La montura del caballo (Mi primera masturbación)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LenaPark.
Mi padre me había llevado al establo. Yo amaba los caballos y de hecho iba a aprender a montar uno. Me sentía emocionada ya con ocho años de edad, sentía que podía hacer cualquier cosa.
Al entrar vi una yegua. Hermosa ante mis ojos, pelo blanco y largo y yo parecía idiota mirándola embobada. Me maravillé y me prometí que algún día montaría en ella.
Mi padre me dijo que había dejado una silla como muestra, que fuera, la montara y me imaginara que ya estaba andando en caballo. Yo, como toda niña obediente fui hasta donde me había dicho con una gran sonrisa.
Al llegar a una esquina algo apartada de cualquier vista, me encontré con que sí, mi padre ya lo tenía todo previamente planeado. Corrí y con agilidad salté sobre la silla de montar, pero, al caer algo se activó en mí. Allí en ese botoncito que yo ni sabía para qué servía. Una vocecilla en mi cabeza me decía que me meneara hacia atrás y hacia adelante, así como hacían siempre en las películas de carreras a caballo. Así que lo hice. Comencé a moverme hacia adelante lentamente, rozándome bien contra la silla y hacia atrás, repitiendo el mismo movimiento. Sentía rico. Muchísimo. Pensé que eso lo sentían todos los que alguna vez cabalgaban. Al rato llegó mi padre, así que con el cosquilleo aún latente en mi parte baja, dejé que él me cargara y me llevara a cuestas sobre sus hombros anchos.
Luego de una semana volví. En toda la semana no se me había cruzado por la cabeza lo que había hecho allí, pero al volver, los recuerdos me golpearon nuevamente y sentí el cosquilleo en ese botoncillo. Quería volver, con ansias a montarme en aquella silla, así que después de despedirme de mi padre diciéndole que me iba a practicar con la montura, corrí como si mi vida dependiera de ello.
Al llegar, la sensación se hacía más palpable. Yo intuía que había algo más, algo más profundo que necesitaba terminar. Así que me subí y comencé con los mismos movimientos que la vez anterior. Adelante, atrás. Adelante, atrás. Continuamente. Sentí que el pulso se me aceleraba, que comenzaba el sudor a dejarme perlitas en el rostro, que necesitaba ir más rápido. Algunos soniditos, como quejidos brotaban de mis labios entreabiertos y jadeaba inconscientemente. De repente quería quitarme toda la ropa y montar desnuda en la silla. Eso lo pensé; sin embargo, y por miedo que mi padre viniera, me seguí meciendo en busca de un fin.
Creía que lo había, es como si mi cuerpo lo pidiera. Sin remedio me mecí con más fuerza y lentitud. Ahora ya no hacía movimientos hacia adelante y atrás, sino que daba circulitos sobre mi eje. Así se sentía mejor, además que recordé, la otra vez me había lastimado mi “puntito”, como siempre lo había llamado y me ardía, por eso decidí comenzar con el vaivén haciendo círculos erráticos. Algo se comenzó a construir en todo mi cuerpo, concentrándose en mi vientre. Ahora me separé algo de la silla y comencé como a cabalgar, irónicamente, la silla. No sabía por qué, pero algo se sentía a punto de quebrarse. Un pequeño gritito afloró de mis labios y terminé rendida encima de la silla. Sentía mi vulva palpitar y yo seguir sudando, ahora en mayor cantidad, como si hubiera corrido un maratón. Esperé un momento, confundida y extrañamente complacida a que se terminaran los espasmos, que en ese entonces no sabía que así se llamaban, para volver a intentarlo. No sabía qué había hecho, pero sabía que volvería a repetirlo.
Y como no volvería dentro de una semana, decidí que este día iba a aprovecharlo para seguir sintiendo esa sensación, ese cosquilleo y ese palpitar que justo en ese momento, se me antojaba delicioso. Mi respiración poco a poco volvía a la normalidad y yo me senté firme sobre la silla de montura. Escuché unos pasos firmes cerca y de pronto me sentía nerviosa, satisfecha, pero nerviosa, como si hubiese hecho algo prohibido y de solo pensarlo, sentía nuevamente palpitar mi puntito. Llegó mi padre algo alterado y al verme en la silla me preguntó preocupado “¿Lena, te encuentras bien? Escuché que gritaste”. Yo sólo le dije que me había caído de la silla de montura, pero que ya estaba bien. Él se alegró de que ella estuviera esta vez más cerca del suelo y me revisó antes de decirme que tenía algo de trabajo fuera del establo y que me cuidara, que si necesitaba algo, que no dudara en gritar. Yo sólo le dije que sí y él al rato se fue, dejándome ahí, con esa sensación de necesitar algo más.
Aproveché que me mencionó que tenía bastante trabajo y una brillante idea me pasó por la cabeza. Estaría ocupado. Tendría toda la tarde yo solita. El establo estaba solo y mi padre lejos. Así que con una excitación renovada, me bajé de la silla de montar y a paso veloz me despojé de mis ropas, comenzando por la chamarra y después el vestido que traía, que había elegido sin saber que volvería a montar en la silla, luego vino la parte más pudorosa de mi ser. Adiós bragas. Aproveché para experimentar la zona y la noté algo sonrosada. La zona libre de vellos púbicos. Separé con mis manos los labios vaginales y metí mi mano explorando, tanteando, el terreno desconocido. Me gustó, sentí un líquido mojarme la mano y casi me asusté, pero al sacarla y llevarla a mi rostro, pude ver que no era sangre, era algo transparentoso y viscoso. Sin mucha importancia seguí explorando y cuando toqué el puntito, ahí, donde sentía generalmente los corrientazos, sentí mis piernas temblarme.
Quise algo más. Así que comencé a mover mis deditos, primero sin saber qué hacer y luego repitiendo el proceso que hice en la silla, también en círculos y al final, terminé tumbada en el heno con las piernas completamente abiertas y sin poderme contener más, esta vez cuidando no gritar, me dejé ir, pero no paré, al contrario de la otra vez, seguí y sentía como mi cuerpo entero convulsionaba de esa sensación que me llenaba y a la vez me hacía vaciar por completo. Pasé toda la tarde así, tumbada, tocándome, recorriendo, palpando, disfrutando y dejando de lado la silla de montar. Olvidando que supuestamente iba a aprender a montar a caballo y en su lugar jadeando y gimiendo a más no poder. Al caer la noche, quité el heno que se pegaba a mi cuerpo sudoroso. Caminé buscando mi ropa y me encontré con la chamarra untada de popó de caballo, el vestido al pie de la silla de montar; sin embargo, no encontré mis bragas de algodón. Decidí no darle importancia, me iría así, total, varias veces dejaba de usarlas en casa porque amaba sentir el viento ahí, acariciándome, como susurrándome en esa parte. Al rato, ya oscureciendo, salí y me encontré con que mi padre ya casi venía por mí, el tiempo había estado a mi favor y le estaba agradecida por ello. Caminé al lado de mi padre, sin tomarle la mano, como habitualmente lo hacía y partimos a casa.
Bueno, hola. Este es mi primer relato, como notarán. Algo inexperta en cuanto a escribirlos se refiere. Espero que les haya agradado y algún día comentarles qué siguió después de aquella tarde, porque los sucesos no acaban ahí, no señor. Todo indicaba que me iba a convertir en una fanática de la masturbación, y qué decirte, sí que lo soy. Quizá no la más experta, pero de que me encanta disfrutar de mí misma, correrme, gritar y demás. Me encanta.
Saludos 🙂
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