¿Te gusta el colágeno?
Cómo me enteré que algunos le decían así al semen..
Hace dos meses recibí un correo de Mau, un chico de 29 años que vive en Querétaro, con la siguiente pregunta: “¿Te gusta el colágeno?”. Le contesté “No entiendo el sentido en que lo dices”. Ya que tengo más de 40 años que él, y el colágeno es uno de los suplementos alimenticios que tomamos los viejos para mantenernos saludables. También había escuchado a alguna de mis amigas referirse así a los jóvenes, diciendo que “tirárselos es una verdadera revitalización”. Desde luego que me gusta el resabio que me queda en la boca, después de tomar mi colágeno diario, porque me recuerda el sabor del semen. Así que añadí en mi respuesta: “Si te refieres a los jóvenes, ya no; no estoy joven, ni madura, más bien ya vieja. Si es al semen, sí, me encanta el sabor, y la variedad de sabores…”
Mau contestó: “Me gusta coger mucho y me atraen las mujeres mayores, me gustaría que me la chuparas y me sacarás toda la leche. Tus relatos son muy buenos, se nota que te gusta que te la den toda. ¿Sí te gusta comerte el semen?”. “¡Claro que sí!, me gusta, desde los 30 años, se lo saco a mamadas a mi pareja (sea mi marido o no) y lo saborearlo. Además, me fascina darle un beso blanco para que también sienta su propia ricura”, respondí.
Le pregunté en cuál página había leído mis relatos y me contestó que en CuentoRelatos. “¿Tú escribes allí?”, le pregunté, a lo que Mau dijo “No, sólo los leo”. Le informé que también podía leer otros en SexoSinTabúes. Siguió haciéndome preguntas sobre la primera vez que yo había probado la lefa. Así que le platiqué que podría leer en mis relatos que lo aprendí tarde, porque antes no me gustaba mamar verga, y la vez en que mi amante me chupó tan delicioso haciéndome venir muchas veces seguidas, por lo que tuve que arrastrarme como pude para chuparlo también (quedamos en 69) y con lo caliente que estábamos, ni advertencia tuve de que él se iba a venir, ¡pero me gustó! De ahí en adelante le saqué la leche a todos, incluido mi marido.
También hizo aseveraciones tratándome de convencer que yo no estaba vieja, a pesar de mi edad, e insistió en que le gustaría que le mamara la verga. Aunque dijo tener más edad, ante su vocabulario e insistencia, me parecía de unos 18 años, por ello le contesté “A todos nos gusta coger. En la adolescencia, cualquier hoyo y cualquier palo es igual, con el tiempo irás seleccionando tus gustos. Seguramente podrás encontrar alguna anciana deseosa de mamar allá, en tu estado. Y, quizá decepcionado de no poder convencerme, finalizó la correspondencia epistolar con “Ojalá y si la pueda encontrar y disfrutar todo de ella”.
Sé que mi edad ya no está para conseguir jóvenes, pero me puse a fantasear (con masaje dactilar incluido). Sin embargo, dejé de golpe mi autoplacer cuando me llegó un afligido y molesto recuerdo de hace un año, donde encaré a Sybil, una de las amantes de mi esposo. Quizá no sea amante regular, pero sí supe que se la cogió la primera vez hace unos veinte años, cuando ella tenía unos 33 o 34, y sé que la relación subrepticia continuó.
Sybil estaba casada. Ante los demás era una devota católica que comulgaba cada primer viernes de mes y era, es, una buena esposa y madre. Conoció a mi marido cuando trabajó para él y pronto renunció para dedicarse a su familia. La otra versión es que su esposo ya no quería que ella siguiera trabajando porque los niños la necesitaban, algo que fue apoyado por su confesor (esos viejos metiches) –ahora que lo escribo, pienso que ella le ha de haber confesado al sacerdote que deseaba a su compañero de trabajo y éste la influyó alejarse de la tentación–. Como haya sido, el asunto es que me topé con ella a una cuadra de un templo y traía aún el velo en la cabeza y su misal en la mano.
–¡Pinche mosquita muerta! –le espeté y ella se detuvo.
–¿Qué te pasa…? –contestó retadoramente.
–Sigues cogiendo con mi marido y te haces la santurrona –respondí tratando de intimidarla.
–No, no soy santa y amo a Saúl tanto que no temo ir al infierno por él –externó con una firmeza que me dejó ver algo más que no imaginaba–. Si no tuve un hijo de tu marido es porque él no quiso, y siempre confesé mis pecados, de pensamiento y obra ante mi Señor –remató ante mi asombro y trató de retirarse, pero se lo impedí.
–¿Cuál fue la razón para que te metieras con Saúl? –pregunté calmada ya, ante su revelación.
–Siempre lo admiré y luego intenté seducirlo, pero amablemente me rechazó por ser casada.
–¿Y luego, él cedió? –pregunté socarronamente.
–Sí, cuando me quedé viuda. Hasta luego –dijo dejándome perpleja. ¿Será por eso lo de irse al infierno? ¡Ahora sí me asusté!
Pero volvamos al colágeno. Decía yo que sí queda un saborcillo a semen, además de una consistencia pegajosa que lo acerca más al esperma. Al menos esa era mi apreciación, así que quise oír otras opiniones. El primer encuestado fue Saúl, quien me dijo que sí, era ese sabor del semen solo, “al menos eso me parece cuando me has dado un ‘beso blanco’”.
–¿Y cuando te tomas en mi vagina el atole que me deja otro? –pregunté, pues él, y los otros también, se deleitan chupándome ya cogida.
–No, en tu pepa lo que me gusta es el flujo de tus venidas, el semen sólo es un saborizante que realza la ricura. También se intensifica el olor de tu pucha cuando pasan varias horas de que te cogieron mucho y se fermenta el atole… ¡Sabe riquísimo!, pero no a semen.
Eduardo dijo algo similar, que sólo sabía a colágeno cuando se lo daba en beso después de haberlo ordeñado con la boca.
Seguí encuestando, ahora a mis amigas, que también son mamadoras. Las únicas que dijeron no saber fueron las que no tomaban colágeno, no obstante, en algunos casos, el médico les había dicho que ayudaría para sus cartílagos y que ahora, con esa referencia al sabor, iban a empezar a tomarlo (putas, al fin). “Lo que es cierto, es que tanto el semen del joven como el del viejo, saben riquísimo”, dijo la que les dice colágeno a los jóvenes.
Aún no pruebo el colágeno, pero el doctor me lo recomendó. Ahora veré qué tan cierto es ese sabor, porque a mí me gusta la leche…
¡Sacarles el semen a mamadas y paladearlo es delicioso! A mí no me gustaba mamar, pero cuando lo descubrí ya no se me fue ninguno para probarlo. Sin embargo, a la mayoría de las mujeres no les gusta, allá ellas.
¡Sí, es cierto! Al final queda un saborcito rico y pegajoso, como el de la leche de mi marido, y de los otros, claro.
Ya me había dicho el doctor que también yo lo tomara, aunque se lo recomendó a Ramón porque tenía calambres frecuentes en las piernas.
Anoche, cuando ordeñé a mi marido, le guardé un poquito de esperma en la boca y lo besé. «¿Te gusta el colágeno?», le pregunté. «¡Ah, con razón no me gusta tomarlo, sabe a semen!», contestó. «Tu lechita sabe muy rica, me las has dado desde que éramos novios». Ahora también lo tomaré yo, me dijo el doctor…
¿Verdad que sí?
A todo le encuentras relación con el sexo. Yo no lo he probado ni me lo han recetado, pero el semen sí deja pegajosos los labios.
Ese Mau, creyó que era fácil convencerte. ¡Ni yo he podido! También me gustan las maduras calientes pues saben qué quieren y te lo sacan.
Pues te vas a quedar con las ganas, como Mau.
Sí, la semana pasada, después que me interrogaste por correo, le pregunté al médico y me dijo que lo podía tomar como medida preventiva. Lo compré y sí te deja el gustillo a semen, ¡rico!
Es un suplemento que tiene ventajas…
Me gustaría probar el de tu pareja (sea marido o amante) en tu panocha mientras catas del mío. Besos
Pues en mí no vas a poder, el semen de ellos en mi vagina es para ellos. ¡Chuparme es lo primero que hacen cuando me saben cogida!