BARQUITO 20
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Paulatinamente y con su clásica paciencia, Arturo intentó reavivar el fuego que me caracterizara por siempre y que ahora sólo era rescoldos en mi vientre; incitándome a reconocer nuevamente mi cuerpo con las manos, fue insuflándole combustible y a los quince días ya no sólo me masturbaba con los dedos sino que recurrí a los consoladores para, luego del más pequeño, penetrarme gozosamente con el del arnés que me conformaba tan plenamente.
Mi mente perturbada por aquella vieja psicopatía que me poblaba, era alimentada cotidianamente por la de Arturo quien, en diferente plano, descargaba en mí toda la viciosa compulsión sexual que lo habitaba y aun nos habita a los dos
Yo siempre había estado convencida de que, a cierta edad y con los estímulos necesarios, cualquier mujer – soltera, casada, viuda o divorciada – era elemento de seducción lésbica si la discreción acompañaba a los hechos.
Compartiendo con él ese pensamiento, ya había puesto mis ojos avariciosamente catadores en la figura de mi profesora de yoga, una mujer divorciada cuyo cuerpo rellenito pero firme tentaba con sus ondulaciones
Aconsejada por Arturo para que la abordara de ese modo y decidida a ver si era capaz de entender mis indirectas, comencé a consultarla con respecto a ciertos dolores y tensiones que no conseguía eliminar con el yoga, hasta que, como respondiendo a un reflejo condicionado, Lizy me comentó que en las sesiones me veía muy crispada y esa contracción inconsciente era la fuente de todos mis malestares y que, si quería, a la mañana siguiente, luego de la clase, me haría una sesión de masajes que me dejarían como nueva.
Contentos con lo que habíamos provocado, esa noche y después de considerar la obvia flojedad que los años habían instalado en mi cuerpo otrora firme, me dejé estar en un baño sedante de sales marinas y rasuré como desde mucho tiempo atrás no lo hacía todo mi cuerpo para, luego de dormir profundamente satisfecha conmigo misma, levantarme y con la bendición de mi marido, acudir al gimnasio. Quizás porque estuviera motivada o el cuerpo me reclamara cosas olvidadas, las posiciones de ese día me parecieron altamente eróticas y cuando al terminar Lizy cerró el gimnasio para decirme que me tendiera sobre la gran colchoneta en donde nos instruía, una expectante excitación me hizo vibrar como a una chiquilina.
Después de hacerme desnudar y acostar boca abajo, tapó mis glúteos con una delgada tela, tras lo cual procedió a distribuir por las espaldas una tibia película de fragante aceite.
Me gustaba especialmente como lo hacía con sus manos fuertes y tersas desde los hombros hasta la zona lumbar con una lentitud que me ponía nerviosa y placía al mismo tiempo. Los dedos presionaban la carne pero ocasionalmente se deslizaban hacia los dorsales y rozaban como al descuido los senos achatados que excedían hacia los costados presionados por el cuerpo.
No obstante esos cosquilleos que ocasionaban los roces, fui relajándome y cuando ella sacó la tela que cubría el trasero para sobar concienzudamente los glúteos desde arriba hacia abajo, la proximidad de los dedos con el sexo y ano puso un delicioso picor en la vagina.
Relajada, me sumía enervada en una especie de letargo gruñendo suavemente e iba como desvaneciéndome ante el bienestar que me proporcionaba el masaje, hasta que las manos comenzaron con una caricia a los dedos de los pies que me produjo cosquilleos desconocidos. Mientras los dedos rascaban suavemente los empeines, la lengua de Lizy se introdujo en los intersticios entre los dedos lamiéndolos tenuemente para luego de envolverlos entre los labios, comenzar a succionarlos, uno por uno.
La caricia instaló en mi cuerpo el fuerte escozor de la excitación y me dije que finalmente había llegado el momento, pero decidí esperar a que ella tomara la iniciativa ya que no sabía que temperamento adoptar.
Lizy se esmeraba en los dedos y, tras tomar al pulgar entre sus labios húmedos como si fuera un pene, comenzó a succionarlo delicadamente en un delicioso vaivén en tanto que sus manos se deslizaban acariciantes por las pantorrillas. Yo me había relajado totalmente abandonándome a sus manos y a lo que quisiera hacer conmigo. Conforme Lizy comprobó mi aceptación, deslizó su boca en combinado ascenso entre labios y lengua por las piernas, instalándose en el hueco detrás de las rodillas para succionar la piel y sabiendo que ese era un núcleo de placer, dejó que sus manos ascendieran por el interior de los muslos hasta tomar contacto con la hendidura entre las nalgas.
Amasando suavemente los glúteos, fue acercándose a la raja para dejar que la lengua tremolante se hundiera en ella lamiendo el sudor acumulado. Entre el suave estertor de mis gemidos, siguió subiendo por la zona lumbar y adentrándose en el surco de la columna, fue despertando llamaradas con sus besos, chupones y lambidas, pero cuando llegó a la altura de los hombros, se dedicó a torturar mi nuca con besos tan ardientes como intensos.
Incontrolablemente, yo lloriqueaba de ansiedad cuando ella me dio vuelta con delicadeza y clavando sus ojos en los míos, tomó mi cara entre sus manos y acercándose, comenzó a besarme todo el rostro con infinidad de pequeños besos húmedos, especialmente en los ojos y los costados de la nariz como esquivando el contacto o demorando el momento de la boca. Mis labios resecos por la fiebre que brotaba desde el fondo del pecho, ansiaban angustiosamente sus besos pero ella me retaceaba el placer, me lo hacía desear con desesperación.
Compadeciéndose, acercó su boca y apenas dejó que los labios se rozaran tenuemente, colocando una marca candente en los míos. Gimiendo y sollozando ante la vaga y arrebatadora caricia, sentí como el interior húmedo de su boca succionaba levemente para luego dejar paso a la aguda punta de la lengua quese adentró por las encías y de allí a toda la boca.
Luego de unos momentos de dura batalla y profundos chupones, cuando ya creía que la consumación se aproximaba, dejó de besarme e inclinándose, inició una devastadora tarea con sus manos. Manejando sus uñas como terminales energéticas, fue recorriendo con exasperante lentitud cada rincón de ese cuerpo ayuno de ese tipo de caricias desde hacía meses, despertando cortocircuitos dondequiera que pasaran, estremeciendo mis carnes y músculos como si estuvieran electrificados.
En medio de esta gloriosa y sublime caricia, expectante y codiciosa, le suplicaba susurrante que me hiciera suya y la mujer, fascinada por mis reacciones, sumó a las uñas la actividad de lengua y labios, lamiendo la una y chupando los otros, convirtiendo todo mi cuerpo en un volcán. Yo rascaba con manos engarfiadas la superficie de la colchoneta y mientras pataleaba anhelante, de mi garganta escapaba un gemido estridente que nacía desde las entrañas. Viendo esa desesperación, Lizy dejó que sus labios se adueñaran del pecho mientras una mano los sobaba y estrujaba amorosamente.
Respirando aliviada, acaricié su cabello con agradecido fervor y sentí cómo recuperaba la perdida sensibilidad de las aureolas que ella succionaba ahora con violenta ternura, en tanto que su mano escurría por el vientre hasta el Monte de Venus y allí se entretenía en la monda entrada a la vulva, acariciando, rascando y excitándola con perversidad.
Medrosos e inquisitivos, los dedos palparon superficialmente los labios de la vulva que se dilataron elásticamente pulposos, húmedos por los fluidos naturales del sexo. Los dedos transitaron curiosos jugueteando de arriba abajo, rasguñándolos levemente con el filo de las uñas y finalmente, se decidieron y comenzaron a hundirse en la tibieza interior. Las yemas se deslizaron sobre la superficie del fondo visitando ocasionalmente las gruesas carnosidades que orlaban la entrada a la vagina, excitándolas con movimientos giratorios a su alrededor para luego subir por los frondosos pliegues de los labios menores hasta ese suave manojo de piel que rodea al clítoris, estregándolo fuertemente.
Con los labios clavados en los senos, ocasionándome pequeños hematomas por la fuerza de la succión y la mano sometiendo al sexo, perdía por momentos la cabal conciencia de mis actos y rasguñaba histéricamente las espaldas de la profesora al tiempo que le rogaba me hiciera sexo oral. Accediendo finalmente, se deslizó a lo largo del vientre e instaló su boca en el sexo.
La lengua parecía estimulada por alguna poderosa influencia maligna, manifestada en la dureza áspera de su superficie y, agitándose como si un motor silencioso la impulsara, fustigó duramente todo el interior del sexo alternándolo con intensas succiones de sus labios que encerraban los inflamados pliegues y tiraban de ellos como si pretendieran arrancarlos.
Yo creía estar soñando por el disfrute que me estaba proporcionando y tomando entre los dedos mis propios pezones, comencé a rasguñarlos clavando en la carne el filo duro de mis uñas. A medida que la boca de Lizy tomaba ritmo y se dedicaba a torturar al clítoris que ya enhiesto resistía sus embates, mi cuerpo fue combándose por el envaramiento de la ansiedad y, cuando ella me penetró con dos dedos, elevé las piernas y clavándolas en sus espaldas, me alcé para recibir aun más honda su penetración y la fuerte succión de la boca.
Con el cuerpo ondulante sintiendo el placer de sus fuertes labios en el clítoris y tres dedos de la mano introduciéndose en la vagina, experimenté en el interior el estallido tumultuoso de los deseos liberados y la descarga estrepitosa de mis humores que, desde el fondo mismo de las entrañas se derramaron impetuosamente. Mientras acezaba fuertemente, temblorosa y estupefacta por la intensidad del orgasmo, Lizy continuó aun un rato cebándose en mis carnes, sorbiendo los jugos que aun rezumaban desde el interior y penetrándome suavemente con sus dedos. Exhaustas y agotadas las dos, permanecimos inanimadas durante un tiempo sobre la colchoneta sin fuerzas para movernos.
La primera en reaccionar fue ella y besándome provocativamente en la boca, me hizo retrepar la cuesta de esa pasión que me había resignado a perder en una vejez asexuada y muy pronto le ronroneaba mi contento junto al irreprimible deseo por poseerla. Ya no era solamente su fragancia natural sino que el sabor de la boca estaba asociado con los aromas más profundos de su cuerpo y aquello me excitó de una manera extraordinaria.
Me daba cuenta de que en mí despertaba la bestia animal que deseaba hacer suyas las mórbidas carnes de esa mujer más joven. Impetuosa, bajé hacia sus deliciosos pechos pretendiendo someterlos con la boca pero Lizy se despegó de mi para tomar de un gabinete un arnés muy parecido al mío; finas tiras de cuero que dejaban al descubierto la vagina y el ano se unían para sostener en el frente una copilla plástica de la cual surgía el portento de una verga artificial. Tras colocármelo con habilidad en la entrepierna, se colocó invertida debajo de mí, proponiéndome explícitamente una mutua y recíproca satisfacción.
La gula por tener en la boca las carnes de aquel sexo, despertó en mí al duende perverso y asiendo sus redondos y sólidos glúteos entre mis manos, acerqué el rostro hacia la entrepierna maravillándome con el espectáculo; un triangulito crespo indicaba como una flecha el nacimiento de la vulva y la ubicación del pequeño pero erguido clítoris, pero lo más impresionante eran los labios mayores que, entreabriéndose, dejaban ver la abundancia de los ensortijados frunces carneos de los labios menores. No obstante no haber acabado, el sexo estaba pletórico de jugos íntimos cuyos efluvios me impulsaron aun más hacia ella. Poniendo en juego toda la experiencia adquirida en los innumerables sexos orales a mujeres y hombres, recorrí con golosa pertinacia cada rincón, cada tejido de ese sexo que me hacía sentir definitivamente lesbiana
En tanto que mis dedos, pasando por debajo de las nalgas abrían las carnes del sexo, evidenciando su costumbre de utilizar el artificio, Lizy hundía nuevamente la lengua en mi sexo entre las delgadas fajas del arnés.
Tanto o más excitada que yo, la profesora había encomendado a su boca la tarea de chupar concienzudamente la vagina y su dedo pulgar se hundió totalmente en el ano para que juntas nos extasiáramos en aquel maravilloso sesenta y nueve, hasta que su calentura la hizo pedirme que la poseyera con el falo. Una alegría inexplicable por saber que por fin la haría mía me invadió y reaccionado con una prontitud y violencia en la que me desconocía, la acomodé en la colchoneta para arrodillarme entre sus piernas y, luego de separarlas tan ampliamente como pude, tomé la verga entre mis dedos.
La cabeza apartó los labios que ya dilatara mi boca y, humedeciéndola en los restos de jugos y saliva, la apoyé contra la apertura de la vagina. Mirando su rostro, me impresionó la expectativa casi histérica con que ella aguardaba la penetración; murmurando libidinosamente con insistencia que la penetrara, que la hiciera suya y que la rompiera toda, sacudió provocativamente su pelvis como retándome a cogerla.
Un borbollón de masculinidad me invadió y como tocada en mi “hombría”, apoyé más hondo la verga y empujé. Tomándola por la cintura, la utilicé para afirmarme y hundí el monstruoso miembro hasta sentir en mis carnes el golpe contra sus entrañas y el dolorido gemido de la mujer.
Aun sacudida por el dolor, Lizy me decía que sí, que eso era lo que ansiaba y que la cogiera aun más, con mayor violencia y velocidad. Colocándole las piernas contra mi pecho, flexioné las mías y en tanto que me daba envión con todas las fuerzas de la pelvis, clavé los dedos en su cintura para que el choque entre las dos fuera aun más intenso. La mujer se aferraba a mis antebrazos y ondulaba el cuerpo para intensificar la fricción. Y así estuvimos copulando por algunos momentos hasta que la fatiga se hizo evidente en mí que, cubierta de transpiración por esos movimientos de masculina posesión, lanzaba estertorosos gemidos de pasión y cansancio.
Pidiéndome que me acostara boca arriba, Lizy se acuclilló encima para después bajar su cuerpo y penetrarse hondamente con la verga. Lentamente, la jineteada fue incrementando su ritmo y mientras yo la observaba fascinada, ella sobaba rudamente con las manos sus propios pechos estremecidos.
El roce del falo contra mi sexo me transmitía los movimientos que aquel hacía dentro de Lizy como si verdaderamente fuera una extensión de mí. Una extraña sensación de vigoroso poderío iba embargándome y, como si aquello gatillara un escondido resorte, la bipolaridad o desdoblamiento de mi identidad se manifestó con toda su intensidad. Ya no era yo quien ansiaba sojuzgar a la joven sino un ente varonil que me dominada y poseía.
Extendiendo las manos, la aferré nuevamente por las caderas e impulsé mi pelvis a elevarse en violentos remezones, haciendo del galope una jineteada salvaje en la que nuestros rugidos competían con los sonoros chasquidos de las carnes entrechocándose.
Alentándome groseramente, ella cambió la posición de las piernas para arrodillarse y con toda la verga en su interior, efectuar una complicada combinación de movimientos; su cuerpo ondulaba adelante y atrás, elevándose y descendiendo simultáneamente al tiempo que imprimía a las caderas un meneo circular a semejanza de una voluptuosa odalisca.
Si ese ajetreo provocaba en Lizy la mitad de lo que me trasmitía a través de las protuberancias, debía gozarlo como loca y su actitud posterior me lo confirmó. Lentamente, fue haciendo girar el cuerpo hasta quedar mirando hacia mis pies y, volviendo a apoyarse en las piernas encogidas, se afirmó en los brazos echados hacia atrás para reiniciar la cópula, pero esta vez penetrándose brutalmente con la verga en una posición que debería destrozar sus entrañas.
Extendiendo los brazos hacia su pecho, clavé los dedos en los senos que pretendían oscilar desordenadamente y las uñas, al unísono con mi alegría animal, se hundieron inmisericordes en los pezones. Una euforia desconocida me embargó y volviendo a retomar el dominio de las acciones, la hice caer a mi lado evitando que la verga saliera del sexo. En esa posición, le propiné unos largos y profundos rempujones por detrás pero la posición me era incómoda e incorporándome, la obligué a arrodillarse y, separando sus piernas, volví a penetrarla por el sexo desde atrás.
Su cuerpo se hacía maleable y obedeció plásticamente mis indicaciones cuando le pedí que se acostara para adoptar la posición del arado; comprendiendo mi intención, Lizy elevó el torso y las piernas para luego hacerlas trascender más allá de sus hombros y cuando los dedos de los pies tocaron la colchoneta, las abrió mientras las sostenía por los tobillos de tal modo que ano y sexo quedaran horizontales.
Acuclillándome sobre ella, inicié una serie de rudas penetraciones en las que la verga socavaba verticalmente la vagina en toda su extensión y luego la retiraba para observar como permanecía dilatada, ofreciéndome el alucinante espectáculo de su húmedo interior rosado. Cuando los ennegrecidos músculos volvían a contraerse, hundía sin misericordia el falo entero y entonces se producía la combinación de un inusual dúo; mientras yo lanzaba un sordo bramido por la fuerza que ponía en el envión, ella soltaba agudos gemidos de sufrimiento que desdecía con la repetida incitación para que siguiera penetrándola aun más y mejor.
Totalmente alejada de la realidad, me veía envuelta en un vórtice de deseo primitivo y perversa delectación por someterla a tan depravadas relaciones. Sabía que allá, muy en lo profundo de mí, aleteaban expectantes las eyaculaciones pero algo me hizo hacer un esfuerzo y retenerlas hasta el momento en que ella alcanzara su ansiado orgasmo. Todo mí cuerpo estaba cubierto por la transpiración que el esfuerzo provocaba y gotas del líquido salobre se esparcían desde los senos oscilantes por los pezones para salpicar sobre las nalgas de Lizy.
Sedienta de sexo y dispuesta a humillar totalmente a la voluntariosa profesora, retiré el falo de la vagina y, tras dejar caer abundante saliva en la hendidura que separa las nalgas, apoyé la cabeza del pene artificial sobre los fruncidos esfínteres anales y empujé. El grito pavoroso de Lizy se entremezcló con las injurias con que ofendía mi honra y al iniciar una tan lenta como profunda sodomía, su garganta herida gorjeó las exclamaciones de placer que la inundaban.
Totalmente desdoblada, no era consciente de la actitud que asumía, olvidada de mi identidad femenina y poseída por una brutal masculinidad que me hacía gozar de las iniquidades a que la sometía, tal como me poseyeran mí durante años. Acuclillada sobre su grupa como un ancestral macho cabrío, me desplazaba lentamente alrededor para hacer que la verga raspara cada rincón de la tripa desde distintos ángulos. A pesar de esa actitud, ella parecía gozar del sometimiento al pedirme con voz estrangulada más y más sexo. Sintiendo el rebullir de la próxima satisfacción, comencé a alternar la introducción del consolador tanto en la vagina como en el ano. Bendiciéndome por lo que le hacía experimentar, Lizy me animaba a no cejar hasta conducirla finalmente hacia el anhelado orgasmo.
Sintiendo como nunca los ríos internos derramándose en oleadas imparables y rotos los diques que los contenían, experimenté la inefable sensación física a que me elevaba el orgasmo. En medio de violentas convulsiones, sentí drenar por el sexo una profusa eyaculación que excedió la vulva y manó excediendo la copilla hasta confundirse con las que despedía Lizy.
Derrumbándonos juntas en la colchoneta, tal y como ya era costumbre en mí, la abracé estrechamente desde atrás y mientras sorbía los sudores de su nuca con los labios, mis dedos sobaron tiernamente los estremecidos senos, en tanto que, prodigándonos apasionadas promesas, caíamos en el profundo sopor de la satisfacción total.
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