Hijas Emprendedoras (3 de 9)
Cuando le preguntó a Jazmín qué le gustaría para su cumpleaños número 18, la adolescente fue muy contundente… —Quiero que me desvirgues, papito. Y como hombre de palabra, Gerardo Valenzuela, le cumpliría..
Cuando le preguntó a Jazmín qué le gustaría para su cumpleaños número 18, la adolescente fue muy contundente…
—Quiero que me desvirgues, papito.
Y como hombre de palabra, Gerardo Valenzuela, le cumpliría.
Tenía que encontrar una forma de desaparecer con su hija sin que su mujer sospechara, y la mejor excusa fue la que salió de su hija mayor, María.
—Como Jazmín y yo tendremos 18, queremos ir a un antro, pero solas —explicó a su madre la cómplice, era la excusa perfecta porque su madre seguramente diría…
—¿Qué? ¿Solas? No, no puede ser, que tengan 18 no las hace adultas, están locas…
Lo que le daría la oportunidad a su padre para intervenir…
—No te preocupes, mujer, yo las llevo y me quedo afuera mientras ellas se divierten. Si pasa algo, yo estoy allí.
¡Bingo! La madre al menos quedaría más tranquila sabiendo que el padre podría socorrer a sus nenas si algo ocurría o si estaban en peligro, el plan perfecto para escaparse varias horas.
Limpio, peinado de medio lado, con la barba recortada, la ropa de vestir planchada (que solo usaba para bodas y bautizos) y la verga morcillosa por la expectativa de una noche caliente, esperaba a que sus hijas estuvieran listas. Salieron tomadas de la mano, olían a sus splash florales de Victoria’s Secret e iban vestidas como pequeñas proxeneta con sus vestiditos entallados y minúsculos.
María, tenía un apretado vestido negro con muchas arrugas a los costados, cubría hasta su cuello y brazos completos, pero la espalda estaba descubierta hasta el nacimiento de esas grandes y voluptuosas nalgas de mula; su Potrita estaba lista para ser montada allí mismo, porque no llevaba ropa interior, y al sentarse se podía ver su cuevita rasurada detrás de esas piernas gruesas y definidas.
La cumpleañera, llevaba un conjunto de dos piezas, un top de cuerina roja y una falda igual de ajustada, siguiendo los consejos de su hermana, ella sí se puso un conjunto de lencería de cuatro piezas debajo: medias, liguero, tanga y bralette, todo en un tono rojo granate que a su papito volvería loco.
Ambas iban con unos labios rojos resaltando su grosor y unas piedritas brillantes rodeando sus párpados superiores, sin mucho color, atrayendo toda la atención a esos labios de mamadoras y esos ojos de gatas con melenas castañas suelas en su espalda. Iban listas para la guerra y su mamita lo sabía, así que quiso regresarlas, pero Gerardo se opuso firmemente y le exigió respetar sus derechos a “expresarse” y “explorar” su juventud como ella lo había hecho, en pocas palabras, le dijo a su mujer que ella había sido bien puta a la edad de sus hijas.
Tomaron un taxi y las nenas iban emocionadas en el asiento de atrás, Jazmín no dejaba de irradiar emoción y María le susurraba cosas al oído, ya se podía hacer una idea Gerardo de las cosas que le decía, o enseñaba: cómo moverse, cómo relajarse, lo que a él le gustaba, qué decir para calentarlo; María ya se las sabía de todas todas.
—¡Ay! Éstas chamacas de ahora cómo crecen, ¿qué le pondrán al pollo? —dijo casualmente el taxista mirando por el retrovisor a las jovencitas en el asiento trasero. Gerardo a su lado, las miró sobre su hombro y se fijo que la rajita de María podía adivinarse desde esa distancia; excitado por el exhibicionismo de su hija le siguió el juego—. Con todo respeto, jefe, pero que b… bonitas están sus hijas.
—¿Verdad? ¿Cuál le gusta más?
El taxista lo miró con desconfianza, era un hombre joven, veintimuchos, nada bien parecido pero robusto y de buen cuerpo, seguro se gozaría a muchas jovencitas pero ninguna como sus nenas.
—No le quiero faltar el respeto, jefe.
—No te preocupes —insistió, las chicas seguían con sus juegos en el asiento de atrás sin prestarles atención—, si a ellas les gusta. Mira. María —se giró sobre el hombro—, abre las piernas para que el taxista te vea bien, hija.
Un poco aturdida por la solicitud repentina, María tardó un poco en reaccionar, pero luego sonrió y abrió sus piernas, gustosa, con una sonrisa casi maquiavélica hacia el retrovisor. El taxista casi se sube a una acera de la impresión al ver semejante chocho al descubierto. Jazmín lanzó una risita pícara y burlesca ante la turbación del taxista.
—Ahora tú, Jazmín, abre las piernas.
El taxista acomodo el retrovisor, bajó la velocidad y la jovencita abrió las piernas y subió una sobre la pierna de su hermana, debajo estaba la braguita transparente dejándole ver una idea de su coñito virgen. Ambas sonrieron, apoyadas de espaldas en el asiento, juguetonas y calientes, sus tetas estaban apretadas debajo de esos ajustados vestidos, como putas invitando a que las penetren.
—¿Cuál te gusta más? —volvió a preguntar Gerardo, tuteándolo.
El taxista tragó grueso, se acomodó el pantalón, iba demasiado despacio para esa calle, por fortuna no había tráfico. Las jovencitas seguían de piernas abiertas esperando una respuesta.
—María —respondió el taxista—, pero Jazmín está preciosa, es una pregunta difícil, jefe.
—Ya, yo también tengo ese problema. —Gerardo, queriendo llevar al límite la situación, se inclinó sobre su hombro de nuevo, bastó una mirada para que las dos jovencitas volvieran a sentarse con las piernas cerradas, el chocho de María seguía dando guiños a quien quisiera ver—. ¿Te has cogido a una morrita así de buena como mis hijas?
—N-No, jefe, nunca he tenido la suerte.
—¿Y te gustaría?
En ese momento, las dos chiquillas se carcajearon de algo que se decían en susurros, poniendo aún más nervioso al taxista, estaban cerca de la dirección, sólo unos cuántos semáforos en rojo y llegarían al destino.
—Sería un sueño, jefe, tener a una cosita tan rica.
—Estaciónate en el primer callejón que veas —ordenó—, será rápido.
—María.
—¿Sí, papito? —preguntó su hija con voz inocente.
—¿Quieres que te coja el señor?
Intercambiaron miradas por el retrovisor, la putita se mordió el labio y asintió sin apartar la vista del taxista, obedeciendo a su papito.
Pocos minutos después se aparcaban en reversa en un callejón rodeado de botes de basura, hediondo y húmedo, Jazmín y María salieron cada una por un lado, Gerardo tomó la mano de la cumpleañera y se dirigió a la cajuela donde Maria llevaba de la mano al taxista y meneaba sus caderas como una serpiente, su hija mayor se inclinó sobre la cajuela como la putita experta que era, se subió el vestido con lentitud, develando debajo el par de orbes que invitaban a perderse entre ellos, apoyó sus manos sobre la cajuela y esperó como buena putita a que la cogieran como todos los días esperaba por una verga en su cabina en el HOUSE OF FUN, el taxista no tenía idea lo que costaba ese polvo en realidad.
—Con condón. —Es lo único que dijo, y añadió—: La única leche que puedo recibir es la de mi papito.
Gerardo tomó a su hija menor, la colocó frente a él, por la diferencia de alturas (pese a los tacones altos), su coronilla daba bajo su barbilla; sus manos rodearon su cintura y la atrajo hacia él. Le dio su celular para que grabara.
—Tu hermana es una puta —le dijo en un susurro, mientras la cámara encuadraba al taxista, cuyo nombre ni se molestaron en preguntar, que acariciaba el culo del polvo más caro de la ciudad, estaban a sólo unos pasos—. Cobra porque la usen como una cubeta de semen, ¿ya te lo contó? —La atrajo hacia su erección y comenzó a acariciarle las tetitas sobre la ropa, viendo la erótica escena frente a ellos que quedaba inmortalizada en el dispositivo.
—Sí, papito, me dijo que así me pagó mi ropa.
—Después de hoy, vas a ser mi putita, como ella —continuó explicando mientras el taxista se bajaba el pantalón y sacaba una verga semierecta aún, patético, teniendo a un culazo enfrente, debería estar como él, duro como una vara—, te voy a coger cuando quiera y hasta sacarme la leche, ¿entendido?
—Sí, papito, ¡ah! —suspiró su nena, extasiada por las caricias de sus pezones, la cámara se desenfoco ante su temblor. Aquel taxista se inclinaba sobre el coño de su nenita y se la metía despacio mientras María miraba fijamente a los ojos de su padre, Jazmín se acercó para hacer zoom y captar el momento de la penetración en ese coñito moreno, rasurado y húmedo, el glande entraba, una verga más bien delgada que se perdía en aquel agujero calentito. Enfocó la cara de su hermana y ésta sonrió, inclinándose más y sacudiéndose antes las embestidas del taxista, saco la lengua y gimió para la cámara. Aquel hombre tenía el mejor día de su vida con aquel culazo de 19 años, azotó con su palma abierta, una, dos, tres veces, ese culo rebotaba como gelatina cuando él la penetraba. Jazmín volvió a alejar el enfoque y lentamente volvió a los brazos de su papito, quién esta vez escabulló una mano entre sus piernas hacia su chocho húmedo y caliente, acariciando su rajita de arriba abajo mientras masajeaba una de sus tetitas.
—Te voy a dar a quien yo quiera que te coja y voy a cobrar, porque eres mi putita, ¿entendido? —Todo quedaba grabado, cada palmo de conversación.
—Sí, papito… Mmm…
—Sí, ¿qué? —gruño, tomándola de la base de la nuca con un poco más de fuerza, sorprendiéndola pero sin hacerle daño. Jazmín le miro a los ojos, la cámara enfocó lo alto de los edificios y el cielo nocturno.
—Sí, soy tu putita, papito.
—Buena niña, ahora, tócame sobre el pantalón mientras ese imbécil se corre. No aguanta nada.
—Sí, papito —respondió ella, y diligentemente acariciaba a su papito mientras éste la manoseaba bajo la falda, la cámara temblaba, era difícil el enfoque. Aquel pobre taxista no soportó mucho tiempo el placer de tener su verga dentro del coño apretadito de María, quien también se movía para hacerlo sufrir aún más con su twerk que tanto practicaba en sus TikToks, se corrió dentro de ella con un sonido ridículo y salió de ella. Su papito le dio una palmada en el culo y Jazmín se acercó a graba el coño enrojecido y húmedo de María, esta se acomodó el vestido y miró a la cámara para, como una perrita, sacar la lengua y lanzar un beso con esos labios gruesos y rojos. La grabación terminó. Ambas se acercaron al lado de su papito, una a cada extremo.
—Gracias, jefe, de verdad gracias —decía el taxista mientras se acomodaba el pantalón, aun jadeaba como un perro.
Gerardo se sacó la billetera y de allí una tarjetita con su nombre y número de teléfono.
—Si conoces a alguien interesado, y que pueda pagar la muestra gratis que acabas de tener, llámame —le dijo—. Ahora, llévanos al antro.
—Claro, jefe, con gusto.
—¿Al antro? —preguntaron las nenas al mismo tiempo—. ¿No vamos directo al hotel?
—No, hijas, vamos a divertirnos y a que la pasen bien, hay que celebrar un cumpleaños.
Las nenas se emocionaron y gritaron como las adolescentes que son, irían por primera vez a un antro, y qué experiencia sería.
***
Holis, Emma aquí.
Les traigo una parte más de las aventuras de las hermanas Valenzuela. ¿Listxs para lo que se viene?
Recuerden dejar sus opiniones en los comentarios. Pueden encontrar éstos y los relatos en mi Patreon: Emma Rey Rey
Y pueden escribirme al: +504 3264-8787
Un beso.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!