En la bodega
Una ocasión le platiqué a mi amiga Ishtar una aventura caliente que me ocurrió con un compañero de trabajo. Ella leyó ayer el relato «Betty, mi primera chamba», donde Betty solía coger frecuentemente en una bodega de su escuela y me pidió que escribiera lo que yo le relaté entonces..
Los hechos sucedidos en este relato, se dieron en la casa de la cultura popular, pero después, a principios de la década de los 80, se llamó Museo Nacional de Culturas Populares. Allí trabajé pues requería demostrarme a mí misma que era capaz de sostenerme y, por qué no, llegar a ser independiente de Saúl, mi esposo con quien las cosas andaban mal.
Aunque yo adquirí entonces un segundo amante, Eduardo, la verdad era que mi ninfomanía no era controlable, ni me eran suficientes dos amantes, además de mi marido, y a todos ellos les ponía los cuernos cuando me calentaba. Así pasó con mi compañero de trabajo Leandro.
En el museo, estaba el Centro de Información y Documentación (CID) al cual, frecuentemente llegaban documentos (textos, grabaciones, videos y piezas variadas). Nos asignaron a Leandro y a mí, la tarea de complementar la información y catalogar en una primera instancia de las novedades que llegaban al CID. En esos periodos de recepción y catalogación nos tocaba trabajar en una bodega muy amplia, pero con acceso muy restringido, y casi todo nuestro turno estábamos solos.
A los pocos días que trabajamos en la bodega, me enredé con Leandro, quien tenía un puesto similar al mío. Me pasó lo mismo que muchas otras veces: él me atrajo, yo también le causé atracción, y se dio lo demás. Él era soltero y sabía que yo estaba casada, no obstante, Leandro insistió y como yo no soy afecta a resistirme si me revolotean las mariposas en el estómago, al mes de coger en la bodega, también conocí la recámara de su departamento. Pero lo que le conté entonces a Ishtar fue cómo se dio el inicio de esa relación.
–No entiendo qué dice el anciano… –dije, suspendiendo la grabación que escuchábamos para regresarla un poco.
–Yo tampoco entendí, parece que la palabra la dice en náhuatl, pero debe ser un verbo –precisó Leandro.
Ambos nos acercamos a la bocina, y nuestros rostros quedaron muy pegados, nuestros alientos se mezclaron y se instaló de inmediato la excitación. Ya no continuamos poniendo atención a la cinta que escuchábamos pues nos miramos a los ojos, tan cercanos, sonreímos y nos besamos. Besos y más besos, abrazos, morreo, caricias de Leandro en mis tetas y yo, sobre su pantalón, sobándole el pene durísimo y muy caliente. Leandro me subió la blusa y el brasier para ponerse a mamar y yo le aflojé el cinturón para meterle la mano bajo la trusa desde su cintura. Mientras Leandro se refocilaba mamándome y estrujándome las chiches, yo le distribuía el presemen en el glande y el tronco.
–¡Eres hermosa! Tu marido te ha de amar todos los días… –dijo quitándome la blusa y el sostén.
–Sí, pero como ves, no me son suficientes las dos dosis que me surte al día –le contesté, yéndome a deslizar el pantalón y la trusa simultáneamente.
Me agaché para mamarle el falo y saborear el líquido que le seguía escurriendo. Movía mi cabeza para deslizar mis labios en el tronco, le subía la temperatura en esa zona, al llegarle más sangre al cuerpo cavernoso y esponjoso del pene, y yo le ayudaba a su excitación dándole un masaje a los testículos, jugando a que se ocultaran éstos en el canal inguinal al apachurrarle el escroto, luego se lo soltaba para que cayeran las bolas y se lo prensaba en la parte superior para que resaltaran los huevos y lamérselos.
Era evidente el abandono de su conciencia, aunque siguieran las caricias de sus manos en mi cabello, así que tuve que suspender el regocijo de mi boca y lengua para que no se viniera aún, pues yo quería su semen en mi vagina…
Nos desnudamos completamente y nos tumbamos sobre la gran mesa de trabajo que teníamos en la bodega. Leandro se quiso subir en mí, pero mientras lo abrazaba me giré para dejarlo abajo. Lo besé y
procedí a cabalgarlo.
–Me gusta mucho cabalgar putos, ¡mejor cuando parecen burros en primaveraaahh…¡ –grité al venirme por primera vez y me dejé caer sobre el cuerpo de Leandro.
–¿En cuántos putos, y no putos, has cabalgado?” –preguntó antes de lamerme la oreja.
–En seis, contándote a ti. Todos putos, porque les fascina coger, o hacer el amor, según me tratan. Mi marido sólo me coge, mis dos amantes me hacen el amor.
Ahora fue Leandro quien rodó sobre mí. Como él aún no se venía, la tranca seguía firme y dentro de mi pepa. Me apretó de las nalgas y se puso a mamarme las chiches antes de iniciar el meneo.
–Con lo caliente que estoy, seguramente te va a gustar como te trataré –dijo al empezar a moverse y mamar metiéndose a la boca un poco más que el pezón, el cual lo recorría hábilmente con su lengua.
Tenía razón Leandro, me volví a venir dos veces antes de que él me llenara la vagina de semen. Con eso se ganó el derecho de cogerme sobre esa mesa tantas veces como fue posible. Al mes, entregamos nuestro trabajo y, como aún no había llegado nuevo material, nos otorgaron un día de descanso.
–¿Ahora qué vamos a hacer?, nos han quitado el sitio de retozo. Yo no pensaba decir en mi casa que mañana tenía el día libre. A ver a quién convenzo para irme de pinta –comenté con Leandro, pero pensando en que quizá Eduardo no tuviera inconveniente de alojarme un rato, obviamente para alojar yo su pene en ese tiempo.
–Si no tienes inconveniente, te invito a mi departamento. Tú llevas algunos bocadillos y yo pongo el vino y la cama… –propuso el garañón, ya acostumbrado a coger conmigo frecuentemente, y yo asentí con la cabeza, sonriendo y le di un beso al salir de su auto–. Te recojo donde tú me digas.
–En tu cama, obviamente… Pero pasas por mí frente a la terminal Villa de Cortez, del lado poniente, a las diez en punto –le indiqué.
Al día siguiente yo ya estaba en el lugar acordado cuando pasó Leandro por mí. Yo traía un paquete con diferentes tipos de carnes frías, pan de ajo y pan de cebolla ya rebanado y dos rebanadas del pastel que le había hecho a mi hija un día antes por su cumpleaños. Al pasar la estación Taxqueña, Leandro dio vuelta y llegamos a unos condominios donde estacionó su carro. Entramos a uno de los edificios, subimos hasta el tercer piso y abrió una puerta. Era un departamento de dos recámaras, sala comedor, cocina y baño.
–¿Cuánto cuesta un departamento de éstos? –pregunté mientras me lo mostraba.
–No sé, yo lo rento a un profesor de la UNAM, quien lo solicitó a su sindicato –contestó–. Éste será nuestro “lugar de trabajo”, cada vez que quieras –dijo cuando abrió la puerta de la recámara.
–Está mucho mejor que la mesota de roble del CID –le dije antes de comenzar a desvestirme.
Me encueré completamente y luego yo lo desvestí. Lo tomé del pene erecto y le dije “Primero comamos algo”, llevándomelo jalándolo de el pene hacia el comedor, donde había dejado mi bolsa y el paquete de alimentos. Después de lavarme las manos y sacar algunos utensilios de la cocina, comencé a preparar las tapas, pues había que untar el paté en los panes, rebanar los pimientos morrones, etc. “Abre el vino”, le pedí.
–Si primero vamos a comer, ¿para qué nos desvestimos? –preguntó con cierta incomodidad.
–Así estoy acostumbrada con uno de mis amantes, y me gusta estar en pelotas con él todo el día cuando voy a su casa, sin mis hijos los fines de semana –contesté dándole un beso.
Mientras comíamos, yo sentada en sus piernas, platicamos de las nuevas labores que nos asignarían en el trabajo. El pene de Leandro siempre se mantuvo erecto, tallándome con él los vellos de la pepa. Me gustaba ver cómo sobresalía el glande entre mis piernas.
–¿Nos llevamos la botella de vino a la cama? –me preguntó Leandro.
–¡Claro! –contesté y tomé mi bolsa para llevarla a la recámara.
–¿Por qué la traes? No se te va a perder nada –aseguró.
–Es que aquí traigo mis cigarros –le contesté–. No veo ceniceros por aquí, ¿no tienes?
–Sí, déjame sacar uno, pues los tengo guardados, yo no fumo –dijo al extraer uno de un cajón y me lo dio.
–¿De veras no fumas? –pregunté.
–A veces, cuando me dan las tres de mariguana, pero tabaco no –contestó con displicencia.
–¡Qué bueno!, porque no sólo traigo tabaco –dije al sacar de mi bolsa un carrujo de los que me había dado Roberto.
–¡Se va a poner bueno! Ya traes media botella de vino puesta y con la fumada, seguro que estarás más receptiva para hacer el chaca-chaca –aseguró, dejando ver que no sería yo la primera que se cogería así.
Prendí el porro, aspiré profundamente y se lo pasé. Leandro le dio dos fumadas y me lo regresó. Me estuvo lamiendo los pezones y dedeando la vagina para calentar aún más el ambiente. Yo seguí fumando y tomando mientras él continuaba paseando su lengua por toda mi anatomía.
–Eres muy puto, lo haces rico. ¿Con cuántas has practicado para llegar a ese grado de maestría? –pregunté tallando mi pubis en su cara.
–Con algunas, pero nunca antes con una experta como tú –contestó mirándome a los ojos, al suspender momentáneamente su gran probada de vagina que ya me había sacado dos orgasmos y siguió.
–¡Puto, puto, putoooo…! –le gritaba en cada orgasmo nuevo que me provocaba.
Cuando acabé de fumar y me acabé la copa que me había servido, tropezando las palabras, le dije “¡Quiero verga, papito! ¡Métemela hasta donde me quepa!” y él me satisfizo por primera vez en ese día. Sé que seguimos cogiendo, pero no puedo precisar lo que me hizo, aunque yo me sentía en el cielo. Sé que me cogió bastantes veces y se vino unas dos o tres antes de que despertara yo.
Leandro me besaba el rostro y me abrazaba cuando desperté.
–Creo que ya se me hizo tarde. Necesito bañarme, ¿El agua está caliente? –pregunté.
–Sí, vamos al baño –ordenó tomándome de la mano.
Yo estaba un poco mareada por la mota y el alcohol, pero Leandro estaba muy despierto. ¡Claro, él sólo le dio dos fumadas al cigarro y tomó poco vino! Me enjabonó y me enjuagó bien. Me trató con mucho cuidado y de manera muy cariñosa, pero de lo que no me salve fue de una penetración anal “Me faltó venirme por aquí” dijo al ensartarme su macana.
–¡Listo!, leche por los tres orificios que usas con tus amantes cuando estás grifa –afirmó, seguramente por lo que yo conté estando bien peda.
–Servicio completo –dije.
–No, no incluyó el embarazo, pero si vienes sin DIU la próxima vez, te empanzono… –amenazó.
–¡Ni madres! Ya tengo dos críos ¡Ni uno más! –subrayé.
–Pues a mí me dijiste que yo cogía tan rico que querías hacerlo sin DIU para dejar constancia… –aclaró.
–Seguramente lo dije porque estaba pasada, aunque sí es cierto que coges muy bien –justifiqué.
Me vestí, y cuando me peiné, me di cuenta que aún traía los ojos rojos. Esa yerba que consigue Roberto está muy buena y pega fuerte. A saber cuántas cosas le conté a Leandro mientras me daba gusto en su pene. Lo que sí quiero explicitar es que me encantó coger con él y hubiera seguido haciéndolo si no es porque comenzó a decirme que me casara con él en cuanto se concretara el divorcio con Saúl. Lo mandé lejos por petulante, además no iba a salir de un a relación para entrar en otra con un egocéntrico cuya única virtud es coger muy bien, pero eso lo hacen todos mis machos y ya no son insistentes.
¡Uff! Cuando me lo contaste por teléfono no me diste tantos detalles, ni me contaste de la primera vez que estuviste en su departamento. Aquella ocasión, luego de la llamada telefónica me pajeé imaginándome en los brazos y piernas de Leandro (a quien no conozco) y me vine delicioso.
Así que ya sabes que te he leído calentándome con caricias en mi pucha. ¡Te admiro por puta!
Ahora discúlpame, porque ya estoy a mil y voy a pensar en las caricias de Leandro…
Ahora entiendo… Leandro es (o al menos era) todo un garañón y te surtía delicioso. Por esa razón le gustó a tu marido el atole que hacían. Seguramente lo probó varias veces antes de que ocurrió lo que relataste en «Descubriendo afecciones» y, esa vez, no se aguantó las ganas de chuparte de inmediato.
Es claro que a los 30 años cogías o hacías el amor cuando se te antojaba y con quien se te antojaba. Ahora, dices, eres más selectiva. ¿Se te antoja un chico de «huevos lindos»?
De leandro yo sólo supe lo que contaste en otro relato muy caliente (algo de adicción al atole). Al deducir de éste, ese tal Leandro te fornicó muchas veces en su casa. ¿En todas fumaste? ¿Hay alguna en tus cinco sentidos que puedas contarnos?
Tú no te acuerdas cómo estuvo el encuentro, ni lo que dijiste, pero tu amigo sí sabía que no debía fumar ni tomar tanto para disfrutarte muy bien: «estarás más receptiva para hacer el chaca-chaca». Es clara su experiencia, avalo su dicho.
Me encanta hacer lo que se me antoja con las mujeres bonitas, calientes y tomadas o fumadas, todas quedan tan satisfechas y felices como tú lo señalas: «no puedo precisar lo que me hizo, aunque yo me sentía en el cielo».
Pero el verdadero cielo es el de quien lo disfruta consciente. Por eso tu marido te goza cuando llegas borracha y grifa a tu casa.
¡Por eso eres mi ídola! Te tiras a quien te apetece, eres maestra en eso.
Cuando mi novia Dalita se emborrachó cogiendo con mi mante Amador, la vi muy feliz. También cuando se fumó un porro cogiendo con mi amante Bernabé. En ambos casos estaba eufórica disfrutando la cogida, y los machos hacían de ella lo que se les antojaba, también felices, pero ellos sí guardaban en su memoria esos momentos. Al final, Dalita sólo recordaba lo de Amador, pero muy poco, o casi nada de lo de Bernabé. Conclusión: un poco de alcohol esta perfecto, pero mucho o mota, no vale la pena pues no recordarás las cosas buenísimas de la vida.