Quiero hacer un gato (2/2)
Conclusión de «Quiero hacer un gato».
Quise corresponder con la amabilidad de Adriana y decidí hacer una cena muy especial: lo mejor de las recetas de mi padre y de mi suegra. Compré vinos suficientes, no sólo para el maridaje de la cena sino también para la noche de amor larga que esperaba. Le comenté a Saúl sobre una posición en la que estuviéramos los cuatro disfrutándonos mutuamente, bueno, cada uno con las dos y cada una con los dos, todos simultáneamente. “Quiero que hagamos un gato”, le dije. “¿Qué es eso?”, preguntó de inmediato.
—El símbolo #, las líneas que pintamos para jugar “gato”, “tic-tac-toe”, tres en línea” o como le llames. Las barras seremos nosotros en sentidos contrarios, las mujeres paralelas, chiches hacia abajo y los hombres también paralelos, pero verga para arriba. Nosotras sobre el falo de uno, penetradas, claro, y con las chiches en la boca del otro. ¡Está para el circo!, ¿verdad?
—Más que para circo, ¡mira! —me contestó de inmediato sacando de la bolsa de la camisa el cuadernito que siempre porta y con el bolígrafo dibujó rápidamente unas siluetas para que me diera cuenta que no sobresaldrían las cabezas, además de que los cuerpos paralelos estarían muy juntos.
—¡Ah, no es «gato»!, pero parece… —dije.
—¡Claro que lo intentaremos, puta! —me contestó Saúl dándome una suave mordida en el seno y metiendo su mano bajo mi falda.
Cuando llegaron nuestros invitados, todo fue cordialidad. Adriana me dio un ramo de flores y colocó dos botellas de champaña en la nevera; Eduardo le dio un par de libros a Saúl, producto de las ediciones que patrocinó ese mes a nóveles escritores, con sendas dedicatorias de éstos; además de que todos colaboramos en llevar las cosas a la hora de la comida. Platicamos un poco. Saúl se interesó en el proyecto cultural de Eduardo, incluso lo felicitó por su trabajo. Bailamos un poco, comenzaron los besos. Me di cuenta que Saúl traía la verga bien parada, no sé si por verme en brazos de Eduardo o por los besos y toqueteos a los que le obligaba Adriana.
Adriana comenzó a quitarle la ropa a Saúl y yo, al ver eso se la empecé a quitar a Eduardo. Una vez que los tuvimos encuerados, y con el pito goteando líquido preseminal, cual si fuese una coreografía ensayada fuimos con nuestros respectivos cónyuges para que nos desnudaran mientras nos movíamos al ritmo de la música. Siguieron las coincidencias coreográficas pues ambas les ofrecimos el pecho a nuestros maridos y después nos agachamos para mamarles la verga mientras les dábamos unos jalones al tronco para exprimirles más presemen. Al sentir el sabor en la boca, fuimos a besar al otro. Ellos sólo sonrieron pues recordaron haberse probado varias veces, uno al otro, en mi pepa. Bailamos un poco más, cuerpo a cuerpo hasta ensartarnos y ser cargadas. ¡Se vinieron de inmediato! Con mi boca, le limpié el falo a Eduardo. Adriana veía y me imitaba, intercambiamos miradas para intercambiar otra vez de pareja. Repetimos el beso, ahora con sabor a semen y se les volvió a parar, Nos volvimos a colgar del cuello de nuestros maridos hasta lograr cada una el orgasmo. Cuando nos dejaron sobre el sofá a una y en la alfombra a la otra, tomé a mi marido para obligarlo a hacer un 69. Adriana, de inmediato forzó a Eduardo para que hicieran la misma posición. Todos mamamos con deleite después de haber mezclado nuestros flujos y hubo más orgasmos hasta quedar agotados. Descansamos juntos cada quien con su cónyuge, hasta que ellos fueron a sacar una botella de champaña de la nevera, sirvieron las copas y nos las ofrecieron. Brindamos de pie y cada una tomó de la verga al hombre de la otra para llevarlo a sentarse en sus piernas. Al poco rato, cuando vaciamos la primera botella de champaña, Adriana propuso que jugáramos a la botella, “Obviamente no será de prendas, sino de preguntas. A quien le toque, preguntará a su cónyuge sobre lo que piense de alguno de los demás”. Nos sentamos en la alfombra, pero antes dijo, déjenme tomar la última gota y limpiar la botella. Se llevó la botella a la boca, sólo salió una gota, y después al vello de su vagina. Saúl le preguntó a Eduardo que vino deseaba tomar y nos lo sirvió a todos, en tanto que yo acerqué varios de los bocadillos que había preparado. Ahora sí, nos sentamos frente a frente los del mismo sexo y Adriana giró la botella, que al detenerse ¡me apuntó a mí! No me agarró de sorpresa, pues ya sabía que preguntaría a mi marido.
—¿Qué te gusta más de Adriana? —le pregunté a Saúl de inmediato. Él, quien la tenía hacia su derecha, volteó a verla con cara de lujuria, se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, al tiempo que le acariciaba la cintura bajando la mano hacia sus nalgas.
—Que está muy buena, además que es muy culta e inteligente —contestó y le dio un apretón en la nalga. Eduardo sonrió y movió la cara afirmativamente. Saúl le soltó la nalga a Adriana y la nalgueó como despedida, dio vuelta a la botella que al detenerse apuntó hacia Adriana. Ella sonrió.
—¿Qué te gusta más de Tita? —preguntó a Eduardo, quien antes de contestar extendió su mano derecha para darme un jalón suave el pezón y retorcerlo. No pude evitar tomar el pene de Saúl y jalarlo al ritmo de lo que sentía con lo que Eduardo me hacía a mí, mientras contestaba.
—¡Sus tetas!, primero sus tetas, luego su cara y la forma en la que hace el amor… —dijo dándome jalones y apretones, los cuales transmitía yo a la verga de Saúl.
Cuando Eduardo me soltó la chiche para girar la botella, Saúl exclamó con un sarcasmo imperceptible por los demás “A todos nos gusta por lo mismo, ¡chócala!” y se dieron un apretón de manos, pero yo sabía que quería decir “Qué obvio eres”. Me di cuenta que Adriana hizo una sonrisa forzada para aminorar la mueca que transparentaba sus celos y temí que este juego podría tomar un mal camino. La botella volvió a girar y le tocó a Eduardo interpelar a Adriana.
—De lo que te ha hecho Saúl esta noche, ¿qué te ha gustado más? —preguntó para distraerla de los celos que él también percibió.
—Su ternura al besarme la boca, las tetas y la piel, pero quiero sentir su boca hermosa en mi vagina —dijo y, del dicho al hecho, se paró frente a mi marido ofreciéndole su vagina tomándolo con verdadero amor de la cabeza con ambas manos obligándolo a chuparle el clítoris. Saúl, tomando una nalga en cada mano le sorbió el clítoris hasta que le sacó gritos de un orgasmo; ella, no satisfecha aún, talló la cara de mi esposo para masturbarse con su nariz y lengua, distribuyéndole sus líquidos sobre la cara. Era evidente que los celosos éramos nosotros, quienes asombrados solamente mirábamos la escena… A pesar de lo que cada uno sintiéramos, el aroma que expelía el rostro de mi marido, quien no hizo nada por limpiarse, Eduardo traía la verga tan parada como Saúl y yo sentí mi vagina inundada. “Éstos sí que son unos golfos” me dijo Eduardo en voz baja antes de ayudar a su esposa a sentarse, yo me limité a sonreír dudando si estábamos haciendo las cosas bien.
El juego continuó, y noté que Saúl seguía inmune a los celos que crecientemente sentíamos, en su turno, los otros tres. Particularmente, cuando me acerqué a quitarle de la cara uno de los vellos de la panocha de Adriana y se lo mostré, me lo quitó de la mano y se lo echó a la boca con mucho deleite, me puse verde de coraje, pero me aguanté, después de todo, Adriana era mi invitada… Cuando tocó el turno a que Saúl me preguntara, dijo ¿Qué cosa le envidias más a Adriana? tuve la oportunidad para intentar ponerlo celoso. Iba a decir, “Sus nalgas, para que estos machos me vieran sólo a mí”, pero cambié de idea y me fui directamente a la verga de Eduardo y antes de ponerme a lamerla dije “Lo que ella tiene en su boca y en sus piernas todas las noches para dormir feliz y despertar alegre”. ¡Craso error! En lugar de celos, Saúl gozó al ver en vivo algo con lo que se masturbaba frecuentemente al ver los videos de Eduardo y yo haciendo el amor y se le paró la verga como si tuviese resorte. Peor aún me sentí cuando escuché la voz de Adriana al decirle “Creo que ésta puede hacerlo más rico sin lastimarme” y se engulló el falo de Saúl.
—¡Qué hermosas putas! —exclamó Saúl dejándose llevar por las caricias de la lengua de Adriana en su glande y las manos que le tironeaban el escroto mientras gozaba la vista de mi comportamiento de puta con Eduardo.
Eduardo, a su vez, estaba en una situación similar y me agarró violentamente de la cabeza y literalmente me folló por la boca sin darse cuenta de las arcadas que me provocaba en cada vaivén que me llegaba hasta la garganta. “¡A las putas hay que darles su yogurt!”, gritaba mi macho sin control, incrementando la lujuria de mi marido al mirar cómo me trataba este sujeto que ahora me resultaba desconocido; ambos eyacularon simultáneamente. Saúl dio un grito de satisfacción, pero nunca violentó a Adriana quien exclamó “Esto no sabe ligerito, esto sí sabe a hombre”, después de terminó de paladear lo que se le había escapado de la boca.
—Para seguir con el símil de la leche, hay una gran diferencia entre un cottage y un gruyer. ¡Me gustan los de sabor fuerte! —externó Adriana y siguió limpiando con la boca el pene de Saúl y sólo suspendió para decir —por cierto, pronto les enviaré un Chhurpi de yak, su sabor es sublime.
El sabiondo de Saúl, después de agradecer la promesa de Adriana, dijo “Independientemente que la leche de yak posee más grasa que la de vaca, y el de búfala aún más que el de yak, es más importante el proceso de fermentación, el cual lo hace de sabor delicioso. ¡Fermentada, hasta la leche de burro sabe riquísima!” Noté que dijo “burro” y no “burra”, porque a Eduardo se le había vuelto a parar la enorme verga con mis caricias y con la vista que daba Adriana engolosinada con la limpieza. “Mañana disfrutaremos eso”, terminó diciendo Saúl. Adriana, quien no había entendido la insinuación de mi esposo y a lo que ambos eran adictos, corrigió “No, necesito al menos una semana para pedirlo y que lo entreguen”.
Total: celos de Eduardo, amargura mía y dolor en la cavidad bucal. Descansamos, Saúl volvió a llenar dos copas. Nos dio una y él llevó la otra junto a Adriana “Cada pareja bébasela como mejor le guste. ¡Salud!”, dijo levantándola y le ofreció un trago a Adriana. Eduardo me hizo que mojara los pezones en ella y tomó varias veces así. Veíamos que ellos ni se molestaban en mirarnos, abrazados compartían el vino con sus besos: uno tomaba un trago y, sin deglutir aún, se lo daba al otro con los labios. ¡Estaban enamorándose allí, frente a sus respectivos consortes!
Los cuatro estábamos desnudos y tal cual, era un intercambio de parejas. Eduardo y yo, tomados de la mano, veíamos azorados el cortejo que se daba frente a nuestros ojos. No cabía duda, nuestros cónyuges estaban enamorados entre sí, ¡sólo faltaba que hablaran de su futuro en nuestras narices!
—¿Vamos a la cama? —nos propuso Saúl poniéndose de pie y ayudó a Adriana a levantarse y al lograrlo la mantuvo abrazada de la cintura con mucha devoción—. Ahora tú escoge el vino que llevaremos allá, le pidió.
Adriana solicitó que abriéramos la segunda botella de champaña y para no sentirnos desairados, porque a nosotros ni nos preguntaron, Eduardo y yo fuimos por la botella de la nevera, vaciamos hielos y un poco de agua en la cubeta y la metimos. En el trayecto tomé cuatro copas limpias. Al llegar a la recámara, ésta estaba muy bien iluminada, la música se escuchaba bien y, seguramente, Saúl ya había cambiado el control de las cámaras de video para que ahora sólo se hicieran tomas de ese lugar en diferentes ángulos.
—Voy al baño, dijo Adriana —y se encaminó hacia allá.
—Te acompaño —dije y la seguí.
Sentada en la taza del WC, mientras meaba, me dijo “Tú marido sí sabe cómo tratar a una mujer. Te creo que tu enfermedad hizo que amaras a otros, y parece que ya me contagiaste: me enamoré de Saúl, pero amo mucho a Eduardo”, me confesó antes de escucharse el sonido prolongado del líquido de su micción. La entendí y la abracé y con una sonrisa como la que se dirige a una hija le susurré “Te entiendo plenamente, yo también los amo”. Ella tenía unos ocho o diez años menos que yo y me relampagueó la idea de que pudiera embarazarse, yendo mi mente a otros pensamientos y recuerdos en los cuales me quedé absorta, al grado de que no me enteré cuando salió del cuarto de baño.
Cuando salí, me di cuenta que Saúl les enseñaba el dibujo donde él recreaba “mi gato”.
—Que ella nos los explique y nos acomode —sugirió Saúl.
—Les comenté cuáles serían las posiciones ¡Escojan sus lugares! Luego cambiamos…
Eduardo y Saúl se acomodaron bocarriba (vergarriba, para ser más objetivos) y encontrados. “¿En qué verga quieres empezar?” le pregunté a Adriana. “En la de mi marido, creo que por lo grande es más fácil ensartarme y luego cruzarme”, dijo. Le ayudé a acomodarse para que mi marido tuviese sus tetas en la cara, las cuáles empezó a acariciar y lamer de inmediato, no las tiene grandes como las mías, ella es copa C, nada desdeñables para mi marido… Yo chupé un poco el pene de Saúl, para que se irguiera más y poder acomodarme como lo preveíamos, pero no era necesario, las mamadas de teta que él le daba a Adriana y las caricias con besos de ella en su cabeza ya lo tenía encendido. Con un poco de celos y queriéndome desquitar le dije a Eduardo “Toma, mi amor, un poco aguadas de tanto que me las has mamado durante muchos años” al meterle el pezón en la boca, nadie dijo nada al respecto: ellos porque estaban con la boca llena y Adriana tenía una cara de éxtasis, disfrutando de la lengua prodigiosa de Saúl y de las caricias suaves en la espalda y los costados, sin dificultad para penetrarme porque la calentura de Adriana lo mantenía ganoso. De pronto, Eduardo abrió la boca para lanzar un gemido y luego un grito exclamando “¡Tu perrito está delicioso, me estoy viniendo!”. Era claro a qué perrito se refería. Sucedió que con la rica vergota que tenía Adriana metida entre sus piernas y las mamadas y mimos de Saúl, ella tuvo un orgasmo tras otro y sufrió contracciones en el cuello de la vagina, lo que hizo que Eduardo también se viniera y se la exprimiera repetidamente. Los penes se pusieron flácidos, uno porque se vino mucho y el otro porque dejó descansar a Adriana y la falta de acción y caricias desmotivaron el falo con el que yo jugaba mientras Eduardo me apretaba y chupaba las chiches.
—¿Ya cambiamos? —pregunté cuando supuse que ya nos habíamos repuesto todos.
—Espera un poco —me dijo Adriana, que estaba recibiendo besos y chupadas en las tetas por parte de ambos. y acariciando el brazo de Saúl para que éste no retirara la mano con tres dedos hundidos en su vagina.
Me calenté al ver la cara de putos que tenían todos. Tomé del líquido que le escurría a Adriana, mezcla de semen y flujo, y se lo ofrecí a Saúl en la boca, él soltó la teta y chupó con desmedido deleite mi mano; sacó sus dedos de la cueva de Adriana y me los ofreció para que yo hiciera lo mismo que él. Lo chupé y mojé mis dedos mientras chupaba los de Saúl, los saqué chorreando y le embarré el líquido en la verga a mi esposo y me la metí. tomé más de la venida de Eduardo y Adriana y me la unté en los labios para ofrecérselos a mi esposo. Sin despegarnos de la boca ni de los sexos nos movimos hasta venirnos. Eduardo abrazaba a Adriana de cucharita y ambos miraban la cogida que nos dábamos. Explotamos en un orgasmo y le grité a Saúl que lo amaba. Descansamos un poco y me fui a sentar sobre la cara de Eduardo, a la vez que le indicaba a Adriana que hiciera lo mismo sobre Saúl. Nos mamaron la pepa con gran deleite, saboreando lo que el otro nos había inyectado. Les dejamos la cara blanca de la fricción con el flujo que soltábamos. Reposamos sobre ellos. Me puse a mamar el palo de Eduardo y Adriana acarició y besó el cuerpo de Saúl, hasta que quedamos dormidos. Ya de madrugada me penetró Saúl desde atrás, Eduardo, al frente mío, se despertó y me mamó las tetas, duró poco: volvimos a dormir. Hubo más movimientos de cambio, pues más tarde vi que Adriana le había chupado el falo a Saúl, estando ensartada por Eduardo y así se quedaron, ella babeaba sobre el vello de mi esposo, pero dormía plácidamente.
En la mañana, Saúl me chupó el ano y la vagina como un poseso. Adriana veía y le acariciaba el pelo de la cabeza.
—¿Sabe rico? —le preguntó a Saúl, quien sólo contesto moviendo la cabeza afirmativamente mientras le lanzaba una mirada.
—¿Cuándo acabes, me puedes hacer lo mismo? —preguntó, pero Eduardo le abrió las piernas y se puso a hacerle lo mismo, mamarla con mucho brío, tragando el atole fermentado durante la noche.
—Les fascina la leche fermentada con los jugos que soltamos —le expliqué a Adriana el porqué de empezar así el día. Ella me acarició las tetas y yo le hice lo mismo en reciprocidad.
Desayunamos encuerados entre besos caricias y mamadas. Al despedirse, Adriana dijo “Quiero volverlo a hacer, pero sin DIU, ya es tiempo de culminar mi rol femenino, antes de que sea tarde”. Todos nos quedamos callados.
Sí, hubo una vez más al cumplirse el mes. En esos dos días, a mí me tocó recibir amor de los dos, pero ella, según me di cuenta, sólo fue cogida por Saúl. Al poco tiempo supe que estaba embarazada. Cierto es que Eduardo pudo haberla preñado días antes o días después, pero cuando estuvimos compartiéndonos, ella no fue penetrada por Eduardo, sí todo lo demás, se mamaron, acariciaron, etc., pero no la penetró.
“Es de Eduardo, ¿de quién más podría ser?”, dijo tres meses después cuando le pregunté señalando la figura que tenía. Eduardo sonrío y dijo “Así es, es mío, pero ustedes serán los padrinos, no pueden negarse”.
Pues ya te lo he dicho, pero te haces mensa: el crío de Adriana es de Saúl y lo decidieron Eduardo y ella. No sé la razón, pues alguna vez mencionaste que tu amante tuvo una hija, así que supongo no era por falta de esterilidad. Ahora que ya creció esta niña (me dijiste una vez, en Cuentarelatos, que la ahijada era mujer) ¿le ves o no el parecido a tu marido? Si es así, y te pagaron con la misma moneda, ¿cómo lo vives?
¿Cómo que «no por falta de esterilidad? Te sobra el «falta», amiga. Como ves, mensa no soy.
La ahijada ya creció, incluso tiene un posgrado en sistemas computacionales, además de dos libros de poesía publicados (por su papá, claro). No, físicamente no se parece a Saúl ni a Adriana, ni a Eduardo. Pero sí a una hermana y a una tía de Saúl. Además, siempre fue más apegada a desarrollar las actividades que Saúl le enseñó en fugaces momentos que compartían: ajedrez, matemáticas y poética, entre otras. También Saúl estaba al pendiente de lo que la niña requería intelectualmente, regalándole juguetes y libros que a ella le gustaban, pero ella no se emocionaba tanto con las muñecas y colguijes que yo le daba.
Me gusta cómo es la mujer que ahora le ayuda a su padre en el negocio de difusión de la cultura. Lo vivo bien.
Aquí está lo que me movió
La segunda vez pasó lo mismo: hubo chaca-chaca. Por si quieres detalles, la cita fue en la casa de Adriana y ella la agendó. Esa vez, desde el sábado en la mañana, hasta el domingo en la tarde disfrutamos platicando comiendo y cogiendo. Sí, a mí me cogieron los dos mientras Adriana veía y acariciaba a los caballeros. A los dos les mamó los huevos mientras me la metían. A ella se la cogió Saúl por todas partes y ella, algunas veces, sólo mamaba la verga de Eduardo mientras Saúl se vaciaba. Eduardo me zangoloteaba con mucho brío cuando veía cómo se deshacía su esposa en los brazos del mío, señal de que le gustaba, pero también de que sentía celos. Solo en la noche, Eduardo se despertó para montarse en su esposa, pero ella lo rachazó con suavidad y le susurró «Mejor cógete a Tita y cánsate para que te dure ese amor toda la semana, yo estoy ovulando». Sí, Eduardo me dio mucho más verga que Saúl, pero ella sólo recibió la de mi marido.
¿Eso es lo que querías saber? Lo guardé por mucho tiempo.
¡Sí que son parejas muy modernas! ¿Te atreverías de hacer una prueba de ADN para salir de la duda?
Me gustó mucho, sobre todo en la primera parte, donde se transforma Saúl en un vicioso del sexo, pero en la segunda parte no se refleja eso: querer vengarse de Eduardo cogiéndose a la esposa de éste de manera brutal frente de él. Deberías escribir qué pasó en la siguiente vez que intercambiaron pareja, lo digo sólo para leer entre líneas algunos detalles que me faltan de cuadrar.
Perdón, pareciera que quiero hacer un análisis de ustedes. El relato está muy bueno, no sólo por lo caliente, sino porque das explicaciones a varias preguntas que se hace el lector si viviera una situación así. Besos, Tita.
¿Cuál duda? Tampoco creo que sus padres quieran hacer una prueba así: es su hija y punto. Así como mi marido dice de la hija que tuve con Roberto (sólo lo saben muy pocas personas, ni siquiera Roberto, y sólo aquí lo he divulgado) «Es mi hija, punto».
No se requiere escribir lo que ocurrió, ya lo dije en un párrafo. Ni siquiera le pregunté a Roberto por qué no se la cogió ese día. Hay cosas que prefiero no preguntar, me vería ridícula.
Me complace que digas que te gustó y te calentó. Estamos a mano, a mí también me pasó lo mismo con el que subiste: «Trío inesperado». Me gusta la personalidad de Stella… no sé por qué. Ja, ja, ja.
Besos
Perdón, Aunque mi hija es de Roberto y mi marido diga rotundamente que es de él, «porque está a su nombre», en mi respuesta escribí «Ni siquiera le pregunté a Roberto por qué no se la cogió ese día», debí escribir «Ni siquiera le pregunté a EDUARDO por qué no se la cogió ese día». Pero me quedé «encarrerada» con «Roberto» en la mente. ¡Ah, qué fácil es confundirse cuando se disfrutan varios!