Una nueva aventura
A mis 74 años y otro burro más al hato..
No es que quiera presumirles, chicas y chicos, ni darle celos al cornudo, pero en la posada de anoche no me soltaba un doble 5. Ya saben, bailando de todo. Aunque hacía frío, en la sala de baile el clima estaba agradable y lucí mi escote. «¿Bailamos?», me dijo un caballero a quien le iba a decir que no porque le calculé la edad de mi hijo y pensé que podría hacerlo quedar en ridículo. Pero él, quien ya tenía más edad, me había estado observando mientras yo bailaba con otros, generalmente primos y sobrinos. Al momento que le iba a agradecer su intención y decirle que ya estaba cansada, me fijé que traía una erección muy notoria y se me hizo agua la canoa, por lo que dije «sí» y me levanté pasándole las tetas cerquita de las narices, aprovechando la caravana que había hecho.
Desde ese momento, hasta ahora que estamos desayunando, no nos hemos separado. Es más, hasta lo dejé ver cómo yo hacía «pis» antes de meternos a la regadera. Ya se imaginarán que desperté con una trancota dentro de mí, como si toda la noche y la madrugada no le hubiesen sido suficientes para descargarme su amor de muchas maneras; penetrándome, con sus manos en mis chiches, mamando y meciéndose deliciosamente sobre mí.
Pero va la odisea desde el inicio. Mi marido, había aceptado ir a Querétaro a una fiesta con su hermana mayor y su esposo para celebrar sus 56 años de casados de ellos. Pero, para cuando me lo informó, yo me había comprometido con mi tía Elvira para ayudarle a organizar la primera posada de la temporada navideña. Sí que ese sábado, cada quien estaría en una fiesta distinta.
Por cierto, va un paréntesis de un recuerdo: hace 56 años, Saúl y yo fuimos, a petición de mi cuñada, a recibir un refrigerador al departamento donde ellos vivirían, pero en ese momento andaban de Luna de miel y eso era lo único que faltaba para que todo estuviera listo en el nidito cuando regresaran. Aunque sólo llevábamos unos meses de noviazgo, faltó poco para que yo le diera mi virginidad ese día ya que me encueró y me besó y lamió todo el cuerpo, pero no se desvistió. Al chuparme la vagina le exigí que me penetrara y abrí las piernas. Él se percató de que yo aún era virgen y me dijo que quizá conviniera esperar un poco más. En eso se oyó el timbre. El refrigerador había llegado. Cerró la puerta de la recámara para que no me vieran los cargadores y yo me vestí. Ese día no fue, esperé casi un año y medio más para mi inauguración como señora.
Temprano en la mañana, dejé a Saúl en la terminal de autobuses y me fui a comprar lo que todavía nos faltaba para la posada. Regresé a casa donde hice algunas manualidades de adornos; me cambié, eligiendo un vestido escotado y un abrigo, y me fui para llegar a comer con mi tía.
–¿Y Saúl? –preguntó mi tía, viéndome muy arreglada.
–Tuvo que salir a cumplir un compromiso con su hermana –le expliqué.
Mus primos bajaron lo que yo traía en el auto y se llevaron éste a una de sus casas de ellos, para que no estorbara allí.
–Lástima que Roberto haya muerto, pues de seguro que estaría aquí y no te podrías aburrir –dijo, a sabiendas de que su sobrino político había sido mi amante.
Recordé que, en esa época, cuando Roberto y yo andábamos muy acaramelados, ella me había dicho que no debería hacer eso, pues Saúl no lo merecía. En cambio, ahora… Además, ese comentario también me trajo el recuerdo que, según mi prima, la “pelos de elote”, mi tía Elvira también le dio “consuelo” a mi marido cuando estuvimos separados, así que sólo le sonreí y dije “Descanse en paz Roberto”, para concluir con el tema.
Terminamos de hacer los tamales y el ponche mientras otras sobrinas hacían las bolsitas de aguinaldos, los hombres colocaban la piñata a medio patio. Daba gusto ser abuela y ver que ¡la tradición seguía como en los años en que éramos niños!
Los invitados fueron llegando, entre ellos mis hijos y mis nietas, por lo cual lamenté que mi marido no estuviera para disfrutar esta fiesta familiar. Cargamos a los peregrinos, partimos la piñata y servimos los tamales y el atole. ¡Todo perfecto! Luego vino el baile.
Poco a poco se fueron retirando quienes traían niños y no habían alcanzado cuarto ni lugar en la recámara alfombrada con cobijas y almohadas para los niños. Eso sí, se llevaban su “itacate”, tradición familiar mexicana, de tamales y atole.
En el baile, los sobrinos y mi hijo me sacaron a bailar. No sé cuánto bailé, pero sí estaba cansada, además de algo achispada por la bebida. Cuando se retiraron mis hijos, nos tomamos una selfi, incluidos yerno, nuera y nietas para enviársela a Saúl. Me preguntaron si me iba con ellos, les contesté que no, que había traído auto.
–¡Cómo te vas a ir sola en la madrugada! –señaló enérgico mi “niño”
–Pues me quedo aquí, pero aún no quiero irme –contesté con firmeza y nos despedimos con un beso.
Casi enseguida, se acercó un caballero a pedirme que bailara con él. Para mí era un desconocido y le calculé la edad de mi hijo –después supe que tenía 55 años, cuatro más que mi “nene”–. Era guapo, pero para mí era un bebé. Él seguía inclinado frente a mí y con la mano extendida, esperando mi respuesta. Yo estaba sentada y me di cuenta que, de pronto, su mirada resbaló sobre mi pecho y él tuvo una erección nada moderada. No lo niego, sentí que él podría atender muy bien a cualquier mujer.
–¿Bailamos? –insistió viendo que yo me debatía entre decirle que no, per queriendo sentir e roce de su entrepierna en algún giro del baile– Soy amigo de Rogelio (mi sobrino). Mi tocayo me invitó a divertirme pues hace más de un año que no lo hago. “Ven a bailar, tocayo, hay primas y sobrinas quienes lo hacen muy bien”, me dijo Rogelio, y ya vi que usted lo hace muy bien– volví a mirar su turgencia y me levanté.
–¿De verdad te diste cuenta que bailaba bien? –pregunté al sentir su cálida mano en mi cintura.
–Sí, me pareció muy alegre, pero ahora veo que también es muy bella –dijo volviendo a mirar mi pecho de una manera descarada.
–Sí fui muy bella, también de allí, pero hoy ya me ganó la fuerza de gravedad y las pasiones de algunos amantes –confesé–. ¿Por qué tenías más de un año de no divertirte?
–Enviudé hace veinte meses –contestó con un gesto de tristeza, y aunque no pude verlo, seguramente su pene se achicó.
–¡Lo siento! No quise causarte molestia, te notaba muy alegre y dispuesto. ¡Hoy es noche para divertirse! –le dije dándole un beso en la mejilla y llevé su mano con la mía hacia la parte superior de mi escote.
–¡Gracias! Es usted una verdadera dama dijo y besó mi mano.
–Qué amable, pero podría ser tu madre –insistí en que se diera cuenta de que quizá estaba haciendo el ridículo.
–Usted es mayor que yo, pero por muy poco, tengo 55 años, no pudo haber sido mi madre.
–Si te hubiera tenido a los 19, sí –dije para dejarle en claro mi edad.
–¿Casada?
–Sí, pero ¿eso importa para bailar o algo más? –me descaré.
–Depende… ¿Quién es su marido? –preguntó sonriente tratando de ver si alguien nos observaba.
–No te preocupes, no vino –dije y bajé mi mano para sentir el pene sobre su pantalón y vi su gesto de sorpresa–, espero que eso te mantenga alegre… –concluí, y él lanzó una pícara sonrisa provocadora.
Sólo bailamos tres piezas más y ya habíamos “roto el turrón”, así decimos en México cuando hay la confianza para tutearnos, y le dije que ya era suficiente.
–¿Puedo llevarte a su casa? –se ofreció–, aunque quizá tardemos unas horas más en llegar… –declaró lo que quería hacer.
–No te preocupes, no es lejos de aquí –externé y él se puso serio–, pero me gusta más allí y mi marido no está en la ciudad… –Expliqué y su sonrisa volvió, además de su turgencia que yo había cultivado en las piezas que bailamos.
Mientras Rogelio se despedía de mi sobrino y mi tía Elvira, yo me fui a hacer un buen itacate de tamales chiapanecos. Regresé a despedirme de mi tía diciéndole que el amigo del sobrino me dejaría en la casa y mañana, o después, regresaba por mi auto. Ella, con un gesto de incredulidad preguntó “¿Segura?”. Mi respuesta fue acompañada de un movimiento de cejas y una sonrisota: “Sí, parece que es seguro”.
En el trayecto lo convencí de que su dolor lo debería aminorar pues aún le quedaba mucho por vivir “Hoy te lo demostraré”, le dije y le abrí la bragueta para sacarle el pene, con mucho trabajo por lo erguido, y comencé a tomar el presemen con el que ya había humedecido la trusa desde la primera pieza de baile. Eventualmente suspendía la mamada para indicarle el camino, pero continuaba con los jalones de tronco. Al llegar a la caseta de vigilancia, bajé del auto y el guardia me reconoció dejando el paso franco al levantar la barrera. Estaciono el auto donde le indiqué y al bajar me di cuenta que las llaves las había dejado en mi auto. En ese momento bendije a Saúl, quien, a pesar de mis protestas “por inservible”, insistió que colocáramos una chapa de seguridad con código numérico en la entrada de servicio.
–Perdona que entremos por donde lo hacen las sirvientas, olvidé mis llaves –le dije.
–Gustas tomar algo especial mientras seguimos bailando, pero sin ropa… –sugerí.
–¡Qué hermosa te verás, Tita! –exclamó.
–¡Ujujú, no tienes idea! Pero a mí me da lo mismo, porque lo que me importa es lo bella que me siento –declaré con vanidad y me empecé a desnudar.
Metí el itacate de tamales al refrigerador y saqué unos quesos y unas carnes frías. Le di una botella de tinto a Rogelio para que la abriera. “Pero antes te quitas toda la ropa”, le exigí. Puse música y me senté con las piernas cruzadas para ver el show.
Rogelio sirvió las copas, brindamos: “Porque esta noche seas feliz”, dije y levanté mi copa. “Por tu belleza que se ha ocultado del tiempo”, dijo al chocar su copa con la mía.
Bailamos como dos enamorados, sus abrazos y besos me mojaban mucho y el olor de mi vulva hizo que él se hincara y bebiera el flujo que encharcaba ya mis labios.
–¡Sabes a mujer joven! –dijo al ponerse de pie.
–¿Cuántas has probado? –pregunté ante la lisonja.
–Muy pocas, todas antes de casarme y 20 años a mi esposa –confesó sin que la pinga perdiera rigidez.
A media botella de vino, lo tenía mamándome y jalándome las tetas a cada momento y diciendo “Eres bella, Tita” en cada mamada. Lo tomé de la mano y lo llevé a la recámara. Regresé por mi bolsa y sus pertenencias. “Por si alguien nos habla”, expliqué y me tomé una selfi con Rogelio.
–Deja que yo te tome otra –me pidió tomando su teléfono para tomar una de cuerpo completo.
–Envíamela por WhatsAp –le dije y le di mi número.
Al llegarme el mensaje, me acordé que aún no avisaba a mis hijos ni a mi marido que ya estaba en casa. Así que les mandé a mis hijos el mensaje: “Ya estoy en casa. Buenas noches”; y a mi marido: “Ya estoy en casa, me trajeron” y la foto que yo había tomado.
Apenas hice el envío recibí las respuestas de mis hijos deseándome buena noche y luego la de mi esposo: “¡Te amo, mi Nena puta!”
Dejamos los teléfonos y nos metimos bajo las cobijas, que pronto quedaron en el piso. El tipo era un verdadero semental, tantos meses de abstinencia (si acaso unas pajas) sin mujer lo volvieron una fiera. Me recordó la primera noche con mi marido o cualesquiera de mis amantes. Le enseñé varias posiciones, que quizá no sabía y cansados dormimos.
En la mañana sentí sobre mí un cuerpo, pensé que era Saúl, pero por el tamaño y el brío con los que era poseída, recordé que se llamaba Rogelio, aunque por la manera en que mamaba, mientras me fornicaba, podría ser cualquiera otro de mis queridos…
Nos bañamos, en la regadera le ofrecí mi ano y lo tomó gustoso, confesándome que nunca lo había hecho así. Al salir de la ducha, nos secamos uno al otro.
–¿Estuviste feliz? –pregunté ufana de lo que le había hecho sentir.
–¡Sí, muy feliz, pero quiero que nos sigamos viendo! –exigió con vehemencia.
–Sí, pero a lo más durante un año, siempre y cuando me prometes una cosa: Que buscarás una mujer a quien te entregues sin cortapisas.
–¡Te juro que buscaré a alguien como tú! –exclamó.
–Lo siento, no será fácil que encuentres alguien así. Además, yo tengo marido y algunos queridos a quienes atender – le dije al despedirme antes de abrir la puerta para que saliera de la casa.
Le mandé un mensaje a mi marido: “Cornudito, ojalá regreses a tiempo hoy en la tarde para venir a tomar un sabor nuevo de atole, el ingrediente para el saborizante estuvo delicioso cuando lo tomé solo…”
“Ya me di cuenta, Nena. Voy por el atole, y recíbeme con un tamal calientito.”
“Tendré dos, uno chiapaneco y otro con atole.”
Me da gusto que a tu edad te andes tirando a otros burros nuevos (y jóvenes). Has de ser muy bonita para atraer a alguien 20 años menor, en una fiesta donde hay mujeres de la edad del señor.
¿Por qué, al final, dice tu marido «Ya me di cuenta»?, si él no estuvo ahí.
Nunca me sentí fea. Sé que a mi edad no les pareceré bonita los jóvenes (quizá ni encuerada), pero tengo mi pegue con los que andan de 50 hacia arriba.
Eso es fácil de explicar. Recuerda que tiene cámaras en la casa, incluso las vigila a control remoto. Por cierto, cuando llegó, me tiró en la cama donde me bajó los calzones y se puso a degustar el tamal con atolito…
También, al día siguiente, después de ver las grabaciones, me comentó que el galán tenía mucho aguante, pero que, definitivamente, eso se debía a que seguramente «nunca había cogido con una puta tan hermosa como la que tengo en casa».
¡Ay, Tita! ¿No que no te cogerías a los jóvenes? Yo soy un poco menor que Rogelio, dame una oportunidad…
Ja, ja, ja… Quizá algún día, Chicles o tú, o ambos, tengan una oportunidad…
A ver, se me hace raro que te pongas más años. Las mujeres se los quitan, pero tú habías manejado tu edad sin errores. ¿Qué pasó? ¿Te dieron tan duro?
Me gustaría verificar el tono muscular de ese perrito que presumes, ¿qué te cuesta aceptar a alguien con menos añitos que Rogelio?
Eres el único que notó la edad. Bueno, en unos días más, así será, soy de 1950.
Mi marido también se volvió adicto al atole que yo hago, aunque sólo le doy de un sabor…
Si él te lo pide, dale variedad, al fin que le gustas puta.
¡Seduces a los jóvenes (el tal Rogelio es unos dos años menor que yo)! Buen mensaje para quienes pensábamos que es difícil echarse un colágeno de esos, es decir, que puedo echarle los tejos a uno de 30 y tantos y sacarle la sabia en una noche.
¡Te admiro más!
¡Claro que puedes, tienes con qué!