Me calenté de más (2 de 2)
Trío con Rogelio, mi “joven” amante (55 años), y Saúl, mi marido (75 años).
Al viernes siguiente, Rogelio llegó dándome en la mano un hermoso ramo de rosas rojas y en la boca un beso calentón, sin cortarse por la presencia de Saúl. Al tener la mano libre, me acarició una chiche y sin soltármela, le extendió un pequeño y delicado arreglo floral con jazmines a mi marido.
–Me llamo Rogelio –dijo sonriente, extendiendo la mano para saludar a mi marido–. Mucho gusto en conocerlo personalmente.
–A mí también me da gusto conocerte en persona, sólo te conocía en videos –respondió Saúl estrechándole la mano –. ¿Qué es eso de “conocerlo”? Háblame de “tú”, al fin que has tenido mi más querido tesoro en tus manos.
–Sí, conozco muy bien a tu prenda amada, y te envidio –aseguró, mientras nosotros aspirábamos para disfrutar el aroma de las flores que nos trajo –. Perdona la pregunta, ¿de qué videos hablas? –le preguntó a Saúl.
–De los de las cámaras de seguridad, tres de ellas HD, en mi recámara… –contesté yo para dejar todo en claro– ¿Nunca las viste?
–¡Qué voy a ver!, mis ojos sólo han sido para ti, más cuando estás desnuda… –dijo y besó mi mano.
Saúl sirvió unos tragos y animadamente platicamos en la sala un momento antes de pasar al comedor, donde también charlamos muy a gusto. Saúl le agradeció a Rogelio el detalle inusual de regalarle flores a un hombre. “Además es el perfume que le gusta usar a Saúl”, dije, a lo que Rogelio respondió “¿De veras? ¡También es mi preferido!”. “¡Caray, otro gusto en que coincidimos!”, exclamó mi marido acariciándome ostensiblemente las tetas. E inicié el morreo con mis dos hombres. Los desvestí lentamente, alternando besos, caricias y tragos de vino de boca a boca… Confieso que me encantó la cordialidad que se dio entre estos dos amores míos, además de la sinceridad y seguridad que mostró Rogelio.
Ya de pie, me volteé dando la espalda a mi esposo e hice el ademán de que bajara el cierre de mi vestido. Saúl obedeció y yo, con un movimiento de cotoneo, dejé que la prenda escurriera hasta el piso. ¡Me encantó ver la cara de asombro y felicidad del macho! Yo no traía nada más abajo. Rogelio estiró sus brazos hacia mí y nos dimos un buen abrazo; en mi pubis sentí cómo creció su erección por lo que no pude resistir la tentación de dirigir su turgencia a mi interior. Sólo fueron necesarios dos acomodos para colgarme de su cuello y comenzar el vaivén del coito sostenida por mis nalgas en las firmes manos del mozuelo que me pone muy caliente cada vez que lo veo.
Grité bastante con los orgasmos que me sacó Rogelio. Fue tanto que me sentí débil y tuve que poner los pies en el piso. Rogelio. Sin sacarme la verga, flexionó un poco sus piernas para que asentara bien los pies. Era evidente que él no se vino. “¿Sería porque le impuso la personalidad de mi marido mirando el apareamiento?”, me pregunté y volteé para mirar a mi esposo. Sí, Saúl nos veía con gran deleite desde la cocina. ¡Ya había recogido los trastos y los terminaba de meter en el lavavajillas!
–Así, ensartada, cárgala otra vez y llévala a la recámara –ordenó Saúl después de prender el aparato.
En el camino hacia la cama, puse mi cara sobre el hombro de Rogelio y veía feliz al cornudo caminando tras de nosotros. No pude evitar lanzarle besitos al aire y él me sonrió.
–Ahora sí, no te separes de ella y acuéstala para ver cómo la fornicas de misionero, tú arriba. Pero no te salgas de ella cuando te vengas, sólo giran para que la dejes sobre ti.
Rogelio, muy obediente, me sacó más orgasmos mientras yo gritaba de puro gusto. “¡Vente, papacito! ¡Llénale de semen la pucha a esta señora puta!” Mi cornudo nos miraba arrobado, dejándome claro que esa fue la escena que más le gustó a Saúl del video que había visto. Sentí el calor del chorro que me surtió “mi amor chiquito” (porque es el menor de mis amantes). Descansó un poco sobre mí, luego me abrazó y se rodó para que quedáramos como lo había pedido mi marido.
Saúl me besó las nalgas, lamió mi ano, luego bajó la lengua por el periné para lamer las chorreaduras de atole. Por último, se acomodó en cuclillas para penetrarme por el culo. Yo sentía mucho placer con los viajes que daba en mi intestino esa tranca tan dura, pero también, con ese masaje que se trasmitía por mi pared vaginal hacia el falo de Rogelio, se le comenzó a poner rígido a éste. Mi marido se acomodó completamente sobre mí para moverse con mayor facilidad. Rogelio y yo nos besábamos, cada vez con mayor pasión estimulados por el movimiento de mi marido. Lamentablemente, el peso que tenía que soportar mi amante era mucho y nos empujó hacia el colchón cuando se le dificultó la respiración, “quedándome como la perra de las dos vergas” (para hacer la paráfrasis).
–¡Perdón!, estaba sintiendo muy rico, pero ya no podía respirar… –explicó Rogelio.
–Discúlpame tú, la culpa fue mía, pues me monté completamente sobre Tita cuando te volvió a crecer la verga. Ese volumen que te crecía, apretó mejor mi tronco y provocó que yo sintiera en el glande una caricia al recorrerle el recto a mi Nena –explicó Saúl.
–¡Ah, putitos, les gusta sentir otra verga! –dije y me puse a acariciárselas desde los huevos hasta la punta, resbalando una mano en cada pene.
Lamí alternadamente las puntas de sus falos y se les volvió a templar. Cuando los tuve “al palo”, les pedí que se pararan de frente sobre la cama y junté sus troncos para hacerles una chaqueta simultánea. Pronto salió el presemen que me facilitó el trabajo, luego friccioné un glande contra otro. “¿Así es como les gusta sentir?”, les pregunté viéndolos. Me enterneció mirar que se sostenían uno a otro con los brazos y, cerrando los ojos, disfrutaban el trabajo manual que les hacía. “Ajá, así está rico…” dijo Rogelio y la respuesta de Saúl sólo fue un quejido de placer. “¡Putos…!”, les dije y sonrieron sin abrir los ojos.
–Hay una manera en la que sentirán más ricas las caricias. Acuéstense, así como están –ordené y así lo hicieron.
Me puse a mamarlos alternadamente y repetir las mismas caricias que antes, pero añadí unos “espadazos” entre sus penes y mi lengua. Además de golpear uno contra otro los falos, también lo hacía en mi lengua y mis mejillas. Pero luego jugué a que se acariciaran el glande con los huevos del otro (yo seguía lamiendo todo lo que podía). Por último, les junté las bolas dándoles masaje unas con las otras, mientras les chaqueteaba los troncos juntándolos; o me metía una a la boca y la otra la restregaba en el escroto del otro. Ellos se retorcían de placer.
–¿Verdad que sus vergas son muy hermosas, y más cuando hacen cositas ricas? Ahora las quiero juntas por la vagina –les pedí acostándome entre los dos y los ayudé a entrar en mí.
Rogelio me quedó de frente y lo besé, lengua contra lengua, en tanto que Saúl me acariciaba las tetas abrazándome desde atrás. Comenzó el “chaca-chaca” hasta que lograron acoplarse, uno entraba y el otro salía, se resbalaban recorriendo mi vagina. ¡Es la cogida más rica de todas!
Explicación no pedida. Los penes de los putos se acarician: el glande de uno recorre el tronco del otro, subiendo y bajando, excitando la zona donde pasa el canal de la orina y el semen, la cual es donde la mano fricciona al tronco cuando se masturba. Además, un plus se da a mitad del camino, cuando los glandes coinciden (uno de subida y el otro de bajada), y el estímulo se magnifica. Esto último lo entenderá mejor quien le haya hecho una chaqueta a un macho y con el pulgar lo resbala en el glande muy lubricado con el presemen (o la saliva). En otras palabras, los machos se estimulan mutuamente, pero la verdadera ganona es la putísima que los cobija con su vagina, pues siente una tranca de doble volumen que revolotea en los puntos “G” y “A”. La felicidad se complementa al estar entre los cuerpos que te hacen sándwich y los brazos que compiten por aprisionar tu cuerpo.
En ese momento yo sentía el amor de los dos, esa aura de lubricidad que cobija y encierra a los tres. Era claro que cada uno se entregaba por completo a los otros dos ¡Cómo que se iban a negar a mamar! ¡Eso me quedaba claro!
Yo ya estaba montada en mi trenecito de orgasmos, arrullada por el coro de gemidos que salían del placer sentido y la velocidad que iba en aumento, como animal desbocado corriendo hacia el despeñadero. De pronto, ambos me apretaron simultáneamente y sentí que se incrementó el grosor de los falos que yo acunaba; gritaron al unísono soltándome sus chorros de esperma que sentí en la profundidad de mi ser, seguramente en el cérvix; me soltaron simultáneamente y sus penes, babosos, desmayados y chorreantes salieron de mis cuatro labios. Saúl fue el primero que bajó su cara para lamer mi panocha; desde mis nalgas metió la lengua, pero cuando abrí mis piernas para facilitarle las chupadas, vio la verga de Rogelio, con el extremo del prepucio formando un cuenco lleno de leche, dirigió hacia allá su boca. Logré sacar mi pierna aprisionada pos su cara; escuché gemidos de Rogelio y estaba gozando la manera en que Saúl le exprimía el semen que aún quedaba en el falo, se retorcía y contorsionaba, tratando de extenderle el placer a su compañero de coito. Lo auxilié para que acercara su cabeza a la verga de mi esposo y también se puso a mamar. Acaricié la cabeza de ambos y me sentí feliz de lo logrado. Ellos mamaban, además, con una mano chaqueteaban el tronco y con la otra acariciaban los huevos. Era obvio que su masturbación era muy placentera pues se reforzaba al corregirla con lo que más le gustaba de lo que el otro le hacía.
Cuando terminaron sus caricias mutuas, se vieron a los ojos y sonrieron. Me acosté bocarriba, y resbalaron mis grandes y fofas chiches hacia los costados.
–Si quieren seguir mamando para dormirse, cada uno tome su pacha –dije, ofreciéndoles una teta a cada quien.
Lo hicieron y durmieron como dos bebés. Los abracé para que sintieran mi cariño. Varias horas después, desperté, tenía a Rogelio encima y a su muy crecido miembro adentro; dejé que me hiciera lo que él sabe hacerme muy bien… El majo acabó y bajó al colchón, pero la trepidación despertó a Saúl, quien con paciencia esperó. Mientras veía muy atento cómo me comportaba cual puta que sólo abre las piernas y satisface al cliente, pero que también goza cuando le hacen muy bien la faena. Apenas se desocupó mi orificio vaginal, se subió Saúl a mover el atole, revolviendo su leche con la que me acababa de surtir Rogelio. Sacó la verga, pero casi inmediatamente metió la lengua y sorbió la mezcla de ambos. ¡Benditas mamadas! ¡Mi marido las hace mejor cuando estoy cogida! Me dejó fuera de la realidad.
No supe cuántas cogidas más me dieron, pero en la mañana traía la cara con lefa seca y mi ano estaba muy dilatado. Desperté cuando Rogelio tomaba atole fermentado y luego se subió en mí. Sus besos fueron muy apasionados mientras me cogió como poseso. De pronto, dejó de besarme y se puso a lamer mi cara hasta dejarme limpia de las escamas del semen seco. Concluí que fue mi marido quien me cogió por la boca y Rogelio disfrutó ese sabor que ya había probado directamente del envase de Saúl.
Nos levantamos directamente a la ducha. Ahí, me enjabonaron entre los dos, y yo a ellos. Las caricias con la esponja eran muy calientes y los besos acompañaban nuestra limpieza.
–¡No se vale, yo trabajo el doble que ustedes! Ayúdenme –dije y tomé la mano de mi marido para colocarla en el pene de Rogelio.
Saúl se la enjabonó muy bien a Rogelio, estirándole el pellejo del tronco, además de pasarla la esponja a los huevos y a las nalgas. Rogelio se dejaba, cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás mostrando su placer. Luego puse la esponja en la mano de Rogelio y jalé la verga de mi marido hacia ella para decirle “Ahora te toca a ti”. Mi amante obedeció con mucho agrado, incluso se la peló y lamió el glande y le dio un par de chupaditas. “¡Qué puto me salió el amante!”, pensé. Ya con las dos vergas estiradas, se me antojaron juntas. Les pedí un sándwich tradicional bajo la regadera y me dieron gusto…
Al salir de la ducha, me secaron entre los dos, llenándome el cuerpo de besos. Me puse una bata y me fui hacia la cocina diciéndoles “Mientras se secan, voy a hacer el desayuno. Se secan, pero no se vistan. Les hablo cuando esté lista”. Ellos se quedaron platicando acostados hasta que les llamé. Desayunamos muy a gusto, Rogelio se vistió y así como estábamos, encuerados, nos despedimos de él.
La escena del 69 que hicieron mis compañeros de trío esa noche quedó inmortalizada en las cámaras de video. El domingo, cuando nos acostamos, le puse esa parte del video a mi marido.
–Fíjate que rico lo haces, cómo chupas todo el aparato: ¡hasta los huevos de Rogelio se los juegas en tu boca! Se nota que ya tenías experiencia… –le señalé, y Saúl solamente sonrió mientras me jalaba un pezón–. ¿Desde cuándo has mamado vergas?
–Sólo lo hice de niño, con mis amigos, de los ocho a los doce años. Me gustaba mucho verlos felices haciendo caras de placer.
–¡Ah! Eres puto desde niño… –dije esbozando una sonrisa– Seguramente también te la chuparon y hasta se penetraron gozosamente.
–Sí, me gustaba mucho sentir su lengua recorriendo mi glande y las lamidas de huevos, los cuales nos cabían juntos en la boca. Chupé cinco penecitos antes. Pero hasta ahora lo volví a hacer –acotó.
–No me respondiste lo de la penetración… –insistí.
–Sí, también jugamos a eso. Lo hice y me lo hicieron, pero yo no lo disfrutaba, tampoco me sentía mal ni me dolía, eran penes chiquitos –precisó.
¡Zaz, sí estuvo muy caliente! Me encantó la explicación que diste sobre có,o se acarician los penes cuando te los meten juntos por la vagina. Seguramente les preguntaste por qué les gustaba.
A petición tuya, voy a escribir cómo pasó con Dalita, su marido, el mío y yo, también fue memorable, pero añadiré lo que ocurrió a la siguiente vez de nosotros cuatro: ellos solitos, sin que lo pidiéramos, se chaquetearon mutuamente mientras que nos veían jugar con el dildo de dos puntas
Pues sí, ya les había preguntado antes a Saúl y a Eduardo y, a los dos días, le pregunté a Rogelio. Lo que resaltaron fue el sube y baja similar a la masturbación, pero añadido al calor y la humedad se estar dentro de la vagina, y sí les encantaba el desliz de sus glandes cuando se encontraban en el viaje…
Esperaré la publicación de tu experiencia, puta tortillera….
Cada día te admiro más. ¡Qué envidia me das! Ya cumplí 59 y sigo a cien en mi actividad sexual (tres amantes, un marido y lo que se me atraviesa) pero ni de lejos podré emularte. ¡Felicidades por lograr lo que te proponías con los hombres que querías!
Gracias por tus palabras. Tú no te detengas cuando te haga agua la pepa ante alguien, seguramente él estará igual, además puedes verificarlo «a ojo» o con un rozón en la entrepierna.
Ahora entiendo por qué se ponen tan arrechos en el sándwich…
Hace casi diez años que te sigo y, la verdad, con el calentamiento de tus relatos fue uno de los motivantes para ser como ahora soy. Llevo un año y dos meses de que me «destapé» y ya me he tirado a cinco más, ademas de mi esposo. Mar y tú dan sugerencias muy precisas de cómo llevarlos hasta donde uno quiere. Trataré de hacerlo con mis dos amores. Me calienta imaginarlos en un 69.
Sé que haber contado mis experiencias han prendido a otras mujeres que tenían silenciados sus instintos sexuales. Aunque yo pretendía relatar lo que me ocurrió con la ninfomanía desatada para poner el asunto en conocimiento de otras personas que sufrieran lo mismo, o que fuesen afectadas por una pareja que tuviese el padecimiento.
¡Lograste tu objetivo! Con una mujer como tú, cualquiera se calienta; y ya calientes…
Pues sí, lo sé, y seguramente yo también caería chupando panochas de otras calientes.
Difícil de resistir. Es muy natural, la verga envuelta en atole y recién ordeñada es un bocado para exprimirla a pura boca…
Aunque aún no nos ha contado Mar los detalles, ella ya logró ver ese rico 69 entre su marido y su amigo, además de que lo sospechó desde la vez que le preguntó a Pedro y cuando contó que le ganó el bocado a su marido.
También Mar lo vio contigo y Bernabé, ¿lo olvidas?
Sospecho que en uno de esos tríos con sus amantes, también Bernabé se vaya sobre la verga de Amador.
Ya se han lengüeteado los huevos y el tronco, con el pretexto de lamerme el clítoris y los labios rebosando de leche en el bombeo…