El trío más esperado
Moisés, un negro en muy buen estado físico a pesar de sus 76 años, también de agradable plática y extraordinaria cultura me ha acompañado en algunos tríos (o más), pero ahora, como uno más de mis machos, lo quise tener junto a mi marido..
El lunes, cuando mi marido me despertó con las mamadas de pepa tan ricas que acostumbra para tomar el atole ya fermentado que hicimos durante la noche, le exigí que me compartiera un poco.
–Díscolo, yo también quiero una probadita de nuestro amor –le dije a Saúl, restregando su cara en mi raja.
Sin externar comentario alguno, metió su lengua en la profundidad de mi vagina para abrevar más líquido, luego, dándome un beso me penetró. Su falo estaba crecidísimo y navegó dentro de mí, al mismo ritmo con el que su lengua recorría la mía, mi paladar y mis encías. Dejó de besarme y mi sentido del gusto se llenó del mismo sabor incitante que he probado en otras lenguas. Se acomodó en un 69 para que yo chupara esa miel que yo guardé durante horas. ¡Qué delicia!
–El atole hecho con tu leche es el más delicioso, ¡a todos mis machos les fascina! –le confesé, pues esa misma acción la ejecutan para que les mame la verga mientras ellos continúan dándole gusto a su paladar.
–A mí también me gusta lo que ellos te dejan, mi Nena puta –lo cual era obvio pues cuando regreso de mis andanzas, lo primero que hace es llenarse del olor que hay en mis vellos revueltos y pringosos de semen, antes de pasar a saborear el atole que hicimos.
–¿Cuál sabor te gusta más de ellos? –pregunté jalándole el tronco del pene para que soltara más presemen y lamer su glande húmedo.
–Todos son ricos, pero, quizá por costumbre, el de Eduardo me sabe mejor –precisó refiriéndose a mi amante con quien una vez a la semana me revuelco–. Con todos te vienes mucho, y eso es lo que le da el sabor a amor. Aunque, con quienes son más lechudos, sí se percibe el sabor a semen, por ejemplo, el de Moisés.
–¿Te gustaría probar su semen sin mi venida? –le pregunté, recordando el mástil de chocolate de Moisés.
–No me parecería adecuado, pero si me lo compartes con un beso… –dijo y siguió chupándome.
–Hace unos meses, en la casa de Rogelio, cuando me fui a pasar la noche con éste y Moisés, ¿te acuerdas? –“¡Sí, te querías emborrachar y fumar mariguana sin que yo estuviera presente!”, reclamó inmediatamente a mi pregunta–. Pero te desquitaste bien cuando regresé y me tiraste a la cama para ponerte a chupar los pelos de mi cuca después de decir “¡Quiero mi atole, puta mariguana!”.
–Sí, ¡estabas riquísima!, y privaba más el sabor de Moisés que el de Rogelio, puta –gritó y me chupó con más enjundia la panocha.
Me vine a chorros en el 69 y Saúl también se vino. Descansamos un poco y se acercó a mi rostro para besarme. Le di una buena porción de leche que conservé en la boca para darle el beso blanco.
–¿Así te gustaría que te diera la crema que Moisés tiene en su rica barra de chocolate? –le pregunté cuando terminamos de besarnos.
–Sí, mi Nena puta, recién ordeñado con tu boquita –dijo y volvió a besarme.
–Lo que te quería comentar es que cuando Rogelio mencionó el trío que hicimos contigo, Moisés puso cara de asombro mezclada con tristeza pues a él no lo hemos invitado a nuestra cama
–Eso no es cierto, al negro ya te ha cogido en esta cama varias veces, ahí están los videos –señaló airado.
–No me refería solamente a la cama, sino que él no ha estado con nosotros, tú y yo, más Moisés –le precisé, pues ya estuvimos con Eduardo y con Rogelio.
–¡Ah, ya comprendo, puta! Quieres que te demos alegría Moisés y yo juntos…
–¡Claro, mi cornudo!, ¿de qué otra manera te daré su semen recién ordeñado? –le pregunté después de señalarle su condición en represalia a que me dijo “puta”.
–Pues invitémoslo a cenar. Pregúntale qué día quiere, ya sabes que él tiene muchas ocupaciones –me indicó, dándome vía libre para hacerlo.
La primera vez que Moisés y yo tuvimos relaciones sexuales fue hace 40 años y dos meses (¡Claro que la tengo presente!, una verga así, no se olvida) y hubo otros encuentros más durante una década, pero después nada. Moisés anduvo por diversas partes del mundo durante más de dos décadas cumpliendo misiones diplomáticas que le encomendó el gobierno de su país y hace unos siete años regresó a México para establecerse definitivamente aquí, donde viven sus hijos y yo le perdí la pista. Aunque siguió en contacto con mi marido pues durante muchos años habían trabajado juntos.
Un día me lo encontré en un almacén y, de inmediato fuimos a renovar nuestra entrañable amistad y, por ello regresé un poco tarde a casa. Saúl me dijo que debí haberle hablado para que me recogiera, “No era necesario, pero sí lo harás al rato”, le contesté. “¡Cómo! ¿Volverás a salir?”, me preguntó Saúl. “Lo que te quiero contar es que me encontré a Moisés”, expliqué a ver si le tomaba sentido a mis palabras. “¿Cómo está él?”, me preguntó entendiendo perfectamente lo que yo le dije, pero para que no hubiera duda, le mostré la foto que le tomé al negro, encuerado y con el garrote en alto y añadí “Está perfectamente bien y te mandó muuuchos saludos”. Sonrió y me levantó la falda aspirando el olor a sexo, me bajó las pantaletas y se cercioró que estaban inundadas de semen que me escurrió en el trayecto.
¡Ya se imaginarán el atracón de atole que se dio! y ¡obvio, me “recogió”!, tal como yo había predicho… Es que el negro es muy lechudo, además del buen trato y su amabilidad con que convence para desear su gran instrumento. Por esa razón fueron los comentarios del beso blanco con ordeña reciente. Así, con la venia de mi marido, me comuniqué con Moisés.
–¡Hola, huevos Kinder! Le dije en cuanto contestó.
–Bonjour, belle Tita ! –respondió dejándome claro que reconoció mi voz, ¿o habrá sido por el apodo que le puse? ¡Es que tiene unos huevotes que parecen de chocolate! ¡Sabrosísimos!
–Antes que me cuelgues por atender algún imprevisto de los múltiples que te ocupan, quiero decirte que apartes un día, desde la cena hasta la comida, para que vengas con nosotros. Tú pones la fecha, dijo Saúl.
–Oh mon Dieu ! Que veulent-ils me faire ? –contestó sin dejar el francés.
–En primer lugar, háblame en español, ya sabes que mi francés es deficiente –le aclaré y contestó “Oui. Pardonnez-moi ! quiero decir: sí” –queremos platicar contigo y ordeñarte la barra de chocolate, especialmente yo –señalé.
La plática siguió entre bromas y veras, acordando vernos el viernes en la noche, además de su promesa de llegar con los Kinder-sorpresa llenitos para mí.
–Listo, mi amor, el viernes ordeñamos al negro –le dije a Saúl.
–¿Ordeñamos, Kemosabi? –protestó de inmediato mi marido-
–¿No me vas a ayudar? –le pregunté y se sonrió– Ya verás que sí… “Caliente es caliente”, dice un amigo mío –y con esa protesta, sacó boleto para hacer un 69 con el negro, “ya veré yo cómo le hago, pero se van a mamar…” pensé para mis adentros–. ¿Qué le haremos al negro para cenar?
–Lo que tú quieras hacer, él y yo nos comeremos un rico postre –me dijo poniéndose a mamar mis tetas.
Llegó la noche esperada. Hice pasta con mariscos, pizza de cebolla y ajo que le fascina a mi marido y una ensalada con betabel y apio. Saúl se lució con el delicioso pastel que le enseñó a hacer mi suegra. Todo estuvo de rechupete. Además, el negro trajo un vino delicioso. Desde que llegó el invitado, tomé sus obsequios, un ramo floral muy hermoso y dos botellas de vino. De inmediato lo comencé a desvestir para que portara un uniforme similar al de nosotros: ¡nada!. Completamente desnudos.
–Mira que lindo, nos trajo unos “Huevos Kinder” –le dije a Saúl tomándolos entre mis manos.
–¡Órale! ¡Yo pensé que trabajabas mucho, pero eres un huevón! –bromeó Saúl, asombrándose del tamaño de los testículos de su amigo.
–No los uso para el trabajo, sino para el placer de mis amigas, especialmente cuando me piden que los traiga llenos –contestó Moisés sonriéndole a Saúl, mientras yo le lamía los huevos.
La cena estuvo deliciosa, obvio, yo la hice para agradar a los dos machos que usaría a mi antojo. Además de las botellas que trajo Moisés tomamos otra más. Estábamos entre “Azul y buenas noches”, cuando los dejé un momento para ir a darme las tres con uno de los canutos de mariguana que me consiguió Rogelio.
–¿Dónde andabas, Nena? Tienes que atender muy bien a nuestro invitado, ya es hora de que nos des el plato principal– dijo Saúl, tomándome del brazo para sentarme en el regazo de Moisés.
–¡Ja, ja, ja! ¡Qué rico asiento! Exclamé, acomodándome la pija creciente en la entrada de la pucha y besé al negro.
La reunión se calentó muy rápido: todos medio borrachos y yo con unos jaloncitos que le di al porro… Comencé a cabalgar y Moisés me detenía de las chiches. Saúl se excito tano viendo entre mis piernas el largo viaje que hacía mi torso embadurnando toda la rica barra con mis labios interiores. Yo parecía regadera de tanto flujo que soltaba en mi tren de orgasmos, el cuál se mantenía en continuo ascenso al mirar la cara de libidinoso que ponía Saúl con la chaqueta que se estaba haciendo. Le pedí al negro que aguantara la eyaculación hasta que estuviéramos en la cama.
–¡Suelta tu leche en mi boca, mi amor! –le supliqué a Saúl cuando me di cuenta, por sus gestos, que ya venía su orgasmo.
Mi marido me consintió y recibí con gran placer su abundante esperma. Con la boca llena, me detuve y volteando mi cara, busqué la boca de Moisés para compartirle esa ricura. ¡Qué negro tan condescendiente, no se vino! Yo sentía su mástil incólume dentro de mi vagina, rozándome el cérvix.
–Ten mi amor, aún queda el sabor a ti –le dije a mi marido al ver que se quedó con la boca abierta mirando el gozo de Moisés al disfrutar el beso blanco.
Descabalgué al negro mientras me besaba con mi marido y me llevaron a la recámara donde descansamos unos minutos. Ellos mamando de una teta cada quién, y yo acariciando sus falos, desde los huevos hasta el glande.
–Pues ya estamos en la cama –dijo Moisés subiéndose en mí.
No se necesitaron muchos golpes de pubis para que el negro me diera su primera eyaculación. Cuando reanudó para venirse otra vez más le dije “La otra la quiero en la boca, híncate”. Moisés obedeció, pero me advirtió que quizá tardaría un poco más, lo cual era obvio. Me puse a mamar poniendo una mano en sus nalgas y la otra en el tronco del falo para ayudarlo a excitarse.
Mi marido se puso a chuparme la pepa, metiendo la lengua hasta donde le era posible. “¿Está rico el atole, mi amor?”, le pregunté a Saúl. “Sí, pero con Moisés lo haces más cargado de sabor” contestó y seguimos mamando, hasta que consideré suficiente.
–Ayúdame a exprimir al negro, mi amor. Acaríciale los huevos –ordené y Saúl mansamente usó las dos manos para jugar con los testículos y el escroto color de chocolate obscuro.
A los pocos minutos, volví a suspender la mamada, pero no las jaladas, y le pedí a mi marido que se los chupara. “Así”, le dije, y lamí los ovoides metiéndome uno a uno a la boca. Saúl lo hizo. La cara que ambos tenían era idéntica: ojos cerrados, Moisés con gesto de éxtasis y boca semiabierta. Misma expresión que Saúl, pero con la boca ocupada en el placer de la mamada…
Escuchamos gemidos del negro y nosotros arreciamos los mimos hasta que el negro explotó. Nadie creería que hacía menos de media hora Moisés ya había eyaculado, Me llenó la boca y sentí que se me tapaban los oídos y la nariz. Me separé y besé a mi marido, descargando un buen trago en su boca, el resto fue para Moisés que me besó muy agradecido. Dormimos varias horas. Yo al centro con un mamón a cada lado…
Más tarde, desperté ensartada por delante y por atrás. No se vinieron y se quedaron dormidos hasta que sus penes se empequeñecieron. Cuando amaneció, me levanté al bidet para asearme lo mejor que pude y humedecí unas toallas para limpiarle el pene a mi marido, quien había usado mi retaguardia.
Los desperté con besos y caricias. Me ensarté en el pene de Moisés y me puse a chuparle el pene a mi esposo, con chaqueta y jalones de escroto incluidos. Se vinieron casi al mismo tiempo, yo ya estaba en mis orgasmos continuos…
Los acomodé de frente, pero invertidos y les acerqué el pene flácido de uno a la boca de otro. No necesité más, se pusieron a mamar uno al otro. Yo me pajeaba, con una mano en la panocha y la otra en mis tetas, viendo cómo les crecía el miembro y ellos seguían chupando, Casi al unísono se acariciaron los huevos y saboreaban los resabios de esperma que aún quedaba en sus troncos. ¡Estaban para una foto!, pero quien sabe donde se quedó mi celular. Sin embargo, seguí masturbándome, esperando que alguna de las tres cámaras de la alcoba tomara ese detalle. Se volvieron a quedar dormidos como bebés, con el chupón en la boca.
Me fui a hacer el desayuno. Al poco rato escuché que se prendió el calentador del agua y el hidroneumático. “Ya se está bañando alguno de ellos”, pensé y fui a despertar al otro, pero ¡se estaban bañando juntos! Y me comencé a preocupar pues se quieren mucho. Me regresé a la cocina para terminar de hacer el jugo de naranja.
–¿Solamente se bañaron? –les pregunté con temor.
–Sí, aunque yo lo enjaboné muy bien de la verga y de los huevos para que no trajera mis babas –dijo Saúl.
–Yo también hice lo mismo, y nos gustó, porque a los dos se nos paró muy rico la verga con la enjabonada –dijo Moisés.
–¿Sólo eso hicieron? –insistí en mi pregunta.
–No, también jugamos espadazos, pero sin herirnos con una estocada –dijo Saúl y Moisés se carcajeó.
–¡A desayunar, par de putos! Las estocadas me las darán a mí al rato –les ordené.
Y sí, me tocaron los dos al mismo tiempo por la vagina dos veces. En la primera les limpié la lefa alternándome las pijas, en tanto que ellos, también de manera alternada me limpiaban con lengüetazos desde el culo hasta el clítoris.
Pero en la segunda ocasión, fue poco el semen que soltaron y ellos se limpiaron uno al otro, dándose jalones en el tronco para que no quedara ni una gota de leche acumulada. De verdad, me puse una buena excitada al ver las ricas mamadas que se daban esos putos.


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