Cosas de niños
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Primero que nada, soy de México, de una localidad del norte del país que es bien conocida por los hombres recios y rudos, donde la putería tiene que estar muy a la sordera porque lo que los hombres hacen es montar a caballo, tomar mucha cerveza y preñar mujeres. Mi nombre es Luis y desde muy temprana edad tuve mucho sexo y hoy quiero venir a contarles lo que recuerdo de la primera, ya que un amigo cercano me convenció. Tengo muchas historias que contar. Cuando yo tenía 7 años, mi padre nos llevó a mi y a mis hermanas a visitar a una tía.
Ella, casada a los 16 años en ese tiempo vivía con su esposo, un cholo a mal venir, y sus 3 hijos varones y una niña. El mayor de mis primos, que se llama Álvaro era para ese entonces un pre-adolescente de 9 años pero con un nivel de vagancia sobre saliente. Su padre, un chacal que no le hacía nada bueno a la sociedad lo dejaba hacer y deshacer. Creo que por eso era mi compañero de juegos ideal, ya que yo soy de una familia conservadora, muy estricta en la que de niño yo prácticamente podía hacer nada. Esos tiempos en que yo era un niño delgado, de cabellos claros, con nada de bellos por todo el cuerpo como ahora. Aunque creo que de mi, lo que a muchos de ustedes les gustaría saber es que sí, yo tenía unas nalguitas bien paraditas y redonditas. Si tuviera enfrente a un niño así, la verdad si lo acariciaba.
Álvaro por su parte, también era muy delgado pero contrario a mi era alto y con cabello completamente oscuro, ah y con una sonrisa pícara. Es curioso recordar como no teníamos bello en ninguna parte del cuerpo, aún éramos niños. Después de llegar a la casa de mi tía, que estaba en una ranchería cercana a la ciudad donde yo vivía, mi padre me dijo que saliera con Álvaro a jugar, total, había mucho campo para correr, por lo que mi primera reacción al oír a mi padre fue darle un golpe en el brazo a mi primo y retarlo a ver quien llegaba hasta el árbol del patio. Obviamente mi primo llegó primero, no sólo por ser más grande y más deportista que yo, sino porque lo que yo no sabía es que el ya tenía un plan.
Al llegar al árbol, mi primo me dijo que tenía algo que quería mostrarme. Yo me imaginé que iba a ser una tarántula, muy común en esa región, o bien cualquier otro animal capturado por un bravucón que intenta llamar la atención pero no, la gran sorpresa que mi primo me tenía eran las revistas porno de su papá. El mismo las había sacado de la basura, donde probablemente mi tía las había puesto. Era increíble ver esas caras de placer en las personas, parecía que cuando tenían la verga dentro esas mujeres era el momento más importante de sus vidas. Los hombres por su parte, era gloriosos, lograr esas faenas con esas mujeres culonas y tetonas debe de ser el mayor logro de cualquiera. Mientras hacíamos comentarios y demás, mi primo me soltó lo que en realidad pretendía al enseñarme ese material pornográfico. Quería que lo hiciéramos él y yo.
Yo a esa edad no sabía que pasaba, nunca se me había ocurrido pensar en el placer de mi cuerpo, mucho menos en el de alguien más. Mi primo por su parte, se notaba que ya sabía de que hablaba. Supongo que a él le habían aplicado la misma otros primos mayores que él, porque de la nada, después de decirme que quería imitar esa revista tomó mi cabeza y me empujo para abajo, yo no sabía que hacer, ni lo que iba a seguir. Ya en el suelo hincado, mi primo dejó de tocarme la cabeza y se bajó el short azul con líneas blancas a los costados que traía, después hizo lo mismo con su calzón tipo trusa gris de una marca irreconocible para mi. Ahí fue cuando comprendí que lo que iba a hacer me cambiaría la vida, que mientras me acercaba lentamente a ese pene flácido y pequeño sería lo que amaría hacer por el resto de mis días. Y así fue que mientras yo me acercaba a ese pene, mi primo, volvió a tocar mis cabellos castaños pero que con ese sol se veían un tanto dorados. Tocó mi mejilla, por lo que sonreí y voltié a verlo, yo desde abajo y el desde arriba, pidiéndome con esa sonrisa pícara de niño travieso que no le dijera a nadie, que me metiera su pito ya, que lo hiciera sentir placer.
Mis labios se entre abrieron, probaron ese olor a meados de niño, y por último engulleron todo ese pequeño trozo de carne, aún blanco, sin nada de bello o circunsición. Completamente novato comencé a chuparlo como según yo veía que lo hacían las mujeres de la revista para caballeros. Álvaro por su parte, seguía tocando mi cabello, pero ahora cerraba los ojos y se mordía los labios, me empujaba a su vientre, un vientre blanco, donde se marcaban las venas de mi primo por lo blanco que era, un vientre firme por tanto fútbol que practicaba él. Me agarré de sus nalgas para ayudarme a moverme y así duramos unos minutos. Estábamos a la intemperie, en el patio de su casa que no está cercado, si hubiera pasado alguien nos hubiera podido apreciar, dos niños semidesnudos intentando tener sexo. En mis recuerdos sólo veo un árbol con maleza alrededor protegiéndonos de que nos pudieran ver desde dentro de la casa, por la ventana de la cocina. Es hermoso como ese sol en el ocaso nos daba todo el ritmo para seguir y seguir. Sin decir mucho, mi primo sólo me voltió y me pidió que me parara, sin más, empujó mi cabeza hacía el árbol, por lo que yo tuve que sujetarme con las manos del tronco.
Ahí estaba yo como regañado por mi hombre, por quien tenía el derecho de bajarme mis pantalones cortos hasta el piso y abrir mis nalgas para meter su verga de un golpe, estaba comenzando a violarme, lo hizo de tajo, sin más y sin decirme nada. Yo no sabía que hacer, sentí una punzada en el culo, mi culto virgen, mi hoyito aún rosado y bien cerrado. Fue pasajera, no sentía gran cosa per estaba excitado, aunque no tanto como mi primo que se puso congo loco y me daba con fuerzas, cada vez más. Solo sonaban mis nalgas al chocar con su abdomen y huevos.
El tiempo pasó y nosotros sin la capacidad de eyacular seguíamos en lo nuestro, la puesta de Sol fue la que se vino e hizo gritar a nuestros padres para que nos metiéramos. Nos asustamos, nos pusimos la ropa y ni siquiera tuvimos que decir que guardáramos el secreto. Era nuestro juego. Al entrar en la casa nos preguntaron que si qué habíamos hecho, y yo sin más, con el humor que siempre me ha caracterizado contesté, cosas de niños, mamá, cosas de niños.
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