Descubrí los secretos de mi madre en las vacaciones
Mi madre y mi padre se separaron, mi madre se mudo a otra casa y fue en unas vacaciones que descubrí su oscuro secreto.
Me llamo David, tengo 21 años. La historia que contaré sucedió cuando tenía 18 años. Vivía con mis padres: Edgar, mi padre de 45 años, y Ana, mi madre tenía 36 años aquel entonces. Mi madre es una mujer hermosa y amable. Físicamente es muy atractiva: mide 1,66, es delgada de tez blanca, su cabello es largo y de color negro, sus ojos son café oscuros, y sus senos son grandes, copa D, los cuales se le ven genial cuando usa escote. Tiene, como dicen, cuerpo de avispa: caderas prominentes, un trasero redondo y firme que suele resaltar con ropa ajustada.
En mi familia no solíamos pasar mucho tiempo juntos. Mi padre se la vivía en su trabajo, y mi madre trabajaba por la mañana y llegaba a casa en la tarde. Pero yo estudiaba en la tarde, así que solo llegaba a cenar, y ese era el único tiempo que compartíamos. Un día llegué a casa y me sorprendió ver a mi padre, ya que era raro verlo. Estaba sentado con mi madre en la cocina; ella estaba llorando. No entendía qué sucedía. Mi padre se veía molesto y estresado. En cuanto me vio, me pidió sentarme en la mesa.
«Hijo, tu madre y yo hemos decidido separarnos,» me dijo mi padre con una voz seria. Me quedé en shock; no entendía qué estaba pasando. Según yo, todo estaba bien entre ellos, o eso pensaba. Mi madre solo lloraba, y le pregunté a ambos el porqué. Ninguno me respondió hasta que mi padre dijo: «Es complicado, hijo. Lo importante es que queremos que sepas que, a pesar de esta decisión, ambos seguimos estando para ti. Esperamos tengas la suficiente madurez para aceptar nuestra decisión.»
«Pero, ¿por qué?» insistí, tratando de entender. Mi madre levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas. «David, a veces las cosas no salen como uno espera,» dijo con voz temblorosa. «Tu padre y yo hemos intentado arreglarlo, pero ya no podemos seguir juntos. Es lo mejor para ambos.»
«¿Y qué pasa conmigo?» pregunté, sintiendo una mezcla de confusión y tristeza. «Tú eres lo más importante para nosotros,» respondió mi padre. «Ambos te queremos mucho y queremos que sepas que, aunque no estemos juntos, seguiremos siendo tus padres y estaremos ahí para ti.»
Mi madre asintió, secándose las lágrimas. «Sí, David. Esto no cambia nuestro amor por ti. Solo queremos que seas feliz y que entiendas que a veces las personas necesitan seguir caminos diferentes.»
Luego de ese acontecimiento, mi madre se fue a vivir a la casa que le habían dejado mis abuelos en la provincia. Literalmente se fue con maletas y nuestro perro. Ambos me dejaron tomar la decisión de con quién quedarme. Después de mucho pensar, decidí optar por quedarme con mi padre, ya que estaba muy acostumbrado a la ciudad y todos mis amigos estaban ahí.
«Mamá, ¿estás segura de que quieres irte?» le pregunté mientras la ayudaba a empacar. «Sí, hijo. Necesito un cambio de aires y creo que esto me hará bien,» respondió con una sonrisa triste.
Después de eso pasaron unos meses. Solo había tenido contacto con mi madre por videollamadas y por teléfono. Se acercaban las vacaciones de verano y mi padre me ordenó que fuera a pasar las vacaciones con mi madre. Estaba un poco disgustado con la idea porque ya había hecho planes con mis amigos, pensaba que iba a hacer estando allá, entre animales y cultivos. Al final, después de una reprimenda de mi padre, terminé yendo a pasar las vacaciones con mi madre. Me fui en autobús. Llegué a un pueblo donde mi madre ya me esperaba. «¡Hola, hijo! Cuánto tiempo,» me dijo en cuanto me vio y se me lanzó abrazándome. «Hola, ¿cómo estás?» le pregunté. «Ahora muy bien, contigo aquí,» respondió.
Luego de eso, fuimos en un carro viejo que había comprado mi madre a la casa. Al llegar, me sorprendí. Nunca había ido a ese lugar. La casa se veía deteriorada. Había un muro que la rodeaba, pero todo cubierto de plantas. Tenía un portón de madera viejo y desgastado. Había un jardín que, a diferencia de la casa, estaba mucho mejor cuidado. También había un viejo almacén de madera donde, según mi madre, mis tatarabuelos guardaban la cosecha.
Entramos a la casa. Todo olía a viejo. Los muebles se veían antiguos y desgastados. La estufa era una de esas viejas que se le echa leña. Mi madre comenzó a darme un tour por la casa.
«Esta es la sala,» dijo, señalando un espacio amplio pero algo oscuro, con muebles de madera que parecían haber visto mejores días. «Y aquí está la cocina,» continuó, entrando en una habitación amplia con una gran mesa de madera en el centro. «Es un poco vieja, pero funciona bien,» comentó, encendiendo la estufa de leña.
«Por aquí está tu habitación,» dijo, llevándome por un pasillo estrecho. «Es un poco pequeña, pero espero que te sientas cómodo.» La habitación tenía una cama individual, un ropero antiguo y una ventana que daba al jardín. «El baño está al final del pasillo,» añadió, señalando una puerta al final del corredor. «Es un poco rústico, pero tiene todo lo necesario.»
«Y esta es mi habitación,» dijo, abriendo una puerta al final del pasillo. La habitación de mi madre era más grande y mejor iluminada. Tenía una cama grande con sábanas de colores vivos y un armario lleno de ropa. «Espero que te sientas como en casa,» me dijo con una sonrisa.
«Gracias, mamá. Es… diferente,» respondí, tratando de ser amable. «Sí, lo es. Pero espero que te guste. Vamos a pasar un buen tiempo juntos,» dijo, tomándome de la mano.
Luego, mi madre me llevó al jardín. Era un espacio amplio y verde, con flores de diferentes colores y árboles frutales. Había un columpio viejo en una esquina y un pequeño estanque con peces. El jardín estaba rodeado de un seto bien cuidado y había un camino de piedras que llevaba a una glorieta en el centro.
«Este es nuestro jardín,» dijo mi madre con orgullo. «Es donde paso la mayor parte de mi tiempo libre. Aquí es donde me relajo y disfruto de la naturaleza.»
En ese momento, tres perros salieron corriendo hacia nosotros. Uno era un pastor alemán llamado Max, y los otros dos eran labradores, uno llamado Chocolate y el otro Sol. Los perros se pusieron muy imperativos, se levantaron de patas y se acercaron mucho a mi madre, moviendo sus colas con entusiasmo.
«¡Hola, mis bebés!» exclamó mi madre, agachándose para acariciarlos. «Este es Max ya lo conoces,» dijo, señalando al pastor alemán. «Y estos son Chocolate y Sol,» añadió, señalando a los labradores. «Son muy juguetones y les encanta recibir atención.»
Los perros me olfatearon «Son muy amigables,» comenté, riendo mientras los perros me empujaban con sus cabezas, pidiendo más caricias.
«Sí, les encanta conocer a nuevas personas,» dijo mi madre, sonriendo. «Y a mí me encanta pasar tiempo con ellos aquí en el jardín. Es mi lugar favorito en la casa.»
Después de un rato, me acerqué a ver qué pasaba. Se escuchaban las risas de mi madre. Al asomarme dentro del baño, vi a mi madre toda empapada. Podía ver sus pezones a través de la playera de lo mojada que estaba. Max estaba igual, pero enjabonado. Ni ella ni Max se habían dado cuenta de que estaba fuera mirándolos. Max parecía muy exaltado, brincaba y se subía a los hombros de mi madre. Ella reía y decía: «¡Estate quieto, Max! No bajes, me lastimas, travieso. Tienes que comportarte, tenemos visitas.»
Pero Max parecía más juguetón de lo que era. Mi madre intentaba lavarlo, pero el perro no paraba de moverse y de lamerle la cara. Ella reía mientras trataba de mantenerlo quieto, pero era una tarea difícil. El baño se llenó de vapor y del sonido de las risas de mi madre y los ladridos juguetones de Max.
Finalmente, mi madre logró enjabonarlo y enjuagarlo. Luego, mi madre se sacó la playera, quedando con los senos al aire. Tomó agua con una jícara y comenzó a echarse agua de la pileta. Se enjabonó, se levantó y se sacó el short, comenzando a enjabonar sus piernas, su trasero y su entrepierna. Me comencé a excitar al verla enjabonarse así que me puse contra la pared para que no me viera. Max parecía más alocado de lo que ya estaba y comenzó a querer subirse sobre ella.
«Basta, tranquilo, Max. Déjame terminar de lavarme,» dijo mi madre, riendo. Pero Max no parecía querer cooperar. «Está bien, está bien. Tus ganas,» dijo mi madre, y observé cómo comenzó a acariciarlo por el lomo. Max se calmó un poco, pero seguía moviéndose inquieto.
Mi madre se levantó y cerró la puerta. Solo escuchaba la voz de mi madre. «Ya voy, ya voy. Qué impaciente eres, Max,» dijo mi madre. La imaginaba enjabonándose, el agua corriendo por su cuerpo, y sentí una oleada de deseo. Max ladró y pude escuchar el sonido del agua cayendo y las risas de mi madre. «Espera, espera, me vas a lastimar,» dijo mi madre, y luego escuché unos pequeños quejidos y leves gemidos de mi madre. Los sonidos eran ambiguos y se mezclaban con el sonido del agua.
Como una hora después, mi madre salió del baño, con el cabello mojado y una toalla envolviendo su cuerpo. Max la siguió, con el pelaje brillante y limpio. Mi madre me miró y sonrió, sin saber que había estado espiándola. «¿Todo bien, David?» preguntó, y yo asentí. «Sí, mamá. Todo bien,» respondí, y ella me dio un abrazo, con el pelo aún húmedo y el olor a jabón fresco. «Me alegra que estés aquí, hijo. Vamos a pasar un buen tiempo juntos,» dijo.
Pasaron unos días. Mi madre siempre estaba en casa y me comencé a preguntar cómo se ganaba la vida. Sabía que mi padre le pasaba algo de dinero, pero no era mucho. Mientras exploraba la casa, decidí entrar al viejo almacén de madera. La puerta estaba un poco oxidada y crujió al abrirse. Encendí la luz y comencé a subir las escaleras de madera. El almacén olía a polvo y madera vieja. Al llegar arriba, vi que el espacio estaba dividido en varias secciones. Una de ellas parecía ser un taller, otra un almacén de herramientas y muebles viejos, y al fondo, una puerta cerrada.
Me acerqué a la puerta y la abrí lentamente. Al entrar, me quedé sorprendido. Era una habitación oculta, con una cama en el centro, rodeada de luces suaves y velas encendidas. En una esquina, vi varias botellas de lubricante y accesorios que nunca había visto antes. En el fondo, había una cámara montada en un trípode y un equipo de grabación profesional.
Me acerqué a la cama y toqué las sábanas. Eran suaves y parecían nuevas. Miré a mi alrededor y vi que todo estaba impecablemente limpio y ordenado. En una mesa, había maquillaje, ropa interior de encaje y varios disfraces. En ese momento, escuché pasos en las escaleras. Me escondí rápidamente detrás de una cortina y esperé.
Mi madre entró en la habitación, seguida por Chocolate y Sol. Comenzó a desvestirse lentamente, dejando caer su ropa al suelo. Se puso un conjunto de lencería negra que realzaba sus curvas, y se maquilló y peinó, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Luego, se puso un antifaz y se acercó a la cámara, comenzando a grabar.
Comenzó a moverse sensualmente, tocando su cuerpo y haciendo poses sugerentes. Los perros la observaban desde una esquina, moviendo sus colas con entusiasmo.
Me quedé escondido, observando todo con una mezcla de curiosidad y excitación. No podía creer lo que estaba viendo. Mi madre, la mujer que siempre había conocido como amable y cariñosa, ahora se mostraba de una manera completamente diferente. Grabó varios videos, cambiando de ropa y de poses, siempre manteniendo esa actitud sensual y provocativa.
«Vengan aquí, mis chicos,» dijo mi madre con una voz suave, llamando a los perros. Chocolate y Sol se acercaron a ella, lamiéndole las manos y el rostro. Mi madre los acariciaba y reía mientras ellos la rodeaban. De repente, noté que la situación se volvía más íntima. Mi madre se acostó en la cama y los perros se subieron sobre ella, lamiéndola y moviéndose de manera inquietante.
«Chicos, tranquilos,» dijo mi madre con una voz suave, pero los perros parecían excitados y no paraban de moverse. Observé con asombro cómo mi madre comenzaba a acariciar a los perros de manera más íntima. Chocolate, el más grande de los dos, comenzó a lamerle el cuello y los senos, mientras Sol se acercaba a su entrepierna, olfateando y lamiendo.
«Así, mis chicos,» susurró mi madre, acariciando sus cabezas. «Sí, justo ahí.» Chocolate continuó lamiendo sus senos, mientras Sol comenzaba a lamer su vagina. Mi madre gemía de placer, arqueando su espalda.
«Más, más,» jadeó mi madre, sus manos apretando las sábanas. «Sí, justo así.» Luego, mi madre se puso en cuatro sobre la cama, levantando el trasero. Chocolate, excitado, comenzó a montarla, con su pene erecto buscando la entrada de mi madre. Ella, con los ojos cerrados, guió al perro, ayudándolo a penetrarla. Sol se retiró y observaba la escena con curiosidad.
«Sí, así,» gritó mi madre, sus caderas moviéndose al compás de Chocolate. «Más fuerte, más rápido.» Las embestidas de Chocolate eran cada vez más profundas. Mi madre gemía y jadeaba, su cuerpo cubierto de sudor. En ocasiones, ponía gestos de dolor.
Sol se acercó y comenzó a lamer su rostro, mientras Chocolate continuaba penetrándola. Mi madre, en un estado de éxtasis, comenzó a sacar la lengua, parecía como si de alguna forma se estuvieran besando.
«Sí, sí, así. No pares, no pares, Chocolate,» decía mi madre al notar los movimientos cada vez más rápidos del perro, llevó a mi madre al orgasmo. Ella gritó, su cuerpo temblando de placer, mientras el perro continuaba moviéndose dentro de ella. De pronto, se detuvo. Chocolate se quedó arriba de ella, montándola pero sin moverse, solo sacando la lengua y jadeando. Luego, él se dio la vuelta y con un jalón salió de ella. Mi madre pegó un grito cuando el perro sacó su pene.
Después de unos momentos, mi madre se acercó a Sol, quien la observaba con curiosidad. Se colocó frente a él y comenzó a acariciar su cabeza. Sol, excitado, movía su cola con entusiasmo. Mi madre, con una sonrisa sensual, comenzó a acariciar al perro entre sus patas traseras. Poco a poco, salió su pene rojo. Mi madre se agachó y comenzó a lamer el pene de Sol. El perro se acercó más, permitiendo que mi madre lo tomara completamente en su boca. Mi madre movía su cabeza hacia adelante y atrás, mientras Sol movía sus caderas.
«Así, mi chico,» susurró mi madre, disfrutando del momento. «Sí, justo así.» Sol, cada vez más excitado, comenzó a moverse más rápido. Mi madre, con una mano, acariciaba sus testículos, mientras con la otra, guiaba el movimiento de Sol. Finalmente, Sol llegó al clímax, gimiendo y moviéndose espasmódicamente. Mi madre, sin dejar de lamer, tragó todo lo que Sol le ofreció, al punto que se le escurría por la boca.
Me sentí incómodo y confundido, pero me sentía muy excitado viendo lo que hacía mi madre. No sabía qué pensar ni cómo sentirme. En eso, mi madre se percató de que se movía la cortina. «¿David?» gritó, y yo me quedé helado. «¿Qué estás haciendo aquí?» preguntó, su voz llena de sorpresa y enojo. Traté de dar una explicación, pero estaba muy alterada. «¡Mamá, lo siento! No quería espiarte,» dije, intentando justificarme. «¡Vete a tu habitación ahora mismo!» me gritó, su rostro rojo de ira. «Mamá, por favor, déjame explicarte,» supliqué, pero ella no quería escuchar. «¡Te dije que te largues a tu habitación!» me volvió a gritar, y no tuve más remedio que obedecer. Salí de la habitación, perdido en mis pensamientos y con el corazón acelerado.
Unas horas después, escuché unos suaves golpes en mi puerta. Era mi madre, con el rostro serio pero con una expresión más suave. «David, puedo entrar?» preguntó en voz baja. Asentí, y ella se sentó en la cama a mi lado. «Hijo, necesito hablar contigo,» dijo, tomando mi mano.
«Mamá, lo siento mucho. No quería espiarte,» dije, sintiendo una mezcla de vergüenza y confusión. «Lo sé, hijo. Pero necesito que entiendas algo,» respondió, mirándome fijamente. «Tu padre y yo nos separamos porque él me descubrió haciendo algo similar con Max. Fue un error, y lo siento mucho. No quería que te enteraras de esta manera.»
«¿Qué quieres decir?» pregunté, sorprendido. «Quiero decir que tu padre me encontró en una situación comprometedora con Max. Fue un momento de debilidad, y él no pudo entenderlo. Decidió que era mejor separarnos.»
Mi madre comenzó a llorar, sus hombros temblando mientras las lágrimas corrían por su rostro. «Por favor, David, no te alejes de mí,» suplicó. «Mamá, nunca me alejaré de ti,» respondí, abrazándola fuerte. Podía sentir su cuerpo temblar contra el mío. Tenerla así de cerca y recordar lo que había visto hizo que comenzara a excitarme. Mis manos empezaron a moverse por su espalda, acariciando suavemente su piel.
«Gracias, hijo,» murmuró, su voz apagada por el llanto. Comencé a besar su cabello, inhalando su aroma familiar. Mis manos bajaron lentamente por su espalda, sintiendo cada curva de su cuerpo. Llevaba una falda, y sin pensarlo, metí mi mano por debajo. Ella se tensó por un momento, pero no se apartó. En cambio, su respiración se volvió más profunda, y pude sentir cómo su cuerpo respondía al mío.
«David, ¿qué estás haciendo?» preguntó en un susurro, pero no había reproche en su voz, solo curiosidad. «Shh, solo déjate llevar,» respondí, mi voz ronca por la emoción. Mis dedos encontraron la elástica de su ropa interior y la deslicé hacia un lado, explorando su piel suave y cálida. Ella gimió suavemente, su cuerpo arqueándose hacia el mío.
«David, esto está mal,» dijo, pero sus palabras fueron contradichas por la manera en que su cuerpo se presionaba contra el mío. «Lo sé, mamá, pero no puedo evitarlo,» respondí, besando su cuello. Mis dedos encontraron su vagina, y pude sentir cómo se humedecía bajo mi toque. Comencé a mover mis dedos lentamente, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.
«David, por favor,» susurró, pero no estaba seguro si estaba pidiendo que parara o que continuara. Decidí seguir mi instinto y continué explorando su cuerpo, besando su cuello y sus hombros. Su respiración se volvió más rápida, y pude sentir cómo su cuerpo se tensaba con cada movimiento de mis dedos.
«Déjate llevar, mamá,» susurré en su oído. «Solo siente.» Y así, en la intimidad de mi habitación, te desnudarías para mí. Ella no me dijo nada, solo se levantó y comenzó a quitarse la ropa lentamente, disfrutando cada movimiento. Primero, se desabrochó la blusa, botón por botón, dejando al descubierto su piel suave y sedosa. Sus senos, grandes y firmes, se movían ligeramente con cada movimiento que hacía, y sus pezones, ya erectos, se asomaban tentadoramente.
Luego, se bajo la falda y la deslizó por sus caderas, revelando un par de bragas de encaje negro que realzaban sus curvas. Se dio la vuelta, dándome una vista completa de su cuerpo, se agacho dejando ver su culo, su ropa interior la deslizó por sus piernas largas y delgadas quedando completamente desnuda frente a mí.
Se acercó a mí, su cuerpo moviéndose con una gracia sensual. Le indiqué que se sentara en la cama y abriera las piernas. Ella enseguida lo hizo, sin dudar ni un momento. Se recostó en la cama, sus piernas abiertas, invitándome a explorar cada rincón. Sus ojos, llenos de deseo, me miraban fijamente, esperando mi siguiente movimiento.
Me acerqué a ella, mis manos recorriendo su cuerpo, sintiendo cada curva y cada pliegue. Mis labios encontraron los suyos, y nos besamos profundamente, nuestras lenguas entrelazándose en un baile de pasión. Mis manos bajaron por su cuello, acariciando su piel suave, y luego se detuvieron en sus senos. Tomé uno de sus pezones en mi boca, chupándolo y lamiéndolo, mientras mi mano jugaba con el otro. Ella jadeaba, sus manos agarrando las sábanas con fuerza, mientras el placer recorría su cuerpo.
Mis besos continuaron bajando, explorando su vientre plano y sus caderas redondeadas. Finalmente, llegué a su entrepierna, y mi lengua encontró su clítoris, ya hinchado y sensible. Lo lamí suavemente, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba de placer. Ella gemía y jadeaba, sus caderas moviéndose al ritmo de mis caricias.
Introduje un dedo en su vagina, sintiendo cómo se contraía alrededor de mí. Luego, otro dedo, moviéndolos lentamente al principio, y luego más rápido, mientras mi lengua continuaba su trabajo en su clítoris. Ella gritaba de placer, su cuerpo temblando de deseo.
«Más, más,» jadeó, sus manos agarrando mi cabeza, guiándome hacia donde más lo necesitaba. Aumenté el ritmo, mis dedos y mi lengua trabajando en perfecta sincronía, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Su cuerpo se tensó, y un grito de placer escapó de sus labios mientras llegaba al clímax. Su cuerpo se convulsionó, y una lluvia de fluidos mojó mis dedos y su entrepierna, empapando las sábanas.
Mientras ella se recuperaba del orgasmo, me desnudé rápidamente. Ya tenía una erección, y mi pene palpitaba de deseo. Sin pensarlo dos veces, tomé sus piernas y las abrí aún más, exponiendo su vagina húmeda y lista. Me posicioné entre sus piernas, sintiendo el calor de su cuerpo. Con una sola embestida, penetré su vagina, que estaba tan mojada que mi pene entró con facilidad, deslizándose profundamente dentro de ella.
Ella gritó de placer, sus ojos abiertos de par en par, mirándome con una mezcla de sorpresa y deseo. Comencé a moverme lentamente, disfrutando de la sensación de su vagina apretando mi pene. Mis embestidas eran profundas y rítmicas, y cada movimiento hacía que ella gimiera y jadeara de placer.
«Sí, así,» susurró, sus manos agarrando mis brazos con fuerza. «Más fuerte, más rápido.» Aumenté el ritmo, mis caderas moviéndose más rápido y con más fuerza, penetrándola profundamente. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, mezclándose con nuestros gemidos y jadeos.
Sentía cómo su vagina se contraía alrededor de mi pene, apretándolo con fuerza, aumentando el placer. Mis manos se movieron a sus senos, masajeándolos y jugando con sus pezones, lo que la hacía gemir aún más. Mis labios encontraron los suyos nuevamente, y nos besamos profundamente, nuestras lenguas entrelazándose en un baile de pasión.
El placer era intenso, y podía sentir cómo me acercaba cada vez más al orgasmo. Mis embestidas se volvieron más desesperadas, más rápidas, y más profundas. Ella gritaba de placer, su cuerpo moviéndose al compás del mío, buscando más y más.
Finalmente, llegué al clímax. Un grito de placer escapó de mis labios mientras mi pene se convulsionaba, liberando una carga caliente y abundante dentro de ella. Mi cuerpo se tensó, y cada músculo se contrajo mientras el orgasmo recorría mi cuerpo.
Ella, sintiendo mi liberación, también llegó al orgasmo nuevamente, su cuerpo convulsionándose y sus jugos fluyendo, empapando aún más las sábanas. Nos quedamos así, nuestros cuerpos unidos, disfrutando de las últimas olas de placer.
Me iba a separar de ella, pero me atrapó con sus piernas y con su mano me abrazó. «No aún no te alejes,» me dijo, su voz suave y llena de deseo. «Quiero que te quedes un momento más así.» Me besó y me sonrió con su rostro rojizo, sus ojos brillando de felicidad y satisfacción.
«Prométeme que se volverá a repetir esto,» me dijo, su voz llena de esperanza. Sin pensarlo dos veces, le respondí: «Sí, eso es lo que yo también quiero.» Ella comenzó a acariciar mi cabello, sus dedos enredándose en mis mechones. «Ya eres todo un hombre, hijo,» susurró, su voz llena de orgullo y amor. «Estoy muy feliz de convertirme en tu mujer.»
Nos quedamos así, abrazados, nuestros cuerpos aún unidos, disfrutando del momento. Podía sentir su corazón latiendo contra mi pecho, y su respiración lentamente volviendo a la normalidad. Mis labios encontraron los suyos nuevamente, y nos besamos suavemente, un beso lleno de amor y gratitud.
«Te amo, mamá,» susurré, mi voz llena de emoción. «Y yo a ti, David,» respondió, sus ojos llenos de lágrimas de felicidad. «Siempre he estado aquí para ti, y siempre lo estaré.»
Le pedí que regresara a la ciudad. Ella se quedó pensativa y me respondió: «No es fácil, amor.» Pero luego añadió: «Pero lo pensaré. Vale.»
El resto de las vacaciones continué teniendo sexo con ella. Luego regresé con mi padre. Hasta que un día, estaba regresando a casa cuando me llamó mi madre. «Hijo, ven a esta dirección,» me dijo. Sorprendido, le pregunté si estaba en la ciudad. «Solo ve a esa dirección. Aquí te espero,» me respondió.
Dejé mis cosas y salí de camino a donde mi madre me había dicho. Cuando llegué, era una casa pequeña. Toqué el timbre y salió mi madre. Me abrazó en cuanto me vio. «Hice lo que me pediste, amor,» me dijo. «Vendí la casa del pueblo y me alcanzó para pagar esta casa. Aunque aún me falta hacer unos pagos, pero eso es lo de menos.»
Entramos a la casa y vi que también estaban los perros. «No te encela que estén conmigo, ¿verdad, amor?» me preguntó. Le dije que no, que podría tener sexo con ellos sin problema, siempre y cuando yo fuera su único hombre. No habría problema. Ella se rio y dijo: «Vale, es justo el trato.»
Ese día me quedé con ella. Era ya de noche y estábamos en su cama. La habitación estaba iluminada por una luz suave y cálida, creando un ambiente íntimo y sensual. Ella, con su cabello suelto y sus ojos llenos de deseo, comenzó a hacerme sexo oral. Yo estaba recostado en la cama, disfrutando de cada movimiento de su lengua y sus labios, que trabajaban en perfecta sincronía para llevarme al éxtasis.
En eso, vi como Max, el pastor alemán, se metía a la habitación. Sus ojos brillaban con curiosidad y excitación mientras se acercaba a mi madre. Comenzó a olfatear su trasero, y ella empezó a gemir suavemente. «Ya me está lamiendo,» me dijo mi madre, su voz llena de placer.
Max, con su lengua áspera, recorría el trasero de mi madre, haciendo que ella se estremeciera de deseo. En eso, vi como Max intentó montarla, pero no lograba su cometido. «Déjame ayudarte,» le dijo mi madre, su voz llena de lujuria. Vi como pasó su brazo por debajo y lo guió a su entrada. Con un poco de esfuerzo, Max finalmente logró penetrarla.
En cuanto la penetró, el perro comenzó a moverse como loco, sus embestidas rápidas y frenéticas. Mi madre gemía de placer, pero continuaba chupando mi pene, su boca trabajando con una habilidad que me llevaba cada vez más cerca del orgasmo. La escena era intensa y erótica. Mi madre, con su boca trabajando en mi pene, y Max, moviéndose frenéticamente detrás de ella, hacían que el placer fuera aún más intenso.
Podía sentir cómo su boca me llevaba cada vez más cerca del orgasmo, mientras los gemidos de mi madre y los movimientos de Max aumentaban la excitación. El sonido de nuestros cuerpos, el olor a sexo y el calor de la habitación me envolvían en una nube de deseo.
Finalmente, no pude aguantar más. Con un grito de placer, liberé mi carga en la boca de mi madre. Ella tragó todo, sin dejar de mover su cabeza, asegurándose de que no perdiera ni una gota. Max, en su propio éxtasis, continuó moviéndose hasta que finalmente se detuvo, jadeando y exhausto quedando pegado a mi madre
Nos quedamos así, nuestros cuerpos sudorosos y satisfechos esperando que Max saliera de mi madre, ella pegó un grito cuando el salió de ella, Mi madre se recostó a mi lado, con una sonrisa de satisfacción en su rostro. «Te amo, David,» susurró, acariciando mi pecho. «Y yo a ti, mamá,» respondí, besando su frente.
La habitación estaba llena de un silencio cálido y reconfortante, solo interrumpido por nuestras respiraciones lentamente volviendo a la normalidad. Nos abrazamos, disfrutando del momento de intimidad y conexión que habíamos compartido.
Las visitas a mi madre eran muy seguidas en una semana estaba 4 días con ella y en ocasiones hasta 6, cuando pensábamos que todo estaba perfecto la vida nos dio un regalo que que mejoró mucho más nuestras vida mi madre había quedado embarazada en ese entonces ya tenía 20 años y estaba por terminar la universidad, actualmente tengo 21 y mi madre 39 y tenemos un pequeño, que ante lo ojos de mi padre es mi medio hermano pero solo mi madre y yo sabemos la verdad.
Excelente relato!! Muy Buena redaccion, una mezcla de fantasias eroticas, descubrir una hembra dejarse penetrar por mascotas, y mas aun que sea tu mama de buen cuerpo y el climax entrar en ella y venirse !!! ufff que morbo y delicioso!! quien para compartir? telegram @vivabaja
Interesante relato. Se lee rápido y resulta muy morboso y excitante, me ha gustado, creo que se presta a tener alguna continuación. Una aclaración, las cámaras en la habitación de la antigua casona, tenían una razón? Quizás la venta de esos videos grabados? Gracias y Felicidades por el relato.
Excelente, felicitaciones
Ufff espectacular… Tiene de todo