Vicios privados, virtudes públicas
Vida de un miembro anónimo de SST.
«Una cosa es la vida que tienes,
otra, la vida que los demás creen que tienes
y otra muy distinta, la vida que te gustaría tener».
Verónica Forqué, en «Hacerse mayor y otros problemas»
Prólogo
Juanito es una persona muy querida en su comunidad. Un hombre ejemplar. Cada persona que lo conoce coincide en que Juanito es un amor de persona. Querido por moros y cristianos y poseedor de numerosos dones: simpático, trabajador, responsable, generoso, empático, buen padre, buen esposo.
Todo bien con Juanito, excepto, que él sabe que su identidad social y relacional dista de la individual en gran manera. Juanito sabe que si se supiera lo que él siente o piensa, varios de esos dones caerían estrepitosamente en la valoración pública.
¿A cuántos no les pasa lo mismo?, ¿cuántos de los que leen estas líneas podrían hacer el ejercicio de sostener su identidad individual y contrastarla exitosamente con su identidad social? Probablemente ninguno de nosotros podríamos. Los signos externos de lo que somos no necesariamente reflejan nuestra interioridad en forma efectiva y lo que los demás ven en nosotros no siempre es lo que nosotros creemos que los demás ven en nosotros. De esta forma los límites entre lo real y lo no real se hacen lo suficientemente difusos para no saber bien qué terreno estamos pisando.
Juanito, nombre ficticio, podría ser cualquier hombre que pulula por las noches de charla virtual sosteniendo conversaciones en que la realidad se confunde con la fantasía.
Así, la historia que sigue, que me fue contada en una noche de chat, aborda lo que esa persona vivió, pero también exhibe sus deseos que exceden varios límites, ¿no es acaso eso lo que hace de esta web su razón de ser? De eso se trata “Sexo sin tabúes”. De soslayar estos últimos en aras de exponer eso que llevas escondido, pero que sabes que está ahí.
1.
Yo supongo que fue por no quedarse sola. Mi hermana se embarazó de Alicia a los 36 y el padre no se hizo cargo. Nunca supimos si mi hermana quiso realmente su presencia o no. Aparentemente ella estaba muy conforme con ser madre soltera. Alicia es una niña muy bella, de cabello castaño, piel canela y ojos pardos muy vivaces y se ha transformado en la alegría de nuestros padres, ya mayores.
A medida que Alicia fue creciendo yo me fui involucrando cada vez más en su educación y cuidado. De algún modo yo me fui convirtiendo en su figura paterna. Mi hermana nunca me negó ese rol, por el contrario, parecía favorecerlo o le resultaba bastante conveniente.
Para saber qué ocurre hoy conmigo y mi sobrina debo retroceder en el tiempo.
Cuando tenía casi 5 años, un primo, de alrededor de 12 años, comenzó a hacerme parte de sus primeros juegos sexuales. Cuando iba a jugar a su casa, comenzó a puntearme y yo me dejaba porque de algún modo me gustaba que lo hiciera o al menos que me brindara atención. De los punteos pasó a mostrarme la verguita, a hacer que la tocara. A ese juego se unió pronto otro primo. Nos juntábamos los tres y me mostraban cómo sacaban leche de ellas. Y muy pronto, comencé a probar el moco de sus juveniles eyaculaciones. Estos juegos se prolongaron por bastante tiempo sin que nadie nos descubriera en nuestras aventuras. Cada vez que jugábamos con los chicos del barrio, uno de ellos o ambos se las arreglaban para quedarse a solas conmigo y darme a probar las pichulas. En ese tiempo, recuerdo claramente que el gusto por mamarlos se fue haciendo más y más fuerte. Realmente me gustaba mucho sentir sus vergas en mi boca. El sabor, la dureza, la suavidad de las cabecitas y el calor y aroma que desprendían me volvían loquito. Las prácticas sexuales con mis primos se extendieron por mucho tiempo y fueron siempre muy placenteras para ellos y para mí.
Esto cambió abruptamente a los 6. No sé bien si fue por indiscreción de alguno de mis primos o porque la situación se dio de forma natural, me vi enfrentado a un hecho terrible. Un día fuimos a ver una película a la casa de un vecino que tenía un hermano mayor. Seguramente debe haber tenido un poco más de 20 años, pero para mí él era un adulto, un hombre grande. En un instante en que yo fui al baño, este muchacho me siguió y entró conmigo, como si también fuera a orinar, pero lo que hizo fue que se sacó su verga adulta y la sostuvo en su mano para que yo la observara. Era enorme. Yo miré la verga y luego lo miré a él. No me dijo nada, solo me la acercó a la boquita y yo supe qué tenía que hacer. Se le paró instantáneamente. Nunca pensé que una verga podía crecer tanto, estaba realmente muy sorprendido. Su sabor era mucho más fuerte que el de mis primos y exudaba una babita que tenía un sabor parecido, pero más rica. Más salada, tal vez. Me sentía muy nervioso, pero a la vez quería chuparla bien. Sin embargo, las cosas se salieron completamente de control. El hombre no se conformó con que se la chupara y me violó. No quiero extenderme en los detalles de aquella transgresión porque en su violento cometido hay elementos de mucha sordidez que no quiero que sean parte de este relato.
Luego de ese episodio, las cosas cambiaron drásticamente. Ya los encuentros sexuales con mis primos se fueron haciendo más y más esporádicos porque a mí me provocaba un profundo temor que lo que me pasó se repitiera. Ellos, sin saber, continuaban buscándome, pero yo ya no estaba tan receptivo y poco a poco me comencé a alejar de ellos y así duré por un año más.
No obstante lo que cuento, de algún modo se fue corriendo la voz de que yo era un buen mamador. Me imagino que alguno de mis primos o mi violador debe haberse ido de lengua y poco a poco comencé a retomar mis juegos sexuales, especialmente de actividad oral con otros chicos de la barriada. A esas alturas ya la verga era algo que me obsesionaba. Me gustaba tenerlas en mi boca y tragar leche, por lo que yo mismo las buscaba.
La siguiente verga que recibí por el culo fue también de un hermano mayor de uno de mis amigos. La diferencia radica en que este, si bien aún era un adolescente, sí sabía hacerlo sin causar daño y nos la metía tanto a mí como a su hermano. El muchachón tenía una verga linda, pero tenía también la experiencia para hacernos gozar que el anterior no tuvo.
Cuando estos vecinos se mudaron, yo ya tenía una vida sexual activa con los chicos del barrio. En mi familia nunca se enteraron, pero yo me escapaba continuamente para encontrarme con chicos del barrio.
Cuando cumplí 13, una de mis hermanas llegó a casa con un novio. Este era un muchacho de unos 24 años, estudiante universitario. No sé si algo en mí se lo hizo notar, pero a pesar de que yo nunca fui un chico afeminado, él debe haber notado algo en mí. En un principio no hizo nada, pero pasado un tiempo, la relación entre mi hermana y él se fue afianzando y llegó un momento en que, si se le hacía tarde, él se quedaba a dormir en la casa y como el espacio era insuficiente, como suele ocurrir en familias grandes, él terminaba durmiendo conmigo en mi cama.
Una noche se puso algo ebrio y cuando se acostó se puso de costado muy cerquita de mí y me agarró el culo. Quería que yo le tocara la verga, pero yo estaba muy nervioso y no me atreví. Me hice el dormido y no pasó nada más. Después me arrepentí de no haber aprovechado esa oportunidad y él tampoco insistió. En ese tiempo en varias ocasiones él durmió conmigo, pero ya no se repitió esa situación hasta tiempo después, cuando ya se había comprometido con mi hermana. Un día fuimos todos a la piscina y nos regresamos mojados a la casa por lo que yo me fui directamente a mi pieza para cambiarme ropa. Él me siguió a mi dormitorio para cambiarse también y al verlo cerca mío, a punto de sacarse la ropa, me excité al punto que mi verga se me paró completamente. En esa ocasión ya no solo no tuve vergüenza, sino que dejé que me viera sin decir nada. Él se desnudó y se mostró también sin decir nada. Allí fue la primera vez que vi su verga. En estado flácido se veía imponente y de solo verla un calor me subió a la cara. Sentí unas ganas de echármela a la boca y mejor aún, que él me obligara a hacerlo, pero él solo se quedó inmóvil por un rato con una sonrisa en la cara, mostrándomela y luego de un rato ambos nos vestimos y no pasó nada más. Me gustaría poder explicar esto con un poquito más de argumentos, pero lo cierto es que todas esas situaciones ocurrían en forma natural, por contradictorio que pudiera parecer el tener ganas, el estar dispuesto y al final no concretar, pero me imagino que el comportamiento de un niño no es tan lógico ni tan previsible como uno esperaría de un adulto.
La ocasión que recuerdo como la primera vez con él, ocurrió un día en que nos pusimos a ver una película en su cuarto. Él ya vivía con mi hermana, pero esa vez ella no estaba en la casa. De pronto me dijo que le picaban los huevos porque se había rasurado y sin esperar respuesta se abrió el pantalón y me la mostró. Tenía una verga muy rica, muy gruesa y muy larga. Cuando la vi no pude despegar la mirada de ella. Quedé como alucinado por el pico de mi cuñado. No esperé a que me dijera qué hacer. Esa vez, simplemente la tomé en mi mano y lo comencé a pajear. Me gustó su verga, lo reconozco. Fue la primera vez que tuve en mis manos una verga tan grande y tan ancha. Una pichula de adulto, de hombre grande. Mi admiración por ella no la podría describir con palabras. Mi corazón latía fuerte y no podía dejar de mirarla. Él no fue muy locuaz, pero no lo necesitaba, yo quería su verga y la tenía, no había nada más que decir.
La siguiente vez fue un poquito arriesgado, porque se la mamé con mi hermana al lado. Fue así: Ellos habían salido a una fiesta y yo me puse a ver una película en su pieza. Cuando llegaron, se acostaron y se quedaron dormidos, pero cuando mi hermana empezó a roncar, yo le agarré la verga a él y se le paró. Cuando había pasado un minuto de tenerla en la boca, se despertó y me susurró:
—Espérame en el baño.
Yo hice lo que me pidió y poco después llegó él y se la chupé por un rato. Allí me di cuenta de que chupar una verga así requería de una calentura como la mía, porque no era cualquier cosa. Luego me dio vuelta y me dijo que me la quería meter. Eso me dio terror porque me acordé de lo que me había pasado años antes y no concebía cómo una verga así me podría caber, pero estaba tan caliente que deseché esos pensamientos y dejé que él lo intentara. No fue posible. Por mucho que me ensalivó el ano y me metió un dedo, no se pudo porque yo no estaba preparado y me dolía demasiado.
De ahí en adelante, se la chupaba cuando podía. Se nos hizo costumbre. A veces me buscaba él, otras veces lo buscaba yo.
La primera vez que me penetró fue en mi cama. No recuerdo los detalles de por qué no estaba mi hermana, pero sí recuerdo que llegó algo ebrio y ya tarde entró en mi cuarto y se metió en mi cama. Esa vez me hizo desnudarme por completo y él también se sacó toda la ropa. Me preparó por largo rato metiéndome un dedo, asegurándose de dilatarme el hoyito. Al principio era un poco incómodo, pero no llegaba a sentir dolor. Curiosamente, yo había esperado mucho tiempo porque algo así pasara, pero esa vez estaba muy nervioso, solo lo dejaba hacer a él, pero yo me hacía el dormido. En un momento se subió sobre mí y me dio un beso, pero yo no respondí porque sentía mucha vergüenza de eso. Ahora me parece una tontería mi actitud, pero así fue y quiero ser fiel a lo que realmente ocurrió.
Yo no entendía por qué se demoraba tanto con sus dedos, ya no era solo uno, en mi ano. Ignorante yo de que una herramienta así necesita la máxima preparación. Al final, logró dilatarme lo suficiente y me la puso de ladito. No digo que la entrada haya sido fácil, pero lo logró y me hizo sentir en la gloria. La penetración en si fue muy suave considerando el grosor del miembro y me la metió muy profundamente. Cuando sentí sus bolas tocar mis nalgas, me sacó un suspiro y sin querer yo comencé a mover el culo para profundizar aún más la introducción de la verga. Él notó que yo estaba cooperando y debe haberle gustado mucho porque comenzó un mete saca que me llevó al cielo. Me culeó como los dioses y en muchas posiciones. Primero me la metió de lado, pero después me la puso a lo perrito y de frente, “patitas al hombro” como se dice. En ningún momento descuidó de hacerme gozar, variaba el ritmo, me la dejaba ir en círculos, me la metía rápidamente, luego lentamente. Yo a esas alturas quería gritar, gemir fuerte, pero no podía porque en las otras piezas estaba mi familia así que tuve que reprimirme al máximo. Esa fue realmente mi primera vez. Después de haber tenido sexo con tantos de mis amiguitos, esa fue la primera verga realmente adulta que me comí con gusto y que me dejó completamente satisfecho. Se me hizo una verga adictiva. Cada vez que podíamos me culeaba de la forma más placentera posible.
Luego de casados, él y mi hermana tuvieron un hijo, pero al final las cosas no resultaron entre ellos y al cabo de unos cuantos años se separaron y eso significó que él también se separara de mí.
Cuando dejé de verlo fue muy triste, lo extrañé mucho, pero en esa época yo ya tenía 17 años y, aunque parezca raro, yo ya llevaba tiempo en que había comenzado a fijarme en las mujeres y un poco por la frustración que me produjo el término de la relación con mi cuñado, comencé a andar de novio con chicas y a los 19 años tuve mi primera experiencia de sexo con una mujer. Me gustó. Era diferente a hacerlo con un hombre, pero llegué a disfrutarlo y comencé a tener una vida sexual activa con mujeres.
En ese tiempo no dejé de tener sexo con hombres, sino que alternaba. Me comencé a definir como bisexual, sin embargo, algo más ocurrió en esa época o poco después de mis veinte años.
No sé exactamente cómo, pero la relación terminada tan abruptamente con mi cuñado me hizo pensar en lo que había sido mi vida hasta ese instante y en algún momento me pregunté si habría otros u otras en mi situación de haber sido abusado de niño. Además, me había aficionado mucho a la pornografía y a leer relatos de sexo y así fui descubriendo un mundo que hasta ese entonces me era desconocido. Los relatos en principio eran fantasías entre hombres gay adultos o acerca de hombres y mujeres, pero con el tiempo fui descubriendo otros relatos en que los personajes eran menores y en algunos derechamente familiares entre sí.
Esa fue mi entrada en el mundo de los relatos sexuales. Primero leía mayormente relatos de sexo gay, luego me comenzaron a gustar aquellos sobre incesto y pronto, aquellos en que el incesto incluía descripciones de relaciones intergeneracionales. De allí en más, eso era lo que más me satisfacía. Esperaba que llegara la noche para entrar a leer esos relatos. Así fue como conocí los primeros chats que me llevaron a la DW.
En esos años leí y vi de todo, pero a pesar de sentir deseos, los reprimía bastante bien y me justificaba en que no había nada de malo en ser un espectador pasivo, sin embargo, cada lectura, cada video, cada fotografía que vi me llevaba un paso más allá a normalizar un hecho que sabía era reprochable.
2.
Antes de entrar en mis 30s mi hermana mayor se embarazó y nació Alicia, mi sobrina. La niña nos cambió la vida a todos. Yo, tal como expliqué al inicio, me transformé en un padre para la niña. La bañaba, la alimentaba, jugaba con ella y me responsabilicé de su crianza en gran medida y con ella comenzaron los pensamientos perversos y se comenzaron a manifestar los deseos más ocultos que anidaban en mi ser.
La primera vez que se me cruzó uno de esos pensamientos por la cabeza fue precisamente en una sesión de baño. La niña tenía 3 meses y estaba completamente desnuda y, gordita como era, abría sus piernas desmesuradamente dejando a la vista sus abultados labios en una hendidura que contrastaba con su color de piel canela claro. Sin pensar la levanté en el aire y le besé su rajita. Me estremecí. No fue nada más que eso, pero lo prohibido, lo perverso, lo secreto, me provocó un azote de placer y de ahí en más no pude resistirme a la tentación de manosear, besar y acariciar a mi sobrina y si bien la culpa posterior era un sentimiento que me carcomía el alma, siempre volvía sobre mis pasos. Ya no había vuelta atrás.
Llegué a conocer cada pliegue de su piel, cada centímetro de su cuerpo fue besado y acariciado por mí. El sabor de su conchita, mezcla de talco, pichí y crema para las coceduras lo llevo aún en mi mente y la sensación inigualable de rozar mi pene por su barriga, sus labios, su rajita, me dio placeres cuyo recuerdo se ha perpetuado en el tiempo. ¡Oh!, ¡cuánta felicidad me proporcionó mi bebé con su risa cristalina cada vez que sentía mi lengua hurgando su intimidad, atacando su botoncito medio escondido, comiéndome a besos su culo regordete y mordisqueando sus piernecitas que luchaban por zafar de mis manos que las abrían hasta dejarla completamente a mi disposición!
No obstante, nunca dejé de tener sexo con hombres y mujeres, aunque debo reconocer que cada vez que estaba con alguien me preguntaba si compartiría mis deseos ocultos o no, pero nunca me atreví ni siquiera a insinuarlo a ninguno de ellos, entre otras razones porque mis parejas sexuales no eran más que encuentros de una noche.
Mi secreto, entonces, lo llevé solo, pero reconozco que con el tiempo fue aumentando. Cuando leía un relato sobre el tema terminaba pajeándome. Soñaba con que un padre me permitiera observar su intimidad con su hija. Soñaba con mi sobrina y con que yo la compartía con otros padres en noches de lujuria y sexo. En esas noches, eyaculaba a borbotones.
La necesidad de conocer un alma afín me sobrepasaba. Quería conocer a alguien que tuviera esos mismos deseos, pero mi ámbito de interacción social era uno en el que difícilmente podría encontrar a alguien como yo. Al menos, eso es lo que pensaba. No se me ocurría en ese momento que para alguien que tuviera esos deseos, yo sería precisamente alguien en quién esa persona no pensaría.
Esa pequeña perversión contrastaba grandemente con mi imagen pública evidenciando cuan complejos somos los seres humanos. A mí siempre se me consideró como una persona ejemplar. Primero, por el rol que asumí con mi sobrina; por otro, mi veta de deportista; y en una faceta más, mi responsabilidad laboral ya que yo era el soporte principal de mis padres. Difícilmente podría haber quejas por la forma en que conducía mi vida. A eso debía agregar que mi carácter naturalmente alegre y sociable me brindaba la simpatía de amigos y conocidos. Ninguno de ellos, por supuesto, imaginaba mis vicios privados.
En sus primeros años la niña creció sabiendo a qué sabe una pichula adulta, experimentó los besos en el glande jugoso y pintó sus labios con los juguitos de la verga. Incluso, saboreó el semen las veces en que me corrí en su cara. La depravación se me hacía cada vez más insuficiente. Quería más, pero a la vez, sabía que tenía el deber de cuidar a la niña, de no hacerle daño, de protegerla.
Todo esto terminó antes de sus 3 años. Yo decidí que era el momento justo de no continuar ante el riesgo de que la niña recordara o hablara de lo que su tío le hacía. Hoy ya tiene 6 añitos y es inseparable de mí. Continúo con la rutina de bañarla, vestirla, jugar con ella, y en esos juegos yo aprovecho siempre de tocarla mucho, pero siempre en un contexto lúdico. La toco, sí, pero nadie que me viera sentiría que hay algo inapropiado en ello. Tal vez si me vieran cuando estamos solos podrían encontrar curioso que la niña me vea cuando me cambio ropa o me de besos en la boca, pero me cuido de que eso quede siempre en la intimidad de mis interacciones con ella.
Inesperadamente, el padre de la niña de quien nadie nunca supo nada, apareció otra vez en la vida de mi hermana. Debo ser sincero, al parecer fue mi hermana la que decidió tener a la niña sin su presencia y lo excluyó de todo, incluso del conocimiento de que tenía una hija. ¿Alguna infidelidad de parte de él, tal vez? No sé los detalles, pero años después, él se enteró de que había una hija de la que él no tenía conocimiento y quiso jugar un papel en su crianza. Por supuesto, ante la disyuntiva de perder la custodia, aunque improbable, mi hermana consintió en que la niña desarrollara una relación con su padre. En ello, mi rol fue siempre llevar a la niña a la casa del padre un día a la semana. Ese era el acuerdo. El padre de Alicia es un hombre de 44 años. Trabaja en algo relacionado con venta de equipos electrónicos y se las arregla para ir creando lazos con la niña, eso hay que reconocérselo.
Los primeros meses pasaron sin novedad. Arturo, parecía vivamente interesado en hacer lo mejor por su hija; comenzó a entregar mensualidades para cooperar en su manutención y atender a la niña en su visita semanal de la mejor manera que podía. Cada semana la niña llegaba con un nuevo regalo y a ella parecía encantarle su papá. Yo no negaré que al principio me causaba un poquito de envidia, sentía que me estaba quitando un rol que solo me pertenecía a mí, sin embargo, este hombre despertaba en mí ocultos sentimientos y recuerdos que por algún tiempo había dejado atrás. Con el tiempo, y considerando que a mí me veía más que a la madre de la niña, fuimos creando lazos de amistad que nos llevó al tiempo a juntarnos ya fuera para tomar una cerveza, ver un partido de fútbol, y a veces, cuando llevaba a la niña, me quedaba a compartir el día con ellos.
Comencé a invitarlo a jugar frontón conmigo. No resultó malo en el deporte, aunque a él le gustaba más la bicicleta y salir a correr. Esas actividades las hacíamos juntos en días en que la niña no estaba con nosotros, pero los domingos sagradamente los compartíamos con ella.
La niña entonces comenzó a vivir una vida de dos padres, uno de fin de semana y otro del resto de los días. Para ella todo era maravilloso, ambos la queríamos genuinamente y nos esforzábamos en darle lo mejor en tiempo y afecto y en proveer por sus necesidades materiales.
Al correr de las semanas, me fui dando cuenta que, en realidad, nada había cambiado, había un día a la semana que no tenía a la niña, pero en lo sustantivo todo seguía igual. Hasta diría que mejor, porque por algún motivo, la niña cada vez se mostraba más desenvuelta y, de algún modo, más receptiva a que la tocara. También ella comenzó a tocarse durante las sesiones en la tina de baño, lo que yo atribuí a que estaba creciendo y aprendiendo a conocer su cuerpito.
A veces tenía que quitarle la mano de ahí ya que en su afán de explorar llegó a tratar de meter un dedito en su vagina. Eso me provocó una tremenda erección, pero preferí evitar que hiciera eso ya que se podría haber causado daño.
Un día domingo cualquiera, llevé a la niña a casa de su padre y este me invitó a pasar el día con ellos, lo que acepté. Tomamos abundantes cervezas mientras la niña jugaba. En la tarde la niña se aburrió de sus muñecas y se puso a ver televisión frente a nosotros. Se tiró de guatita sobre la alfombra y levantó las piernas dejando a la vista de “sus padres” el calzoncito de Hello Kitty con un bordecito metido en la rajita. Se veía deliciosa y yo, distraídamente me arreglé el bulto que se me estaba formando en el pantalón. Este gesto no pasó inadvertido para Arturo que me pasó una lata de cerveza y con su voz ronca, me dijo:
—Cómo está, compadre, ¿todo bien?
—¿Ah? —respondí yo, saliendo de mi ensoñación —Sí, sí —dije, azorado.
Arturo sonrió y no dijo nada más.
3.
En los meses que siguieron, la relación que establecí con Arturo y la de este con la niña fue mejorando cada vez más. Mi hermana por un tiempo estuvo curiosa de que hubiéramos hecho amistad, y aunque nunca me preguntó nada, a veces, cuando me juntaba con Arturo, sentía que me miraba raro, como queriendo saber algo, pero no se atrevía a preguntar.
Mi hermana adoraba a la niña, pero siempre sentí que ella se veía aliviada de que el rol de la crianza recayera en mí en gran medida. Eso la liberaba de gran parte del trabajo que supone ser madre. No la culpaba, ella tenía bastante con ocuparse de nuestros padres que generaban también gran esfuerzo. Y yo estaba más que feliz con este arreglo tácito, si eso significaba tener a la niña a mi disposición.
En las duchas del club de frontón podía admirar el físico de Arturo. Me gustaba su cuerpo cubierto de vellos, pero no en exceso. Sus piernas musculosas. La bicicleta probablemente. Y su pene. No era descomunal, pero sí bien proporcionado y algo grueso, aunque no demasiado largo.
Sus bolas colgaban bien despegadas de su cuerpo. Todo eso fui admirando de a poco, cada vez me fijaba en algo más. Yo, por mi parte sentía también sus miradas furtivas, pero no tan disimuladas. Creo que ambos sabíamos, pero no habíamos dado el paso para poner las cartas sobre la mesa.
Esto ocurrió un día en que me invitó a tomar unas cervezas. No fui a su casa, sino que nos juntamos en un bar donde conversamos de muchas cosas y aclaramos otras tantas. De allí nos fuimos a su cama.
Lo que yo pensé sería una noche de sexo, una jornada pasional, devino más bien en otra cosa.
Al llegar a su casa, nada fue apresurado, nos tomamos una cerveza más en el living. Se sentó a mi lado en el sofá y pasó su brazo sobre mi hombro. Tomó mi rostro con su mano y me miró con calma, mirando mis ojos y escudriñando en ellos. Por un instante sentí que miraba lo que yo llevaba dentro y me puse nervioso. Luego me besó, no digo “nos besamos”, porque lo que ocurrió fue que él me besó levemente la frente, luego el rostro, me mordisqueó apenas las orejas y me susurraba cosas como que hacía tiempo que me quería tener. “Tener”. Era raro escucharlo hablar así. Me quería “tener”. ¿Qué quería decir? Su comportamiento conmigo me confundía, pero me excitaba esa sensación de masculinidad extrema que emanaba de él.
—Aquí tienes algo —me susurró en un momento, tocando mi pecho con su mano abierta. Yo callé, en parte porque no entendí a qué se refería y en parte porque no quería saber.
No dijo nada más, enseguida nos besamos. Fue un beso rico, sin prisas, acariciando nuestras lenguas. Era algo muy diferente a todo lo que yo había tenido antes en mi vida. Sus caricias eran leves, apenas insinuadas. Su cara áspera me hablaba de virilidad, pero sus gestos conmigo me hablaban de sentimientos.
Dejamos tirada la ropa en el living y me llevó de la mano a la cama. En ella nos abrazamos, nos acariciamos y hablamos. Sí, hablamos, en medio de los roces de nuestras piernas, de nuestros cuerpos, de pasar su mano por mi pelo, de darme piquitos en los labios, apoyado en un codo, de lado, hablamos. Nada importante, solo agasajos, deseos, urgencias. De algún modo, el “tener” fue tomando forma.
Recibirlo en mí fue un acto de entrega total. Supe que eso no era un acto sexual cualquiera, estábamos haciendo el amor y me di por entero a él. Y él a mí. Pasamos una noche en que dormimos juntos abrazados, nos despertamos para amarnos y volvimos a dormir y nos descubrimos el uno al otro de una forma que no hubiese podido anticipar. Pero aún faltaba mucho más.
La siguiente ocasión en que me quedé en casa de Arturo fue a raíz de una invitación de él a que pasáramos el fin de semana juntos. Para eso le pedí permiso a mi hermana para quedarnos con la niña el día sábado y domingo.
El día sábado Arturo se preocupó de que pasáramos los tres una tarde increíble. Paseamos, comimos pizza, la niña recibió nuevos juguetes, y Arturo y yo afianzamos un poco más esa relación que nacía con bríos.
Cuando llegó el momento de acostar a la niña, yo la llevé a su dormitorio. Allí le saqué su ropita para ponerle su pijama. Arturo me había seguido y me observaba sentado en la cama. Cuando la niña quedó desnuda, se llevó la mano a su vulva regordeta y yo se la quité, pero ella insistió, por lo que asumí que tal vez tenía alguna irritación. La pedí que se acostara y levanté sus piernecitas para revisarla, pero no pude advertir nada extraño, por lo que decidí de todos modos aplicarle una crema contra la irritación, por si fuese necesario.
—Pásamela a mí —me arrebató el ungüento—, enséñame cómo ponérsela.
Yo me ruboricé. Me quedé mirando a la niña sin saber qué decir.
—Soy su padre, ¿no crees que me corresponde? —insistió.
Luego de un momento le dije:
—Por acá —indicándole la zona periférica de la vulva, en la unión con las piernas.
—Ah, ok —me dijo Arturo —pensé que tenía que ponérsela directo acá—, replicó, casi tocando la rajita de la niña con el dedo medio y me miró a los ojos de forma penetrante. Podía haber preguntado lo mismo usando su dedo índice para apuntar, pero lo hizo con el dedo medio y en mi mente, ese gesto solo tenía un significado. Me turbé un poco ante esa visión, pero me recompuse y aunque sabía que no era necesario, le dije:
—Sí, también hay que ponérsela ahí, pero primero úntale la crema por acá.
Arturo lo hizo. Se puso un poco de crema en la yema de los dedos y luego, suavemente, humectó la zona que le había indicado.
Mi pene se había erguido al máximo. No había forma de ocultarlo, y aunque yo no tengo un gran tamaño, sabía que Arturo podía advertir mi erección.
La nena, que en todo el rato había estado recostada en la cama y muy callada, llevó ambas manos a su entrepierna y se abrió el chorito dejando a nuestra vista el orificio. Esto hizo que Arturo ahogara un gemido y me mirara y yo, sin saber qué hacer, preferí ignorar la situación y así, con la voz un poco demudada, le dije:
—Ahora, ahí.
Arturo se puso crema en la punta del dedo y lo acercó al hoyito y sin dudar, lo pasó por el clítoris de Alicita. Esta dio un respingo.
—¡Papá! —exclamó—. Pero su padre continuó esparciéndole la cremita por ahí con movimientos circulares de su dedo y luego, ante mi cara enrojecida de excitación, puso el dedo en la vagina y presionó un poquito introduciendo la falange distal. Luego dio vuelta la mano con el dedo adentro quedando con la palma hacia arriba y lo sacó suavemente.
—¿Se hace así? —me susurró, excitado.
—Sí —le dije yo—, pero le pondré un poquito más, por si fuera necesario.
Y dicho esto, repliqué la acción de Arturo con mi dedo. Sólo que lo introduje y lo saqué varias veces. Arturo se unió a mí presionando nuevamente el clítoris con dos dedos y ambos mirábamos la vagina de nuestra nenita con un deseo ya imposible de ocultar.
Alicia se había apoyado en los codos y en todo este rato nos miraba con su carita arrebolada y con sus piernas bien abiertas.
—¿Se siente bien, mi amor? —le preguntó su padre con voz acariciante.
La niña solo asintió con la cabeza.
Sin poder aguantar más, incliné la cabeza y pasé la lengua por el clítoris pasando a llevar el dedo de Arturo, el que lo pasó por mis labios. Yo aún tenía el dedo metido en la vagina de Alicita cuando su padre también se inclinó para compartir mi caricia en el chorito de la niña y juntando nuestros rostros nos dedicamos a lamer esa zona tan deseable.
La niña, mientras tanto, tomó nuestras cabezas con sus manos y nos acercaba aún más a su rajita lo que nos puso aún más calientes, al punto que nos sacamos nuestra ropa para quedar así desnudos los tres.
El pene de Arturo se mostró imponente en su grosor y dureza. Con las venas hinchadas y la cabeza roja. Por mi mente se cruzaron imágenes de esa verga atravesando el chorito de Alicita culeándola con fuerza. Pero la razón me decía que eso era anatómicamente imposible. Si alguien podía desvirgar a la niña, ese era yo. No había otra forma. Y después de mucho entrenamiento.
Cuando retomamos el doble cunnilingus al chorito de la niña, cerré los ojos para retener mejor las eróticas sensaciones, pero de pronto mi lengua rozó la lengua de Arturo quien no solo no se retiró, sino que poniendo una mano en mi nuca me obligó a recibirlo a él en mi boca y nos dimos nuestro primer beso como padres ante los ojos de nuestra niña adorada.
Al finalizar solo puedo decir que comienzo a vislumbrar por qué mi hermana no se casó con Arturo, pero esto aún no lo hemos conversado. De lo que sí tengo ahora certidumbre es que al fin he encontrado un compañero de ruta y vislumbro que mi oculto deseo al fin se verá cumplido por dos padres aliados en el amor. Si esto ocurre, tal vez haya que agregar una parte a este relato.
FIN
Torux
wow buen relato amigo torux sigue contando.. 🙂 😉 🙂 😉
estuvo genial el relato, saber que hay mas personas como yo y conocer sus experiencias es interesante
Gracias, alexpinwi12
Que relato tan genial, tenía rato que no me prendía tanto con una historia, se que es tu decisión pero a mi si me gustaría que la continuaras.
Me encanta, espero se de la segunda parte.
que buen relato muy excitante
Muchas gracias, Zooboy, villentretenmerth y Misttica07. Sus comentarios los valoro en gran medida.
Agradezco el comentario, TheWolf.
Waooo.. Un éxito bro….
Simplemente Maravillosamente atrapante, ruego por leer mas de esto👍
Excelente relato!!! Encontré en tus relatos mucho morbo!! Eres genial escribiendo