la penetración, hacerlo delicadamente, deteniéndome por momentos para que se acostumbre. Ya con la mitad de mi verga en su interior, sentí su cuerpo tensarse y me preguntó con un hilo de voz: «¿Ya le entró toda?». Me comencé a mover un poco de atrás hacia adelante. «Tranquila, mi amor», le dije, besando su espalda con suavidad. «Aún no has entrado por completo, pero voy a ir muy despacio para que te sientas cómoda. Lo más importante es que te relajes y te dejes llevar.
Continué moviéndome detrás de ella, y As comenzó a gemir un poco. Su cuerpo se relajaba cada vez más con cada movimiento suave, invadiendo cada vez más su interior. Sus gemidos se volvieron más intensos a medida que me movía más profundo, “Oh, sí…”, susurró con voz temblorosa. Con cada movimiento, sentía cómo su cuerpo se tensaba y se relajaba en una danza de placer. Sus caderas se movían al compás de los míos, y sus gemidos se volvieron más fuertes y apasionados.“Me encanta…”, jadeó entre gemidos. “Sigue, por favor…”
Noté que su respiración se volvía entrecortada y que sus movimientos se volvían más rígidos. “Espera”, me dijo con voz suave, deteniéndome por un momento. “¿Estás bien?”. Ella asintió con la cabeza, pero su rostro reflejaba dolor y tensión. “Sí… pero duele un poco”, admitió con voz temblorosa”. “Lo sé, mi amor”, respondí con suavidad. “Es tu primera vez, y es normal sentir dolor. Pero no quiero que te lastimes. ¿Quieres que paremos?”. La miré a los ojos y vi una mezcla de miedo y deseo. “No”, respondió con voz débil. “Pero por favor, más despacio.
Con delicadeza, comencé a moverme más lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba poco a poco. “Está bien”, susurró con voz temblorosa. “Me siento un poco mejor.” Me dijo: “Siento… algo diferente”, con voz temblorosa. “Es como si… estuviera llena.” La miré, sorprendido y excitado. “¿Te refieres a que… sientes que ya estoy adentro por completo?”, pregunté con suavidad. Mi frágil amante asintió con la cabeza, sus mejillas sonrojándose ligeramente. “Sí”, respondió con voz tímida. “Es… una sensación extraña”.
Acariciando su espalda con ambas manos, la abracé, rodeando su cuerpo por atrás. Tomé sus senos, que apenas comenzaban a brotar, sintiendo su suavidad y su delicadeza. Su piel se erizó bajo mis manos, y un pequeño gemido escapó de sus labios. “Te quiero mucho”, susurré contra su oído, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba al escuchar mis palabras. “Yo también te quiero”, respondió con voz suave. “Ya no duele mucho”, añadió.
El calor de su piel comenzó a elevarse, como si un fuego invisible se encendiera bajo mi tacto, y sus pezones se endurecieron, erguidos bajo mis manos. Dice que continúe con las caricias en sus senos, que le gusta. Siento cómo su vagina se contrae y su fuego interior aumenta que siento que quema; también comienza a lubricar, humedeciendo todo mi miembro. Mueve sus caderas hacia atrás, invitándome a ir más adentro. Sus ojos se cierran con fuerza, y un pequeño gemido escapa de sus labios. «Oh, sí…».
Comienzo a moverme detrás de ella de forma lenta y firme, aumentando la velocidad poco a poco. Astrid se queja del dolor, pero me pide más. «Sí, duele un poco», dice con voz más segura, «pero me gusta… no pares». Con un movimiento decidido, comencé a moverme con mayor rapidez. Rodeé su cintura con mis manos, sintiendo la calidez de su piel. Un gemido de placer escapó de sus labios, y sus caderas se movieron con mayor intensidad. Sigo bombeando cada vez más rápido, acariciando sus nalgas con ternura y delicadeza. Observo cómo su ano se contrae y se abre a cada embestida, como si me entregara su corazón. Un suspiro de placer escapa de sus labios, y su cuerpo se relaja bajo mis manos. “Mmm…”, murmura con voz suave. “Qué rico…”.
Con suavidad, comencé a acariciar su ano con la punta de mi dedo pulgar derecho, sintiendo la calidez y la tersura de su piel. Astrid gimió suavemente, y sus caderas se arquearon ligeramente hacia arriba. “Mmm… qué rico”, murmuró con voz sensual. Con cuidado, introduje mi dedo en su recto, sintiendo cómo se abría a mi paso, cálido y húmedo. “¿Te gusta ser penetrada por ambos orificios a la vez?”, le pregunté con voz suave, conteniendo la respiración. “Sí”, respondió con un suspiro tembloroso. “Me gusta mucho”, añadió con voz suave, cerrando los ojos. “Es tan… tan placentero…”.
Introduciendo mi verga y pulgar aún más profundo en sus orificios, Astrid gime con fuerza; sus jadeos resuenan en la habitación. Sus uñas se clavan en el sofá, y su cuerpo se mueve al compás de mis caricias. “Más, más, más…”, suplica con voz temblorosa, entregándose por completo al placer. Mi linda ninfa clama y suplica; sus gemidos se mezclan con mis jadeos en una sinfonía de pasión. Sus caderas se mueven con frenesí, invitándome a profundizar aún más en su interior. Con cada embestida, siento cómo su cuerpo se tensa y se relaja en una danza de placer,una entrega total a la pasión que nos consume. Su aroma me embriaga, una mezcla de sudor y deseo que me incita a seguir.
De repente, su cuerpo se convulsiona con fuerza, y un suspiro de placer escapa de sus labios. “Oh…”, exhala con voz temblorosa, alcanzando el orgasmo. Su piel se eriza, y los vellos se levantan, como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo; su respiración se entrecorta, y su corazón late con fuerza, como un tambor desbocado. Yo, antes de terminar, sentí la necesidad de detenerme, de saborear este momento de intimidad y conexión, de contemplar la belleza de su entrega. Con suavidad, retiré mi miembro de su vulva y mi pulgar de su ano. Después de un momento, As, aún con su trasero parado y su ano dilatado, dirigí mi miembro a él, sin penetrarla, eyaculando varios chorros de esperma, llenando su orto y salpicando sus nalgas hasta su espalda.
Después, se recostó boca abajo en el sofá, con una sonrisa en sus labios. Me acosté junto a ella, compartiendo el mismo espacio y la misma respiración. La abracé con cariño, rodeando su cuerpo con mis brazos, y comencé a besarla con ternura. «Gracias por este momento», besando su oído, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba al escuchar mis palabras. «¿Te gustó?», pregunté con complicidad, esperando su respuesta. «Sí», respondió con una sonrisa dulce, buscando mis labios. «Me encantó», añadió, y me besa tiernamente; acurrucándose contra mí.
Con la yema de mis dedos, recogí un poco de mi semen de su trasero y se lo ofrecí. “Prueba”, le dije con una sonrisa. “Es parte de ti ahora”. Astrid me miró con curiosidad y un toque de picardía. Llevó mis dedos a sus labios y probó mi semen. “Mmm…”, murmuró con los ojos cerrados. “Sabe a ti”.Sonreí y la abracé con fuerza. “Me alegra que te haya gustado”, le dije con ternura.
Nos quedamos un rato en silencio, disfrutando de la compañía del otro y de la calidez de nuestros cuerpos. Luego, con suavidad, nos levantamos del sofá y nos dirigimos al baño. “¿Me acompañas a ducharme?”, le pregunté con una sonrisa. “Claro que sí”, respondió Astrid, tomándome de la mano.
En ese momento, mi teléfono comenzó a sonar. Lo tomé del bolsillo y vi que era Wendy quien llamaba. “¿Quieres que conteste?”, le pregunté a Astrid, sintiendo un nudo en el estómago. Ella me miró con una expresión de sorpresa y preocupación. “No lo sé”, respondió con voz temblorosa. “Es tu decisión.”
Después de dudar por un momento, decidí contestar la llamada. “Hola, mi amor”, dije con voz suave, tratando de disimular mi nerviosismo. “Hola”, respondió Wendy con voz cariñosa. “¿Cómo estás? ¿Ya fuiste por mi hija a la escuela?” Sin dejarme hablar, también dijo que pasemos por allá a la oficina para ir a comer. “Sí, todo bien. Ya recogí a la niña, está conmigo”, respondí con naturalidad, aunque mi corazón latía con fuerza. “Perfecto, entonces nos vemos en un rato. Te quiero”, dijo Wendy antes de colgar.
“Tenemos que irnos”, dijo As, levantándome del sofá. “Mi mamá nos espera para comer.” “Voy a ducharme”, dijo, dirigiéndose al baño. “Te acompaño”, le dije, siguiéndola de cerca. Bajo la regadera, el agua caliente corría por nuestros cuerpos, limpiando los restos de nuestro encuentro y renovando nuestras energías. Nos enjabonamos con cuidado, acariciando cada rincón de nuestra piel, recordando los momentos íntimos que habíamos compartido.
“Gracias por este momento”, le susurré al oído, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba aún más al escuchar mis palabras. “Gracias a ti”, respondió As con una sonrisa dulce. “Fue… inolvidable”. Al salir de la ducha, nos secamos con toallas suaves y nos vestimos con ropa cómoda. “¿Estás lista para ir por tu madre?”, le pregunté. “Sí”, respondió As, tomándome de la mano. “Vamos.”
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