¡Lo caché!
Desde la ventana de mi cuarto pude ver, y oír, la manera en que mi esposo y una sirvienta se calentaron y se pusieron de acuerdo, yéndose a coger. Al regreso, hirviendo entre mis celos, le pedí que me contara lo que pasó..
Mis, lectores saben que soy una ninfómana que se ha ido calmando con la edad. Nuestra relación sufrió tremendos problemas con mi conducta. Sin embargo, al saber que la cura sería peor, mi marido optó por dejar que me tirara a quien quisiera, a condición que le contara mis aventuras. Esa historia está relatada en once capítulos con el título “La ninfomanía puede causar infidelidad”. Saúl, mi marido, también se transformó en un contumaz puto cogedor, pero no requiere seducir a las putas, ellas se le arrastran rápidamente y tiene para escoger. No sé a cuántas de las sirvientas que hemos tenido se ha cogido, pero tiene fotos de varias de ellas posándole desnudas.
No todas las mujeres que son atraídas por Saúl lo cortejan, muchas tienen escrúpulos o los valores que les inculcaron se imponen, tal es el caso de doña Lupe quien trabajó con nosotros hace muchos años. Ella me confesó que sí le gustaba mi marido, también lo conté ya (“La madre de mi fámula”), pero no hizo nada. Sin embargo…
Mi marido ya se había despedido de mí para ir a una reunión, sacó el auto a la calle y se esperó un poco mientras se estaba calentando el motor y él le quitaba el polvo a los vidrios. Yo miraba desde mi cuarto oculta tras el visillo cuando se acercó doña Lupe, de tetas grandes como las mías, pero con un culo que complementa su atractivo.
–¡Buenos días señor! Permítame ayudarlo –le dijo doña Lupe, quien pasaba por allí al salir de alguna de las casas vecinas que asea, y le quitó el trapo de la mano.
–Yo puedo hacerlo, Lupee… –dijo, quedándose embobado mirando cómo, al tallar el parabrisas, le bailaban las tetas a la gata que no traía sostén.
–Me gusta ayudarlo –dijo y luego, al ponerse de perfil para limpiar los vidrios laterales, a mi marido se le caía la baba con sus ojos siguiendo el perfil del trasero–. Para todo lo que se le ofrezca… –le dijo ella sonriendo coquetamente al mirar el rostro lascivo de Saúl y luego bajó la vista para mirar la notoria erección–. Para todo… –insistió sin apartar la vista de la montaña
–¿Ya vas para tu casa? –le preguntó mi esposo cuando ella le devolvió el trapo después de sacudirlo.
–Sí, ya terminé aquí –contestó sin dejarle de sonreír.
–No, será un placer… –le dijo abriéndole la puerta del auto.
Yo me quedé rabiando de coraje, pero cuando atiné a correr la cortina para abrir la ventana y gritarle, ellos ya habían partido. El resto del relato me lo contó mi marido.
–¿No lo desvío mucho? –preguntó Lupe inclinándose en el asiento para acomodarse la falda que se le había subido.
–De ninguna manera, iba a una reunión, pero no hay prisa –contestó Saúl–. Ya me tapaste la linda visión –le dijo cuando se bajó el plegue de la falda.
–Perdón –dijo ella y se lo volvió a subir . –¿Así está bien?
–Por lo pronto sí –contestó el puto de mi marido, poniéndole la mano en la pierna.
–Así estará mejor –dijo ella, tomando su mano para subírsela hasta la cuca.
–¿Tienes tiempo para que pasemos a “estar mucho mejor”? –se le lanzó Saúl recorriendo el clítoris con los dedos.
–El que necesites… –expresó tuteándolo y cerrando los ojos para concentrarse en el disfrute de las caricias que recibía en su raja húmeda.
En el hotel, apenas entraron, ella se le fue encima besándolo y comenzó a desvestirlo.
–No me gusta usar condón, pero me saldré a tiempo –prometió Saúl.
–No lo necesitas, hace mucho que me hicieron la salpingo –contestó ella al terminar de desnudarlo, levantándose la blusa por arriba.
Las tetotas de Lupe, a sus 40 años, aún conservaban tono y sus grandes pezones marrones fueron un imán para la boca de mi marido. Lupe se quitó la falda y quedó lista para follar. ¡La puta no traía ropa interior! Se tumbaron en el colchón y ella se metió la verga que se deslizó en una vagina encharcada. Se movieron un poco y ella se sentó en la tranca para cabalgar estruendosamente. Mi marido escuchaba con placer el golpeteo de las nalgas en su torso, disfrutaba cómo le apachurraba los huevos en cada bajada y miraba cómo danzaban las chichotas, parecía que los pezones dejaban dos estelas ondulantes por lo rápido que se movía la criada.
Sería que el mañanero que me dio mi esposo fue abundante lo que le facilitó contener la venida, a pesar de sentir orgasmos, pero aguantó hasta que los gemidos de la puta se convirtieron en gritos continuos y eyaculó.
–¡Así, papacito, lléname de tíiiii…! –gritó por último al desplomarse sobre el pecho de mi esposo.
Ella sollozaba y vertía tantas lágrimas que Saúl sintió cómo le resbalaban por su costado. Aunado al placer de la corrida, mi marido disfrutó de los apretones que ella le hacía con su vagina en el falo. Sintió también escurrir mucho líquido por los huevos y la entrepierna. ¡La puta lo mojó como si se estuviera meando!
Ya calmados, Saúl la resbaló hacia la cama y se puso a limpiarle con esmero la panocha y las entrepiernas. Lupe se retorcía y tomó la cabeza de mi marido para frotar la nariz y la boca en la pepa, regalándole más flujo hasta hartarse de tantos orgasmos.
Cuando lo soltó, mi esposo metió las manos bajo el cuerpo y le acarició las nalgotas mientras le besaba la pancita que nunca desapareció después de los embarazos.
–Qué lindo se sienten esos cariños… –decía embelesada acariciando la cabeza de Saúl– No sé por qué tu esposa tiene que recurrir a otros para ser feliz… Bueno, eso creo, y lo digo porque cuando trabajaba con ustedes, al retirarme, varias veces vi que llegaba alguno de sus amigos y ella los recibía en bata semitransparente –confesó.
–Supongo que le pasa lo que a mí. Ella me hace feliz, y no solo en la cama, y aquí estoy, tomando más felicidad de parte tuya, acariciándote estas nalgas hermosísimas –y la volteó boca abajo para lamerle las nalgas y besarlas–. Supongo que ella ha de buscar que le den o hagan algo que yo no doy o soy deficiente en ello.
–Siempre quise coger contigo, pero yo estaba casada y, además, nunca me lo pediste –le dijo Lupe, entre beso y beso que le daba en el rostro–. ¡Gracias por este momento! Vámonos para que no se te haga tarde –concluyó.
Doña Lupe se levantó y comenzó a vestirse. Primero sacó su pantaleta y el sostén de la bolsa y se los puso, mientras Saúl la contemplaba desnudo.
–¿Qué no tienes prisa? –preguntó Lupe comenzándolo a vestir –Bueno, la verdad es que yo ya no aguantaría más placer y tú fuiste el segundo del día, hasta me salí rápido de allí sin ropa interior para no seguir cogiendo con don Érik que es un rabo verde delicioso. ¡Pero no te llega a ti ni a la sombra! –reveló su trato adicional al de fámula con el vecino, sí, el dueño del perro que conté.
Le besó los pies a Saúl antes de ponerle los calcetines. Luego fue por una toalla, la cual mojó para limpiar el torso de mi marido, que estaba lleno del atole que escurrió. Lo vistió completamente y salieron rumbo a su casa donde la dejó.
Ya en la noche, cuando llegó mi marido, lo recibí de malas maneras, impidiendo que me besara.
–¡Primero métete a bañar! ¡Hueles a gata puta y cochina que se revuelca con quien ella quiere! ¿Crees que no vi cuando te llevaste a Lupe?
–Vamos, Nena. Lo de Lupe no es más que una cogida casual. Se me antojó y ella también me tenía ganas desde que trabajaba con nosotros. Yo no te digo nada cuando te revuelcas con tus machos –dijo quitándome la bata, que era lo único que yo traía y me llevó a la cama.
–¡Has de venir todo lleno de sus excreciones! –señalé.
–No, ella me limpió muy bien, tanto con la boca como con una toalla mojada. No nos metimos a bañar porque ella quería dormir con el olor mío –dijo y se terminó de quitar la ropa.
–¿Crees que era sólo tu olor? Hoy le tocó coger con don Érick, pues encuerada le hace el aseo de la casa par que él se la coja cuando se le antoja. Te tocó mover atole… –le indiqué sonriendo sarcásticamente.
–Sí, de seguro revolví mi semen con el de su patrón. Además, el sostén y las pantaletas los traía en su bolsa porque salió rápido para que ya no se la cogiera más –me contó.
–No quería… Estoy segura que Lupe te vio en la calle y no se los quitó antes de salir para “toparse casualmente” contigo sabiendo lo fácil que eres, sino que se quedó así para que se te antojara. ¡Vi cómo se te caía la baba con sus poses…! –le grité muy enojada recordando su mirada libidinosa.
–Tal vez, fue casual, pero muy afortunado el encuentro y no lo hizo premeditado –dijo al acostarse sobre mí.
Se vino con mucho brío, seguramente recordando a Lupe con su cara de nena que no rompe un plato, treinta o más años menor que él y con muy buen cuerpo.
–¿Te la volverías a coger? –pregunté muy celosa.
–Tal vez, si me lo pide explícitamente. Hay muchas cosas que se me antojó hacerle, pero ya no hubo manera… –dijo obviamente pensando en las nalgas de Lupe y cogiéndosela de perrito.


Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!