Tropa Loca 4
Porque los calientes y curiosos lo pidieron, va la historia del último de los compañeros de prepa que me tiré..
Ya conté que, cuando yo tenía 17 años, varios compañeros del grupo de tercero de prepa nos juntábamos para salir de paseo o ir a las fiestas. Mi novio, Saúl, no formaba parte de esta bolita porque él estudiaba ya su licenciatura. Precisamente en estos paseos, después de las fiestas, era donde se daba la parte sexual. En los paseos se hacían parejitas, que no necesariamente eran novios, y se perdían por un rato para darse mimos, toqueteos y algo más. Producto de ese algo más, nos obligó a juntar dinero para pagar dos abortos a las compañeras más inexpertas.
Yo estuve a punto de coger con uno de los amigos que más me gustaba, Felipe, pero no lo hicimos, en ese momento, sino varios años después y lo conté en el primer relato de esta serie. También relaté en la segunda parte cómo cogí años después con Soto, un compañero muy tímido que me gustaba mucho y en la época de estudiantes. En la tercera parte relaté mi encuentro con Otilio, “El Geronte”.
Un caso más, y con esto termino la serie de mis aventuras con los compañeros de la prepa, fue el más cómico, pues se trató de Pepe Silva, el más pequeño, de edad y de estatura, del salón. Todos cantábamos “Fuiste a Acapulco” una rola de moda y me tomó de la mano diciendo “Ven conmigo, Tita”. Lo vi decidido y reí antes de preguntarle “¿Para qué?”. Simplemente me jaló de la mano y masculló algo. Algunos de mis compañeros gritaron algo burlándose de ambos. “¡Cuidado, está penado cogerse a un niño!”, dijo una. “A menos que seas “Pepito” el de los cuentos, no sabrás qué hacer con ella”, dijo otra. “¡Te vas a ahogar!”, gritó uno más. Entre las risas de mis amigos nos fuimos tomados de la mano.
–Eres la más bonita de todo el grupo, y de la prepa –dijo sin soltarme de la mano–. Quiero darte un beso –expresó, abrazándome.
En la boca o aquí, dije extrayendo una teta de mis ropas. Su cara se encendió y abrió la boca; con las dos manos agarró mi chiche y la mamó un buen tiempo. “Ahora en la boca”, dije, y lo besé tomando su pene erguido al meter mi mano por la cintura de su pantalón. El beso duró lo suficiente para que, con las caricias de mi pulgar en su glande distribuyendo el abundante presemen, el eyaculara. Saqué mi mano y se la ofrecí llena de semen para que me la limpiara con su lengua, pero él se quedó asombrado. Me chupé la mano y le di un beso “Sabes rico, mira…” le dije. Me besó y luego ambos lamimos mi mano hasta dejarla limpia. Regresamos con el grupo. “¿Tan rápido?, ¡Sí que es precoz!” dijo alguien y todos se rieron y se burlaron, más cuando Pepe Silva se puso colorado. Yo solo sonreía.
Pues sí, Pepe se quedó con ganas y a mí me pareció muy divertida mi actuación al jugar así con un niño de quince años. Pero el destino nos da más sorpresas…
Varios años después, yo estaba viendo algunos discos en una la zona de casetes y vinilos de una conocida librería adonde había acudido para comprar un disco para mis hijos. Mientras los veía, yo esperaba a una de las dependientes a quien le había pedido “Los músicos ambulantes”. Cuando ella llegó, me lo entregó ya dentro de una bolsa que tenía ése y otro disco más, además me dio el comprobante de pago, diciéndome “Ya están pagados”.
–Yo sólo le pedí uno, además, aún no lo pago –señalé.
–Pero yo ya los pagué –me dijo, atrás de mí, una voz varonil que parecía a la de un locutor de radio UNAM, o de Radio Educación. Lo vi, guapo, fornido, alto, bien vestido, rasurado y peinado, pero no lo reconocí.
–¿No te acuerdas de mí? –preguntó y extrajo de la bolsa un LP de los Apson con el título “Fuiste a Acapulco”–. Soy Pepe Silva, y esa canción quedó pegada a mi historia.
En ese momento entendí quién era el sujeto y recordé a aquel imberbe, ahora convertido en un rico melocotón que daban ganas de encuerarlo en ese momento. “¡No puede ser! ¡Cómo has crecido y qué guapo estás!”, exclamé y lo abracé. Él también me abrazó. “¿Tienes tiempo de platicar?, me gustaría recordar lo nuestro”, me dijo con voz melosa. “Sí, a mí también” dije y, tomados de la mano, subimos a la cafetería de allí para actualizarnos.
–¿Tú sólo jugaste conmigo o sentiste algo más? –me soltó, cambiando la plática.
–Éramos muy jóvenes, y tú un niño… –dije a manera de disculpa.
–Los muchachos decían que sólo te gustaba jugar con nosotros para calentarnos. ¿Hiciste el amor con alguno de ellos? –preguntó directo.
–En esa época, no –contesté ambiguamente, pero para entonces ya me había tirado a dos de los compañeros y no le iba a decir a quiénes.
–Contigo, con la más hermosa y tetona de la prepa, tuve la primera experiencia sexual de mi vida. ¡Me marcaste! Te he tenido recurrentemente en mis sueños, pero ahora que te veo más hermosa que antes, quiero pedirte que sosiegues mis ganas de ti, ¿Habrá oportunidad? –espetó enfáticamente, sin trabas ni vueltas, pero muy seguro de lo atractivo que él era para mí en ese momento. Lo miré, le acaricié el rostro cargado de indagación.
–Sí, pero tiene que ser ahora, y antes de las siete –precisé, recordando que mi hermana cuidaba a los niños mientras yo salía de compras.
No dijo más, me tomó de la mano y abrazados fuimos a recoger su auto. No me preguntó más. Pero en ese momento recordé que me esperaba Eduardo, mi amante, en su departamento. “Ni modo”, pero a este rorro yo me lo tiro” me dije a mí misma. Nos subimos al auto y fue al mismo hotel, a la salida de la carretera vieja a Cuernavaca, al que cotidianamente me llevaba Felipe, el primero de los compañeros de la Tropa Loca que me había tirado y que durante años seguimos haciendo lo mismo. Como casualidad, no sólo fue el hotel, sino que la primera vez con Felipe, también dejé plantado a Eduardo.
En el hotel, sin más preámbulo que un beso, Pepe me comenzó a desvestir y yo hice lo mismo con él. Me encantó el cuerpazo musculoso y marcado en los músculos, el cual acaricié y besé a mi antojo mientras yo me dejaba llevar por sus caricias.
Me cargó de pie y me subió hasta llevar mi pubis a su boca. Yo reía y le suplicaba que me bajara pues podríamos caer. “No, Tita, ahora la pequeñita eres tú” dijo y me sacó el primer orgasmo con su lengua. Luego me depositó en la cama y se acomodó para hacer el 69, sacándome más orgasmos. Yo lamía y chupaba su miembro, me colocaba sus enormes huevos en la barba y en el cuello mientras se la mamaba. Recuerdo que yo gritaba con tanta lengua que él me daba y escuchaba cómo tragaba Pepe el abundante flujo que me provocaban las caricias de su boca al meterla muy adentro de la vagina y las chupadas de clítoris.
Descansé un poco, acariciando el vello de su pecho y lamiéndole los pezones. Pepe me acariciaba las chiches, jugaba con ellas moviéndolas hacia el centro de mi cuerpo y luego las soltaba para que la gravedad hiciera que cayeran y rebotaran, él las veía y sonreía.
Se sentó en la cama y, como si fuera una niña, me cargó para quedar yo sentada en su miembro, sin penetrarme. Me movió asiéndome de las tetas resbalando su pene en mi inundada raja, el cual veía salir y ocultarse en mi pelambre. Volteé mi cara para besarlo y sentí cuando entró su tranca en mi vagina, continuó con el movimiento, resbalándome de arriba abajo hasta que me vine otra vez, volviendo a gritar.
Me dejó reposar, con su miembro tieso adentro de mí. Me pidió que me pusiera en cuatro y me cogió de perrito, con mucho brío sacándome un tren de orgasmos hasta quedar exhausta. quedé con la cara en la cama, sollozando y soltando lágrimas, pero las nalgas en vilo porque me detenía con sus manazas de la cintura. Sentía palpitar su verga dentro de mí y pensaba “¡Hasta cuándo se irá a venir este muñeco!”, pero la muñeca era yo…
–Ya no aguanto más, Pepe, déjame descansar –le supliqué débilmente.
Se salió de mí y quedé acostada bocabajo.
–¡Sigues siendo muy bella! y tienes las chiches más grandes –dijo acariciándome lo que de ellas salía de mis costados. Me cubrió la espalda y las nalgas de besos. Me abrió las piernas y se puso a saborear el flujo que me salía. Lamió el periné y su lengua llegó a mi ano. Metió la punta de su ápice lingual varias veces. Pensé que quería cogerme por el culo. “No se te vaya a ocurrir metérmelo por allí”, le dije sin moverme ni abrir los ojos. Me lamió las nalgas y la espalda, también la lengua recorrió la parte sobresaliente de mi busto. Dormí un poco mientras él me contemplaba y acariciaba las piernas.
Por último, cuando dieron las seis. me puso bocarriba, me chupó las tetas mientras me abría las piernas y, sin despegar la boca de ellas, me penetró. Se movió hasta venirse, yo ya no podía sentir orgasmos, pero me dejaba hacer el amor a su gusto. Sentí el calor de su venida, abundante y dejó caer por unos instantes sus casi cien kilos sobre mi cuerpo. Se colocó para acostarse a mi lado y miré un hilo blanco desde mi vagina hasta su pene. No lo pensé dos veces, me incorporé para mamárselo y exprimirle lo que pudiera haberse quedado en cuerpo de su falo. Luego lo besé. “¿Verdad que sabe rico…?”, le dije recordando la vez que probamos su semen.
Pepe y yo cogimos y chupamos muy rico, él eyaculó hasta que el tiempo de concluir se agotaba. Disfruté a ese roperote de voz cálida y envolvente quien me trató con ternura. Nos vestimos, sin bañarnos, ya no había tiempo para más.
Me dejó a una cuadra de mi casa, pero no nos intercambiamos números telefónicos, ni quedamos en volver a vernos. Me dio gusto saldar esa deuda con amor.
¡Qué agasajo! Oye, ¿también le creció el pene?
De por sí, Pepe ya tenía un rabote desde sus quince años. Después estaba mayúsculo, por eso no lo quise por el culo.
¡Sí que eras muy puta! A la menor insinuación dabas las chiches en la escuela, y lo demás… «después, toma tu turno».
No inventes… Sólo los cuatro señalados me las chuparon, pero ninguno de ellos me cogió entonces. Y sí, qué bueno que pude darles gusto después (yo también me lo di).
Pues qué bueno que te pudiste contener para que el estreno fuera de Saúl…
Lo cierto es que en esa etapa, en el bachillerato, casi ninguna era señorita, había muy pocas descorchadas y sin sello de garantía.
Desde luego que corrí peligro de ser desflorada, sobre todo con Felipe, pero yo tenía claro que debería ser Saúl el ganón, por eso nadie más pudo.
De los que «pasearon» conmigo en esa época y me agarraron o chuparon las tetas, fueron seis, o quizá hasta ocho, a quienes les dejé manosearme las tetas. De ellos, sólo los cuatro señalados me las chuparon, pero ninguno me cogió. Por eso me gané fama de «calientavergas», pero no de puta.