Mis primos Francisco y Sandra (2)
El incesto se hereda. Así como el abuelo se cogía a la mamá de mis primos (y a otras hijas más, seguramente también a mi mamá), mis tíos también se divertían desde pequeños; no se diga nosotros, los primos. Hoy les platicaré cómo los hijos de mis primos son estimulados por éstos..
Como mencioné en mi relato anterior, mis primos Sandra y Francisco siguen cogiendo hasta la fecha, y ambos hermanos me lo han confirmado por separado. “¿Quieres ver cómo lo hago ahora?” me dijo Francisco hace poco en una fiesta familiar. “Hoy no se puede, todos se darían cuenta…”, le dije, dejándole ver que sí estaba dispuesta. Mi primo sonrió y se apretó la verga por encima del pantalón dejando ver un cilindro de buen tamaño, el cual, a riesgo de que me vieran, le apreté al levantarme para retirarme de él.
Al concluir la reunión, cuando nos despedimos le indiqué a Francisco en voz baja, para que no escuchara su esposa, que me hablara pronto pues me mojé al apretarle la verga. Supongo que él se quedó igual de caliente, pues me habló al día siguiente.
–¡Hola, primita!, ¿estás lista para que nos veamos sin estorbo alguno? –preguntó, dejando claro lo que ambos queríamos hacer.
–Sí, quiero ver, sin ropa estorbosa, si lo que toqué ayer está tan bien como parece. Ji. ji. ji… –contesté manifestando evidentemente lo que yo esperaba.
–Tú dices cuándo y dónde, yo no tengo problema –expresó.
–Mañana, pero debe ser en la mañana. Después de las ocho te espero en el centro comercial cercano a mi casa, ahí dejaré mi auto y nos vamos en el tuyo adonde tú digas –le urgí a que aceptara.
–De acuerdo, a las ocho y media estaré esperándote en la entrada del estacionamiento cubierto –dijo y me acaricié la panocha que ya estaba deseándolo desde ya.
Cuando yo iba a entrar al estacionamiento, Francisco me esperaba. Le pedí que se subiera para estacionarme en el mismo lugar que él dejara libre, si es que no había uno cerca de él. Se subió y, apenas avancé, él ya me tenía atenazada una chiche y me dio un pico en la boca. Sonreí y en complemento al saludo le apachurré el pito, que le comenzaba a crecer. Sí había un lugar vacío junto a su auto y ahí me estacioné. Comenzó el morreo. Francisco me sacó una chiche y se puso a mamar, yo le abrí la bragueta, le metí la mano y, con trabajos, logré sacarle la verga y le di varios jalones antes de que me llenara la mano de presemen.
–Vámonos a otra parte, aquí no podemos coger y ya estamos muy calientes –le ordené.
De inmediato nos pasamos a su auto, yo con la chiche de fuera y él con la verga colgando, apenas nos habíamos metido a su carro, pasó un auto buscando lugar. No nos vio…
–¿Algún lugar en especial? –me preguntó antes de volverme a mamar.
–Aun motel discreto –contesté guardándome la chiche, pero de inmediato me puse a mamarle la verga.
–Estás muy urgida, primita…. ¿No te da servicio tu marido? –preguntó acariciándome el pelo.
–Sí me coge, pero no me chupa la panocha, ni me deja mamarle la verga. ¿A ti te atienden bien y completo? –pregunté interrumpiendo mi mamada al salir del estacionamiento.
–Con mi esposa cojo muy rico, pero me chupa la verga poco y ni de casualidad me deja venirme en su boca; ¡Ah, pero ella sí me pide que le chupe la panocha y se viene mucho así! En cambio, con mi hermanita Sandra seguimos cogiendo felices.
Llegamos a un motel de los de la salida a Cuernavaca, e inmediatamente nos encueramos para darnos los buenos días como es debido. Cogimos de varias maneras, yo me vine en todas y Francisco lo hizo en mi boca cuando hicimos el 69. No eyaculó mucho, pues ya se había descargado en el mañanero.
Descansamos acariciándonos y mirando nuestros cuerpos en el espejo superior.
–¿Qué novedades me cuentas de tu hija? Se nota que le gusta su papá. Recuerdo la vez que fuimos a nadar, Teté estaba pequeña y en la alberca te quería meter la mano para agarrarte la verga. Tú se lo impediste y no sé qué le dijiste, no pude oírlo porque yo estaba lejos.
–Desde niña, Teté fue muy caliente, pero estuvo de acuerdo que eso debía ser sólo cuando nadie nos viera y que, además, no debía saberlo su madre. Ante su insistencia, la desvirgué a los 11 años. Le dolió un poco, pero al rato cabalgaba feliz sobre mí. Ahora, ya con su mayoría de edad, quiere un hijo mío y trata de quitarme el condón cuando cogemos.
–¡Eso mismo me hubiera gustado de mi papá!, pero nunca pude hacer que me acariciara como hombre a mujer –le dije dando un suspiro.
–Te embarazaste ya cuando tenías 30, el primo Fernando fue el ganón –recordó.
–Sí, nos casamos en Los Ángeles y quedé embarazada de inmediato. Bueno, en la Luna de miel, no se en cual de los días haya sido, fueron tres semanas de estar cogiendo a todas horas.
–¿Por qué se divorciaron? Él siempre quiso contigo, pero tú no te separabas de Diego.
–Yo no supe que quería conmigo, suponía que era a mi hermana Blanca a quien él quería, hasta que un día habló por teléfono y me pidió que nos casáramos. Quedé sorprendida y él insistió. Yo sentía que se me pasaba el tiempo y ya quería un hijo, así que lo acepté como marido, pero entre idas y venidas mías, además de su indecisión de regresarse a México el asunto se enfrió y él se consiguió una gabacha. Ni siquiera nos divorciamos –le conté con algo de tristeza.
–Pues así pasa, prima, pero siempre ha habido quien te dé amor, también para eso son los primos –dijo dándome un beso muy salivón y su verga comenzó a revivir.
–Tuve varias ayudas sexuales, pero ninguna propuesta seria. Hasta que acepté arrejuntarme con mi marido, bueno, mi amasio desde hace varios años –dije, pero al parecer, la plática tuvo que interrumpirse porque Francisco se subió en mí y yo… pues abrí las piernas.
–¡Toma, prima! ¡Cuando necesites cariño, háblame, me encantan tus tetotas! –dijo antes de tomarlas con las manos para moverse mucho.
Entre mamada y penetrada, yo estaba feliz recibiendo esa muestra de cariño y me vine mucho. Se salió para acomodarse en un 69 que duró más de quince minutos antes de que me diera su leche en la boca, la cual le compartí en un beso blanco. Otra vez descansamos besándonos en el cuerpo, antes de reanudar la plática.
–¿Cuándo embarazarás a tu hija? –le pregunté asumiendo que sí lo haría.
–No. No nos conviene, ni siquiera conviene que la embarace Jaime, no hay que tentar a la suerte, la genética puede hacernos una mala jugada –dijo con convicción.
–¿Te refieres a Jaime, el hijo de Sandra? –pregunté asombrada.
–Sí, ellos cogen desde niños. Hace tres años tuvimos que ir a ver a la tía Lencha, pues estaba muy mala. ¿Te acuerdas de ella? –preguntó y le contesté que “Sí, la que vivía en San Antonio”– Esa mera, ni mi esposa ni el esposo de Sandra pudieron ir por atender su trabajo, pero como nosotros éramos sus sobrinos consentidos no podíamos dejar que muriera sola la hermana del abuelo y nos llevamos a los hijos –explicó.
–Oye, mi abuelo ¿también se cogió a sus hermanas? –pregunté.
–Sí, y a todas sus hijas, incluida tu madre, según nos contó la tía Lencha –dijo sin más pruebas, despejándome la duda sobre mi mamá.
–¿Eso lo supo mi padre, así como lo supo el tuyo? –pregunté con mucha curiosidad.
–No sé. Mi papá lo supo porque mi mamá se lo contó antes de casarse, ya que ella quería seguir manteniendo relaciones con el abuelo, y mi papá lo aceptó. Pero no creo que para tu mamá haya sido igual –externó, dejándome con la duda.
–¡Ah! Bueno, pero ¿qué pasó en San Antonio? – pregunté para seguir con la plática que Francisco había dejado pendiente.
–Estuvimos más de dos semanas en casa de la abuela hasta que ella murió y la enterramos, además de recibir la herencia –explicó.
–¿Eso fue todo? Qué bueno que la atendieron hasta su muerte y era obvio que ustedes serían los únicos herederos, por eso fueron –dije, pensando en que Francisco quería presumirme.
–No fue mucho lo que heredamos. Además, la casa se la dejó a su sirvienta, quien la auxilió durante muchos años. Lo que requería contar es que los cuatro, Sandra, Jaime, Teté y yo, estuvimos cogiendo todos los días. Los hombres hicimos sándwich con ellas varias veces, y los gemidos eran muy fuertes a veces, al grado que mi tía me pidió que le hiciera unos cariños como cuando yo era niño.
–¡¿Ya te la cogías desde entonces?! –pregunté asombrada.
–Sí, y creo que también mi papá, pero no me consta…
–Me la cogí, y también Sandra le pidió a Jaime que se cogiera a la tía. Al principio no le agradaba a Jaime, pero después le encantó la experiencia de la tía en el amor. Ella también pidió que le hiciéramos un sándwich entre los dos por la vagina. “¡Gracias por hacerme feliz en mis últimos días! ¡hasta el dolor se me quitó!”, decía mi tía quien tenía que usar morfina para amortiguar el dolor del cáncer –contó con seriedad mi primo.
–¡Pues sí que estuvo el incesto a todo lo que daba! ¡Me da gusto saber que la tía Lencha murió feliz! –exclamé con alegría.
–Sí, y murió en mis brazos, empalada en la noche… –dijo Francisco con tono de satisfacción.
–Nosotros pasamos una semana entre trámites y papeleo, además de continuar las orgías con felicidad. La sirvienta se encargó del novenario –concluyó Francisco sobre esa alucinante aventura.
–Pero cuenta, ¿desde cuándo Sandra cogió con su hijo? ¿Su esposo lo sabe? –pregunté jalándole el flácido pene a mi primo para exigirle respuestas.
–El esposo fue quien lo metió a la cama desde que Jaime era bebé. Cogía enfrente del niño. Sandra le ponía la teta en la boca, o le mamaba la verguita con todo y huevitos, mientras que su marido la perforaba. El niño creció así, y una vez que el papá estaba borracho ya no pudo cogerse a Sandra como ella lo demandaba, Jaimito, a sus diez años, le dijo a Sandra “Si quieres yo te hago lo que mi papá” blandiendo su pitito bien erguido, “Sí, cógetela tú, demuéstrale que eres muy macho”, dijo el papá. Y desde entonces… –explicó mi primo– Después, cuando Sandra y Jaime estaban solos, ella le fue enseñando a su hijo cómo hacerlo bien. Cuando el marido llegaba algo tomado, le pedía a su hijo que fuera a ayudarlo a la cama. ¡Hasta sándwich le hacen a Sandra! –dijo mi primo y yo me pajeaba lentamente, pensando en que me hubiese gustado tener un hijo hombre…


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