AMANTE DE MI PADRE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Si bien hoy soy un adulto maduro, esta vivencia fue capital en mi vida. Hijo único de un matrimonio joven, viví mi infancia bastante consentido por mis padres, quienes nunca tuvieron una buena relación de pareja.
Como mi madre siempre fue algo distante y fría conmigo, desde muy pequeño tuve un gran apego e intensa vinculación con mi padre. Crecí admirándolo, no sólo por su cariño, compañerismo y dedicación conmigo, sino también por orgullo sabiéndolo tan apuesto. Su hermosura física como hombre y su simpatía eran detalles elogiados por todos, familiares, amigos y gente que nos frecuentaba. De niño, muchas veces mi padre me llevaba a pescar con él, los dos solos (ya que mamá no gustaba de acompañarlo en ese tipo de salidas). Pasábamos fines de semana de pesca, él me enseñaba ese deporte y nos divertíamos mucho. Esas noches, siempre dormíamos juntos, yo abrazado a su cuerpo caliente y fuerte.
Así las cosas, cuando llegué a mis 12 años, mis padres se separaron. Mamá se fue de casa pues tenía otra pareja, incluso se fue con su nuevo compañero a vivir al exterior y fue muy poco el contacto que tuve con ella a partir de esos momentos.
Si bien no extrañé mucho a mi madre (no estábamos acostumbrados a compartir mucho afectivamente con ella), el hecho de la separación fue un fuerte sacudón para mí, más aún porque entraba en la adolescencia con todos los cambios -emocionales y físicos- que eso implica. Ya despertaba mi sexualidad, y fue mi padre quien me enseñó que significaba ese paso y como debía entenderlo y manejarlo.
Al quedar solos, mi apego a él fue mucho mayor. Tenía la ventaja de que mi padre tenía su oficina de trabajo en casa, de forma tal que estaba con él cuando salía al colegio, temprano por la mañana, y también cuando regresaba.
Continuando con la costumbre adquirida de niño, muchas veces dormíamos juntos, tanto a la hora de la siesta -los fines de semana- como en las noches, ya que a veces yo le pedía dormir junto a él. Ahora, siendo adulto, recuerdo y entiendo que al haber explotado mi sexualidad adolescente, mi admiración hacia mi padre iba progresando hacia una atracción erótica. En efecto, cuando dormía junto a él me excitaba observar su rostro varonil, su cabello sano y abundante, su cuerpo musculoso, su calor, sus olores masculinos. Esas sensaciones, estando a su lado en la cama, me provocaban mucha excitación y erecciones. Creyéndolo dormido, llegué incluso a frotarme en su pierna, a pasar mi mano por su enorme y duro bulto, incluso empecé a masturbarme discreta, sigilosamente, pensando que él no lo notaba. En mi fogocidad adolescente, su belleza, su cuerpo y su machumbre me enloquecían.
Así se fueron sucediendo esos hechos, hasta que un día -acostados juntos y creyéndolo yo dormido- luego de frotarme en su pierna y tocar su sexo (notándolo enorme y duro) comencé a masturbarme. Pero, de repente, mi padre se volteó hacia mi lado, despierto. Yo me sobresalté al verme sorprendido, pero él enseguida me rodeó con su brazo mientras que con el otro me contuvo para acariciarme, diciéndome "tranquilo, mi vida, está todo bien, a mi también me gusta estar así con vos, hacelo sin miedo". Con sus caricias y sus palabras en voz baja, fue despejando toda mi inquietud, temor y vergüenza. Con su mano recorría todo mi cuerpo acariciándolo, sin dejar de hablarme y decirme cosas lindas. En un momento incluso me besó el cuello y el pecho y me dijo "te voy a enseñar algo muy lindo". Entonces, cubrió mi boca con su boca y con la punta de su lengua fue separando mis labios e introduciendo su lengua en mi boca hasta que la sentí toda dentro de mi, moviéndose. Eso me produjo una sensación hermosa de excitación, que no conocía todavía. Así siguió y siguió dándome su lengua, acariciándome todo el cuerpo y llevó mi mano a su cabeza para que al mismo tiempo le acaricie el pelo. Recorriendome el cuerpo con su mano, me retiró lentamente el calzoncillo hasta desnudarme y con un rápido movimiento se quitó el suyo.
Recuerdo bien que mi estado de excitación era inmenso, sentía que explotaba. Él lo notó, pues quitó su lengua de mi boca y recorrió con ella todo mi cuerpo, las axilas, el pecho, los pezones, el ombligo, haciéndome templar de placer (tenía una sombra de barba, y al rasparme con ella me estimulaba). Lamió mi sexo (muy erecto) y lo colocó todo dentro de su boca. Me dejó sentir como succionaba y lamía, hasta que me provocó una eyaculación. Ví como mamaba y tragaba todo mi semen. Y no se detuvo, no dejó desacelerar mi estado de excitación.
Se recostó boca arriba y me hizo acostarme sobre su cuerpo, velludo, musculoso, fuerte. Me pidió que siguiera besándolo, dándonos lenguas, y que lamiera sus axilas, sus bíceps (que endurecía para ello), su pecho, mientras me repetía "soy tuyo, soy tuyo, para vos solo, te amo". Llevó mis manos a su sexo, que pude contemplar plenamente por primera vez, sus bolas grandes y perfectas, su hermosa y enorme verga, dura, con el glande completamente descubierto manando líquidos. Me pidió que lo toque, que lo aprete, y me indujo a lamérselo. Luego, me pidió que hiciera lo que él me había hecho rato antes; puso su glande en mi boca y lentamente lo fue introduciendo. Era tan grande su pija que no me entraba sino hasta menos de la mitad, pero succioné con desesperación hasta que sentí que eyacularía. Él quiso apartarme, pero yo mantuve su pija en mi boca y recibí largos chorros de abundante semen espeso y caliente, que tragué.
Sabiamente, no me dio descanso, continuó con sus caricias y palabras tranquilizantes para mantener mi estado de excitación. Esta vez, mientras me besaba con toda su lengua, acariciaba mi ano con las yemas de sus dedos, en forma circular. En un momento me acomodó y comenzó a lamer y chupar mi ano, muy suavemente primero, luego intensamente, salivándolo mucho, raspándome las nalgas con su incipiente barba. Cuando estaba ya muy húmedo, puso uno de sus dedos y empujó. Pese a mi robresalto, me consolaba diciendo "no pasa nada, tranquilo" y siguió metiendolo en mi recto. A los pocos minutos el dolor inicial cedió y fue todo placer, sentir su lengua en mi boca y su dedo moviéndose y revolviéndose dentro de mi culo.
Luego, se sentó en la cama apoyando su ancha espalda en el respaldo. Me hizo sentar sobre él, de frente a él, rodeando su cintura con mis piernas, y apoyó mi ano en su verga. Me abrazó y empujó con su cadera logrando que el glande abriera mi ano. Sentí un intenso dolor, ya que su pija era enorme, pero él me abrazó y me retuvo contra su cuerpo, y siguió empujando. Para atemperar mis quejidos, no sacaba su lengua de mi boca. Así hasta que sentí que todo ese tronco caliente estaba colocado en mi culo. Permanecimos así un rato, hasta que el dolor cedió y me tranquilicé. Allí fue cuando él comenzó a moverse, lentamente primero, más intensamente después, hasta que lanzó un fuerte quejido y eyaculó abundantemente dentro de mi. Permanecimos así abotonados un buen rato, hasta que cuidadosamente retiró su verga de mi ano, ya desvirgado.
Siguieron las caricias, los besos, las palabras amorosas. Yo sentía mi ano abierto, dilatado, y hasta recuerdo haber percibido el semen dentro de mí, como una pelota de tenis que me llenaba.
Ese día, mi padre -ya mi macho- repitió los coitos dos veces más.
No quiero prolongarme. Esa primera experiencia fue hermosa, no traumática para mí. En realidad, yo lo deseaba y si él no hubiera tomado la iniciativa para encausar mi deseo todo hubiera quedado en la fantasía. Sólo que desde ese día, mi padre pasó a ser mi macho, y yo su amante. Tan fuerte era nuestra relación, que desde entonces dejé de dormir en mi cuarto y pasé a estar con él, en el cuarto principal y en su cama, fui su pareja. Fue y es nuestro secreto ante la sociedad.
Yo lo amaba, pero ya no como padre sino como macho, y como tal lo deseaba. Yo mismo lo buscaba día a día, provocándolo, para repetir una y otra vez esos actos de pasión. Como dije, en ese entonces tenía 12 años, y fui su pareja y su amante hasta mis 18 años, siempre con una constante e intensa vida sexual que, al ir siendo yo más grande, se hizo más completa. Mi hombre me copuló en todas las formas imaginables. Mantuvimos en cerrado secreto nuestra íntima relación.
A mis 18 años las cosas cambiaron. Vivíamos en una ciudad pequeña, y debía iniciar mis estudios universitarios. Mi padre había comenzado una relación estable con una mujer y yo no quería estar allí para contemplarlo. Así fue como, con su ayuda, me instalé en la ciudad de Buenos Aires, en casa de familiares, para empezar mi vida universitaria. Me costó mucho no estar con él, mil veces me masturbé recordándolo. Con el tiempo conocí otros chicos, pero ninguno llegaba a satisfacerme sexual y afectivamente como él. Ahora entiendo que en todos los chicos que conocí buscaba el cuerpo y las sensasiones de mi padre. Tardé mucho tiempo en encontrar un hombre que me ayudara a olvidarlo por completo y que lo pusiera nuevamente en la imagen de padre.
Espero que mi historia sea edificante para quien la lea. No todos los casos de incesto son así, pero este no fue traumático.
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