No todos los amores prohibidos son sucios 3
Alicia y el mejor amigo de su hermano pequeño han tenido un encuentro fascinante cuanto tuvo que consolarlo por una horrible noticia. Pero ahora debe hacer frente a una consecuencia inesperada, su hermano se siente muy celoso..
La primera parte de este relato estaba escrita desde el punto de vista de Alicia, una chica que tiene que cuidar de Abebe, el mejor amigo de su hermano pequeño en un momento muy duro para éste. En la segunda parte salto al punto de vista del chico.
La primera parte está en:
La segunda parte está en https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/heterosexual/no-todos-los-amores-prohibidos-son-sucios-2
En esa segunda parte cambio el estilo y el punto de vista pasa de Alicia a Ababe, y de narrar en primera persona del presente a una más clásica tercera y en pasado.
En la tercera hay un cambio de escena, ahora ya no es una ecuación de dos, Charly se siente celoso, y Abi se ve atrapada entre su función de hermana-madre y las necesidades de sus chicos.
No creo que sea el más exitoso de los relatos eróticos, no creo que provoque muchas masturbaciones al leerlo, pero acompaño las partes eróticas de emociones, sentimientos y construcción de personajes, por si acaso por aquí cae una minoría a la que le guste leer algo más que los tópicos de siempre de hombres con penes enormes. O, mucho más improbable, caiga alguna mujer.
Creo que las dos primeras partes no tuvieron mucho éxito, así que si a ti te gustó lo suficiente para querer saber más, déjame un comentario, para saber que a alguien le gustado y animarme a seguir con la historia de Alicia, Ababe, y el resto de personajes. Si no, es posible que acabe aquí.
Sin más, continúo donde lo dejamos en la segunda parte. Si no la habéis leído, empezad desde el principio, porque hay cosas que hacen referencias narradas en los dos primeros.
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Papá nos había llamado para estar todos en el hospital. Abi, Ali, yo, el padre de Abi y mi padre. Habían pasado diez días desde el accidente y aunque papá había podido cambiar vacaciones con un compañero suyo, se le estaban acabando y había que tomar decisiones.
Yo estaba un poco tenso, porque además Abi y Ali estaban cambiados desde el accidente, no sabría decir por qué.
— Esta es la situación chicos: Juan —se refería al padre de Abebe— va a tener que pasar varias operaciones a lo largo del próximo año. No va a poder trabajar y además van a tener que cuidar de él. Su mejor salida es irse a vivir con sus padres, su hermano, su cuñada y su sobrino que además es fisioterapeuta y puede ayudarle mucho en su recuperación. Pero solo disponen de una habitación así que Abebe tendrá que compartir habitación con él, y además está en una zona rural. Juan tendrá que alquilar su casa porque con la invalidez no le da para vivir, y seguramente vender el camión porque un camión parado no paga las letras del préstamo.
» Hasta ahora, él yo tratábamos de coordinarnos un poco para que él descansase los días que yo tenía ruta intercontinental, pero ahora no tendré respaldo, así que mi idea es contratar a alguien que limpie y cocine para vosotros pero además se quede a dormir, para que no estéis solos varios días seguidos. Especialmente por tí —dijo mirándome— porque Ali estaba encargándose pero va a empezar en la universidad y ya sabes que se cambia de ciudad, porque aquí no había ninguna carrera de su gusto, y supongo que solo la veremos algunos fines de semana.
Noté como me subía la ansiedad. No quería quedarme sin mi mejor amigo, sin mi hermana y con una especie de asistenta-institutriz como única compañía.
El instinto me hizo mirar a Ali y debí mostrar cara de susto porque se apresuró a intervenir.
— Espera papá, yo también he estado dándole muchas vueltas al tema, y quiero proponeros un plan alternativo.
Juan y mi padre la miraron, siempre la habían respetado muchísimo por lo bien que nos cuidaba a Abi y a mí, y cuando proponía algo siempre la escuchaban.
— Juan, por lo que me dijo Abi, venías ganando en torno a 3500 netos al mes, descontados gastos, seguros y letras ¿no?
— Sí, a veces más, a veces menos, pero sobre eso, sí.
— Como no ha sido un accidente de trabajo, tu prestación mensual serían sobre 900 euros, a eso puedes añadirle unos 1200 por alquilar tu casa. Con ese dinero puedes pagarle las horas a tu sobrino para tu recuperación, dejarles algo en compensación, y pagar a alguna vecina unas horas al día para que te ayude con aseo y demás. Además de eso, podrías contratar otro camionero y darle sobre 2500-3000 al mes que es un salario por encima de la media y dejarte un pequeño beneficio para ti. Con todo eso puedes mantenerte tú y cubrir tus necesidades, sin necesidad de vender el camión ¿Correcto?
— Sí, pero está Abebe.
Ali cogió la bandeja de comida que aún contenía los restos del desayuno, y puso estos en la mesita. Después puso la bandeja en vertical.
— Yo tengo mi facultad aquí. La casa de los padres de Juan está aquí. Y aquí el aeropuerto de papá —dijo señalando diferentes puntos en el mapa imaginario—. Si miramos el centro de ese triángulo, aproximadamente aquí, yo estaría a 20 minutos en coche de la facultad y un instituto donde podrían estudiar Abi y Charly. A otros 20 de la casa de los padres de Juan, y a unos 35 del aeropuerto de papá.
Papá miró a Abi sonriendo.
— La vieja casa de labranza de la familia de mamá.
— Habría que repasar instalación eléctrica y la bomba del pozo. Poner un equipo de potabilización de calidad, placas solares y batería, y un generador gasolina de refuerzo, creo que sería una buena idea poner calefacción geotérmica porque a la larga nos va a salir más barato y conexión a internet vía satélite. También hay que repintar por dentro y por fuera. Es una inversión pero luego no pagaríamos prácticamente nada de mensualidades y tenemos ahorros suficientes para restaurar la casa. Ya he preguntado y creo que tengo gente para todo y nos tendrían la casa lista para el final del verano. También hay una señora que podría ir un par de horas por la mañana para limpiar y hacernos la comida. Si nos mudamos allí, yo puedo seguir cuidando a los chicos, puedo llevar a Abebe a ver a su padre los fines de semana, y podemos alquilar también nuestra casa y con ese dinero se paga a la asistenta, y nos deja un extra que cubre las necesidades de los chicos y mía. Y te ahorras el salario de una asistenta e institutriz residente.
— Pero cielo —replicó mi padre—, eso te dejaría con todo el peso de los niños cuando yo no esté. Supuse que querrías la libertad de vivir una vida de universitaria, un piso de estudiantes o con tu novio.
— Lo dejé con Rober, hace como un mes, no quise decirte nada porque primero te pilló la ruta a Pekín y después con todo el accidente no quería ponerte otra cosa en la cabeza. Y sinceramente, Abi y Charlie no son un peso, son un ancla y un apoyo. Seamos sinceros, desde que murió mamá los aquí presentes hemos sido una única familia, con tres hermanos y dos padres separados que se turnaban para vigilarnos. Yo he ejercido de medio madre y medio hermana mayor para ellos, pero ellos han sido mis psicólogos, confidentes y apoyo emocional. Con todo lo que nos ha pasado, creo que no sería ni justo ni sano para nadie que Abebe tenga que compartir habitación con su padre y no nos vea a los demás más que de vez en cuando, o que Charly se pase medio mes solo con una asistenta residente. Con mi idea, seguimos juntos, solo que Juan solo verá a Abebe los fines de semana y algún día entre semana que podamos ir, y tú seguirás como hasta ahora, solo que tendrás que conducir un poco más para ir y volver al trabajo.
Papá miró al padre de Abi.
— ¿Tú que opinas, Juan?
— Que Alicia ha hecho un trabajo increíble criando a esos chicos. Porque siendo sinceros, ni tú ni yo hemos tenido que mediar las peleas, ni hablar con sus profesores, ni encargarnos de la compra o la colada. Lo ha hecho todo ella, y si está dispuesta a renunciar a su tiempo libre y quiere seguir haciéndolo, lo que ella crea más conveniente para mí va a misa.
Mi padre soltó una carcajada y miró a mi hermana.
— ¿Tienes los teléfonos de toda esa gente que nos va a reformar la casa?
— Sí, es una única empresa de reformas que se encarga de todo, tengo un presupuesto con plazos cerrados, nos tendrían la casa lista el 20 de Agosto, te reenvío el mail. A la mujer la llamaré yo a la noche, es una prima segunda de mamá, y vivirá como a un kilómetro de nosotros, ella encantada de ganar un dinerillo extra porque por allí no es que sobren los modos de ganarse la vida. Y yo tendré el carnet a principios de Julio, así que las fechas nos encajan bien. Pero no confirmes nada, primero quiero asegurarme de que todo va a ir bien.
Creo que pocas veces he querido más a mi hermana y vi como Abebe respiraba también aliviado, íbamos a seguir juntos. Aunque aquella última frase me sonó muy rara.
Cuando se terminó el horario de visita, Ali miró a nuestros padres.
— Me llevo a los niños al cine, hablamos luego a la hora de cenar.
Pero no nos llevó al cine, cosa que me sorprendió porque todo, siempre, había sido transparente y nunca había mentido a papá.
Ali nos llevó a la sala, tenía un rostro tan serio que empecé a acojonarme, y no me atreví a romper su silencio. Nos pidió a Abe y a mí que nos sentásemos en el sofá y ella se sentó frente a nosotros.
— Charlie… —comenzó—, hay algo que tienes que saber. El día que Juan tuvo ese accidente pasaron cosas, Abi y yo terminamos acostándose en este mismo sofá. Prometimos no decir nada, pero si te vienes a vivir al medio de la nada, sin amigos, sin vida social al menos al principio, pensé que era justo contarte que habría un cambio de dinámicas entre nosotros…
— Vale, para empezar —respondí—, Abi me lo contó, lo sé desde el día siguiente. No te enfades con él, es mi hermano gemelo de piel oscura y distintos padres, pero nos lo contamos todo, y se sentía culpable así que terminó contándomelo. Y me da igual, es cosa vuestra. Bueno, va a ser raro vivir en una casa con vosotros dos liados y tal, pero prefiero eso que tener que vivir solo con una mujer que no conozco y manteniendo contacto con vosotros por whatsapps. Has encontrado una solución cojonuda para seguir con mis dos hermanos, aunque vaya a ser muy raro que mis hermanos follen entre ellos.
Los dos se rieron.
Lo que Abebe sabía, porque también lo habíamos hablado, pero Ali no, es que yo estaba bastante celoso, porque aunque Ali fuese mi hermana real, de los mismos padres, es que al igual que para Abi era la protagonista total de mis noches masturbativas. Y eso me había generado un sentimiento de culpabilidad durante un tiempo, pero había terminado aceptando que simplemente me producía ese efecto y ya está, no podía evitarlo y había decidido no sentirme culpable ni sucio por esas fantasías incestuososas. Que Abebe, al que consideraba realmente mi hermano y no mi mejor amigo, y que sabía que también Ali lo consideraba como tal, hubiese podido hacer realidad esas fantasías que teníamos en común, era realmente jodido de asimilar. Pero no me quedaba más remedio que aceptarlo porque la alternativa era vivir separado de ellos, y esa alternativa me parecía mucho peor.
— Pero me encanta que hayas considerado que vivir los tres juntos podía generarme un problema sabiendo que vosotros dos… y que hayas preferido decírmelo por si yo no quería aceptar esa opción.
No necesitaba que la psicóloga de Abebe, que era la mía también, me obligase a reflexionar sobre el tema. En el supuesto, que no sucedería jamás, que alguien se lo contase. Eso era algo que no sabría nadie más que nosotros tres.
Lo afrontaría con madurez. O eso creía.
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El día que llegamos nos llevamos una enorme sorpresa, papá nos había hecho un regalo: una piscina calentada por geotermia con una cubierta de policarbonato retráctil para poder bañarnos incluso en invierno.
Los tres alucinamos por colores cuando la vimos.
— No sé que vida social habrá por estos lares, pero espero que esto haga que los amigos que hagáis en la facultad o el instituto, se tomen la molestia de venir a visitaros. Os hemos educado bien, espero no arrepentirme de esto y que lo que corran sean los condones y no el alcohol. Confío en vosotros, y obviamente como yo seré quien pague a vuestra prima lejana Elena, me va a chivar todo lo que hagáis los días que no esté. Y si alguien le da al alcohol, drogas, tabaco o cualquier otra cosa que no me guste, os saco de aquí y volvemos al plan original. Pero si tenéis sentido común, esta piscina espero que logre aliviar la soledad de tres urbanitas viviendo en una zona tan aislada. No hagáis que me arrepienta. Y una cosa más, si hacéis una fiesta, solo los días que yo esté en casa, por muy juiciosos que os considere, si aquí se juntan 15 personas, no vais a ser capaces de controlar lo que sucede. Cuando yo no esté solo ligues o algún amigo muy íntimo, las reuniones de más de seis o siete contándoos a vosotros tres, solo conmigo presente. O con Juan cuando vaya recuperándose y pueda venir a hacer terapia de piscina, que es otra razón por la que decidí hacerla.
— Te lo prometo —dije, al tiempo que Ali y Abi decían cosas similares.
Papá se fue apenas unos días más tarde. Para compensar los favores pedidos había asumido la línea Madrid-Pekin, que implicaba estar fuera de lunes a jueves, dormir bastante el viernes para compensar el jet-lag, y salir para Madrid el domingo para iniciar la semana. Eso nos dejaba solos cuatro días a la semana. Se hizo extraño cuando volvió al trabajo y nos vimos los tres en una casa nueva.
Esa misma noche Abebe y Ali follaron como conejos, y como ambos parecían necesitar gritar durante sus orgasmos, no me quedó más remedio que ponerme cascos y ver películas a volumen bastante alto. Algo que me provocó celos, envidia, y una sensación de soledad. Prefería seguir con ellos que vivir yo solo con una asistenta, pero de ser el centro de nuestra relación, como hermano de Ali y mejor amigo de Abi, ahora yo era la tercera pata, la carabina, el elemento externo. Me fue difícil lidiar con ello, y Abi se dio cuenta, hablamos del tema, pero le hice prometer que no diría nada. Con mi hermana no me atreví a hablarlo, era demasiado embarazoso, pero como me conocía tan bien, no le fue difícil darse cuenta que algo pasaba.
Tres días más tarde me pilló por banda. Abebe había salido a correr y yo estaba en la sala jugando con la play. Se acercó, me la apagó sin mediar palabra, se sentó enfrente a mí y me miró a los cojos.
— Vamos a ver Charly, ¿a tí qué te pasa?
— No me pasa nada.
— Mira, te conozco demasiado bien para no notarlo, y demasiado bien para saber que me estás mintiendo ahora mismo.
— De verdad, que no me pasa nada.
— Mira, no solo sé que te pasa algo, no solo sé que me estás mintiendo ahora, es que tengo pruebas, porque pregunté a Abebe y me dijo que no me podía decir nada porque tú le habías hecho prometer que no me dirías nada. Así que si has hablado con él, pero no quieres hablar conmigo, es obvio que es algo que es, o sobre mí, o algo que te da vergüenza. Y siempre hemos hablado, y sido sinceros. Yo te he contado cosas muy íntimas sobre mí muchas veces, te incumbiesen o no. Y tú igual. Si no me explicas qué pasa no podré arreglarlo, o al menos consolarte si es que no tiene arreglo.
— Es que no quiero hablar del tema.
— ¿Qué te ha dicho tu psicóloga un millón de veces?
— Que las cosas que no se hablan se enquistan y terminan haciéndonos daño. Ya lo sé.
— Entonces hablemos.
— Es que no puedo.
— Sí puedes, si puedes hablarlo con Abebe también puedes hablarlo conmigo. ¿Recuerdas que somos los tres mosqueteros? Siempre nos hemos apoyado entre los tres. Así que desembucha.
A esas alturas yo ya era incapaz de mirarla a los ojos, y estaba muy ruborizado. Cuando mi hermana me acosaba a preguntas yo siempre terminaba cediendo, y siempre me sentía mejor cuando se lo decía. Pero esta vez era diferente.
— ¿Tiene algo que ver con mi relación con Abebe?
— No.
— Eso es un sí. ¿No la aceptas?
— No es eso.
— ¿Te sientes desplazado porque antes eras el eje sobre el que pivotaba y ahora te sientes excluido?
La cabrona era muy lista.
— Supongo, no sé, igual sí.
— Lo has confirmado demasiado rápido, eso es porque esa respuesta te parece que podría cerrar esta conversación con una salida digna, pero no es el núcleo del problema.
— Es solo eso, ahora yo soy el tercero.
— Vale, eso ha sido sincero, pero solo es parte. Vamos a seguir por ahí. ¿Tu sabías que yo era el centro de las fantasías de Abi desde hace años y que estaba coladito por mí?
No sabía cómo contestar a eso. Era seguramente el único secreto entre nosotros.
— Tomaré ese silencio como un sí. ¿Te contó Abi lo que pasó la noche del accidente entre nosotros?
— Muy poco, solo que os terminasteis acostando. Pero es que…
— Bien, pues voy a darte el contexto. Abebe acababa de enterarse de que su padre había tenido un accidente y estaba muy grave, estaba con mucha ansiedad, con muchos miedos por su pasado, recuerda que a él ya se le han muerto tres padres, hundido y en un agujero. Quise consolarlo, nada más.
— Quisiste consolarlo y terminaste follándolo —repliqué con un tono de voz más alterado de lo que me habría gustado.
— Sí —respondió calmadamente—, y no me arrepiento de nada, empezamos por puro accidente, pasamos a mayores sin darnos cuenta, y viendo que eso era lo que necesitaba en ese momento, seguí. Y ¿sabes qué? Funcionó, iba camino de una depresión y esa noche le dio una esperanza y una motivación de cara al futuro que su ánimo dio un giro de 180 grados.
— No, si eso se le nota.
— ¿Cuál es el problema entonces?
— Ninguno, ya te lo he dicho —repliqué desafiante.
Ella no dijo nada durante un ratillo, luego me tomó de la barbilla y me obligó a mirarla de frente de nuevo.
— Charly ¿cuál es el problema?
— Ninguno —respondí en un murmullo bajando la vista.
Ella volvió a obligarme a mirarla.
— Charly ¿Cuál es el problema?
Me sentía acorralado y a punto de explotar.
— Los celos ¿vale? Estoy celoso de Abi porque él ha dejado de ser virgen y yo no.
Mi hermana se quedó mirándome boquiabierta.
— ¿Estás celoso porque tú también querías acostarte conmigo? ¿Con tu hermana?
— No me seas hipócrita Ali, ¿Como definías a Abi hasta el día antes de tirártelo? Decías que era tu otro hermano pequeño. ¿Y cómo nos definiste cuando le planteaste a papá y a Juan venirnos a vivir aquí? Como una familia de tres hermanos y dos padres separados que se turnaban. Él era tan hermano como yo.
— No es lo mismo, él podía ser mi hermano postizo, pero no es el hijo de mis padres.
— Y eso sería importante si quisieras tener un hijo, genéticamente no es recomendable, pero no hablamos de tener hijos que puedan tener taras genéticas, hablamos de sexo y en eso la única diferencia entre Abi y yo es un tabú cultural.
Ali me seguía mirando con una intensidad que yo no podía sostener su mirada.
— ¿Entonces también he sido parte de tus fantasías eróticas como lo era de las de Abebe?
— Ali, salvo papá, creo que has sido parte de las fantasías eróticas de cualquier chico u hombre que te haya conocido, de todos tus amigos, de muchas de tus amigas, del padre de Abi, del panadero, del de la heladería, de todos. Eres puro erotismo, en todos los sentidos, en lo que tú misma sientes, en tu gusto por el sexo desde que eras jovencísima, en tu aspecto, en la forma en que caminas o te ríes, en ese cuerpazo increíble que te gastas. Y yo no soy inmune, no soy la excepción.
En ese momento fue ella la que bajó la mirada.
— Mira… —continué más calmado— Abi no me contó detalles sobre lo que pasó aquella noche, solo de una cosa, el manual de cómo afrontar los preliminares que le preparaste.
— Aquello no fue una clase, no era más que una performance para volver a calentarlo tras haber hecho que se corriese, solo eso.
— Pues él lo tomó como una enseñanza, le encantó, lo memorizó para aplicarlo.
— Y justo después se saltó todo lo que le había dicho.
— Eso no importa… yo… yo no tengo quien me explique eso, nadie y… nada, no importa. Y ahora Abi ha dado un paso más, y yo me he quedado muy atrás… —me sentía a punto de llorar.
Ali se levantó.
— Gracias por contármelo Charly, sé que no ha debido ser fácil, y lo siento, no sabía, ni siquiera imaginaba, que podías sentirte así. Necesito pensar todo esto, darle unas vueltas, volveremos a hablar. Pero anímate, encontraremos una solución, aunque tenga que pagarle a una chica para que se acueste contigo y te dé confianza en ti mismo.
— No quiero una prostituta.
— Ya lo sé. Pero encontraré una solución, te lo prometo, eres mi hermanito y no dejaré que sufras en silencio. Aunque tenga que dejarlo con Abi para que no te sientas tan solo. Confía en mí,
— Tampoco quiero eso.
— También lo sé. Pero lo dicho, eres mi hermanito, te quiero, siempre voy a cuidar de ti, y encontraré la forma de solucionar este lío. Y siento no haberlo anticipado para haberlo solucionado antes.
Eran disculpas de psicóloga, pensadas para descargarme de culpabilidad por lo sucedido, pero de todos modos me hicieron sentir mejor.
Esa noche Ali no fue a la habitación de Abebe. Eso me hizo sentir un poco culpable, realmente no quería que mis celos los hiciesen a ellos infelices. Pensé en ir a hablar yo con ella, pero no me atreví.
En lugar de eso, me dormí.
Serían las dos o las tres de la mañana cuando Ali me despertó.
— Despierta Charly, no puedo dormir porque no puedo olvidar lo que hablamos esta tarde, llevo todo el día dándole vueltas, y hay algunas cosas que quiero contarte, y si no lo hago, me pasaré la noche en vela.
Estaba sentada en mi cama, con un albornoz.
Yo me incorporé un poco y me senté en la cama también, cruzando las piernas.
— Yo tenía doce años, y había empezado a salir con mi primer noviete. Mamá vino a verme una noche para darme una charla, estábamos como estamos tú y yo ahora, ella sentada en el borde de la cama y yo en la cama con las piernas cruzadas. Me contó como se conocieron papá y ella. La parte que tú ya sabes: que ambos coincidieron en un hotel en Doha, ella había perdido su avión y el siguiente no salía hasta dos días más tarde, ella hablaba un inglés muy malo y trataba de entenderse con un camarero, y papá, notando su acento español, se ofreció a hacerle de intérprete, comenzaron a hablar y se dieron cuenta que él iba a ser su piloto porque llevaría el avión que la traería de vuelta. Eso también te lo había contado a ti, pero conmigo siguió la historia. Él es lo que es: un piloto, con mucho dinero, alto, atlético, moreno natural pero ojos claros que contrastan mucho con esa piel, elegante, refinado, culto… como me dijo mamá, pocas mujeres se resistirían a tratar de seducir a un tipo así. Ella era todo lo contrario, piel clarita, pelirroja, con pecas, ojos marrones, bajita y regordita, sin estudios superiores. ¿Por qué un tipo como Papá que podría tener a cualquiera se iba a interesar por una chica como ella? Mamá me lo dijo claramente, porque ella era puro líbido, lo enamoró en la cama. Y me explicó que aunque era pronto para saberlo, creía que yo sería igual, así que me dio la típica charla sobre seguridad, usar condón y todo eso, pero además me dijo que no tuviese prisa, pero que si terminaba por necesitar acostarme con aquel noviete, que quería explicarme algunas cosas para que la primera vez no fuese un cúmulo de inseguridades y que pudiese disfrutarlo. Y para mi sorpresa, me hizo desnudarme, y me dio una charla sobre zonas erógenas, parecida a la que le di a Abebe, pero usando mi propio cuerpo como ejemplo. No había nada de interés sexual por su parte, pero me fue acariciando para que yo aprendiese a entender mis propias sensaciones. Ya sabes lo liberal que era. Me enseñó varios modos de masturbarme, me enseñó cómo debía colocar un plug o usar un vibrador o un consolador. Y luego me dio una larga charla sobre erotismo masculino también, como suponía que mi noviete tampoco tendría ni zorra idea de qué hacer, me enseñó a guiarlo y dirigir yo aquella primera vez.
Flipé muchísimo imaginando a mamá dando esa charla, masturbando a Ali para enseñarle a hacerlo, o sacando un vibrador para ponérselo a ella y que así supiese como usarlo.
— Estoy totalmente segura que si mamá siguiese viva, te daría la misma charla que me dio a mí, porque ella era así, para ella el sexo era algo tan natural como comer o dormir. No tenía tabú alguno a la hora de hablar de ello, o de enseñarle a su hija todo lo que debía saber para masturbarse con el máximo placer, o todo lo que tenía que saber antes de que intentase acostarse con un noviete, aunque solo tuviese 12 años. Y la verdad es que acertó, porque unos meses más tarde en una sesión de besos y algo de magreo me calenté tanto que terminé acostándome con él, y fui yo quien tuve que enseñarle todo y dirigirlo, y el condón que usamos lo llevaba yo en mi cartera porque me lo había dado mamá.
Siempre había querido mucho a mamá, pero lo que Ali me estaba contando era un nivel más sobre lo que yo sabía de ella.
— Mamá murió y ella no puede prepararte, y papá no lo hará porque es buena gente, pero no es atrevido como ella, esas cosas le dan mucho corte.
Ali se levantó de la cama y se sacó el albornoz, estaba totalmente desnuda.
— Así que voy a hacerlo yo, y no porque lo considere un deber, sino porque creo que es lo justo y además me apetece. Así que sácate también la ropa porque voy a enseñarte lo que ella me enseñó a mí, y del mismo modo, el práctico.
Se acercó a mí y me sacó la camiseta del pijama, después me empujó por los hombros para tumbarme y me sacó el pantalón pero bajé la cadera para que me dejara el boxer. Yo estaba un poco erecto por la conversación, y ver a mi hermana desnuda y diciéndome que me iba a enseñar, solo me despertaba más y más.
— Solo hay una cosa: no voy a besarte ¿de acuerdo? Y tú no intentes besarme a mí. Para mí el beso es algo muy íntimo, y sea o no un tabú social, no me imagino besándonos de ese modo. Es mi redline. Tendrás que aprender a besar por tu cuenta.
— Hecho.
— Muy bien, supongo que como preguntaste a Abebe sobre la lista que le di y el comentario que le hice de cada parte, eso ya te lo habrás memorizado…
— Bueno, sí… supongo.
— Vale, entonces vamos a pasar directamente a la práctica. Podrías empezar por un abrazo pegándote mucho, piel con piel es excitante, incluso con ropa lo es. Luego besos, pero como te dije, esa parte no me atrae enseñártela, tendrás que aprender como puedas. Los besos en el cuello tampoco te los voy a enseñar. En la nuca a muchas chicas les gusta sentir el aliento, y en las orejas susurros, y a algunas les gusta notar la lengua en la oreja, a mí no. Lo que sí suele ser algo más común es que gusten pequeños mordisquitos en el lóbulo, a mí tampoco me entusiasman.
» Siguiente punto. Pechos. A algunas chicas puede gustarles más que se sea agresivo, que los estrujen o que les pellizquen los pezones. A mí me gusta la suavidad. A Abebe le dije dejarlos deslizar por entre anular y largo, pero también sirve por entre índice y gordo. Ven, prueba…
Casi me da algo cuando mi hermana me dijo que le acariciase los pechos. Eran medianos, ni grandes ni pequeños, pero eran firmes, la gravedad apenas los deformaba, las areolas eran pequeñas y los pezones apenas sobresalían. Y Ali tenía una piel tan suave, comencé a acariciarlos como ella me había dicho, dejándolos deslizar entre mis manos.
— Eso es, suave. Estás haciéndolo como yo te lo he dicho. Sabiendo que me gusta mucho así, improvisa otros modos de hacerlo e intenta sorprenderme. Y piensa qué quieres hacer para estimular mis pezones.
Dejé que mis manos se deslizasen un par de veces más, y cerré los ojos centrándome en las sensaciones que me transmitían, e intentando imaginar cuales serían las sensaciones que notaría ella. Me gustaba la sensación de acariciarlas hasta que notaba el pezón en el centro de mi palma, y ahí cerrar los dedos, mantenerlos un par de segundos, y luego deslizar la mano hacia afuera, dejando que la mano se fuese cerrando sobre el pecho que huía hasta que el pezón se quedaba entre la punta de mis dedos y la base de la palma, ejerciendo una ligera presión como si quisiese llevarme el pezón conmigo, pero sin apretarlo. Hice ese movimiento varias veces y, para mi sorpresa el pezón parecía echar de menos las caricias, porque comenzó a aumentar de tamaño, como si también él quisiese que yo me lo llevase. Abrí los ojos y era Ali quien los tenía cerrados, su respiración era más profunda, siguiendo el ritmo de mis caricias.
Después volví a dejar que el pecho se deslizase entre mis dedos índice y pulgar, esta vez con un poco más de fuerza, sin llegar a ser rudo, pero justo cuando el pezón estaba a punto de alcanzar la intersección bajé la boca hacia él y dejé que mi lengua juguetes un poco, en círculos, para luego dejarlo salir entre mis dientes, sin hacer fuerza alguna.
Ali dejó escapar un suspiro.
— Muy bien, has ido un poco más allá de la suavidad que te había pedido, pero de una forma placentera, sin hacerme daño. Me ha encantado. Y a mis pechos también, mis pezones están totalmente erectos, señal de que les ha gustado… A algunas chicas puede gustarles que te metas todo el pecho en la boca, si los tienen pequeñitos, o parte al menos. A mí no mucho, me gusta mucho más lo que te dije que hicieras, y lo que hiciste instintivamente.
Yo ya estaba más erecto que el palo de una escoba. La primera vez que tocaba unos pechos y no solo eran unos perfectos, sino que había podido jugar a placer.
Ahora te voy a enseñar algo diferente, y de paso vemos si eres un chico de pezones sensibles o no. Se subió a la cama y se sentó justo detrás de mí, luego se pegó hasta que noté sus pechos en mi espalda y sus manos comenzaron a acariciar todo mi pecho, totalmente extendidas. Cerré los ojos para sentir las caricias, nunca nadie me había tocado así. En un momento dado me sopló levemente en la nuca y me provocó un escalofrío.
— Vaya, parece que a mi hermanito sí le gusta que le soplen en la nuca…
No respondí, entonces las caricias variaron y una de sus manos empezó a enredar unos de mis pezones entre sus dedos, mientras la otra se deslizaba hacia abajo por mi vientre hasta llegar justo antes de la base de mi pene, sin tocarlo. Después unos dientes mordieron el lóbulo de mi oreja, sin apretar, pero estirándolo cuando se retiraban.
Aquello me gustó tanto que aspiré profundamente y dejé salir el aire despacio, un segundo escalofrío me hizo soltar el aire entrecortadamente.
— Está claro, hermanito, que hay zonas en las que tú eres más sensible que yo, y eso me gusta, me pone muy cachonda —Ali me susurró eso justo en la oreja que había estado mordiéndome, poniendo una voz como si fuese una actriz porno.
No pude evitar que mi pene respondiese con un movimiento propio, visible bajo el boxer.
— Eso que acabas de hacer —me dijo Elie— se llama contracción voluntaria del suelo pélvico, y puede ser muy útil que lo entrenes, te permitirán controlar mejor cuando quieres eyacular, aumentarán la potencia del orgasmo, y como efecto colateral te permitirán cortar la meada cuando quieras, reiniciarla, volver a cortarla… apretar al final de todo para vaciar las últimas gotas, e incluso aumentar la fuerza de la meada para sacar un chorro que llegue más lejos. Tener un buen control del suelo pélvico te da un montón de ventajas. Hay ejercicios específicos para entrenarlo si quieres hacerlo.
Apunté aquello mentalmente, aunque la descripción fisiológica me bajó el calentón un par de niveles, algo que seguramente ella había previsto y hecho aposta.
— Supongo que has notado lo que he hecho desde tu espalda. Soplar en la nuca, jugar con los lóbulos de tus orejas, susurrarte cosas que te exciten, acariciar el pecho y bajar la mano hacia el Monte de venus, sin tocar nada. En fases posteriores de la estimulación podrías bajar y acariciar más abajo también. Todo eso que sirvió para ti, también sirve para ella. ¿Qué sentiste cuando bajé por el vientre hacia abajo pero no llegué a tocarte el pene?
— Que me encantaría que lo hicieses.
— Exacto, pero es más efectivo si creas la expectación pero no llegas a hacerlo. Ponte de rodillas y sepáralas un poco.
Obedecí.
— Igual que si hago esto…
Y su mano empezó acariciándome las nalgas hasta casi llegar a mi ano, sin tocarlo, para después bajar recorriendo mi pierna por la parte posterior, para después subir por la parte interior hasta casi llegar al escroto. Repitió el movimiento varias veces, y después dejó que su mano lo rozara pero subiendo de nuevo hacia el vientre rodeándolo.
Mi pene dio otro saltito.
— Ese movimiento también vale para las chicas, pasa rozando sus labios mayores pero sin tocarlos realmente. La expectación del contacto es muy excitante..
— Joder si lo es —asentí.
— Puedes hacerlo con toda la palma de la mano o, si ella es como yo, puede encantarle que lo hagas con la punta de un dedo. Cierra los ojos.
Obedecí, de nuevo, a esas alturas obedecía cualquier cosa que me dijese.
Un solo dedo subió por la cara interna de mi pierna pero en vez de continuar subiendo hacia el vientre, pasó entre mis genitales y mi ano, ahí se recreó un poco en las caricias, y bajó por la otra pierna.
— El perineo, entre dos puntos de máximo placer y, en los hombres, directamente bajo la próstata. Ya volveremos a él. Pero ¿has notado cuán estimulante puede ser un solo dedo?
— Ufff, ya te digo.
Sus manos se separaron de mi cuerpo.
— Vamos a intercambiar posiciones y a ver como te sale. Recuerda, no toques ni el ano ni nada de la vulva, ni los labios mayores siquiera. Solo quieres generar la expectación del placer, no darlo por ahora. Y no lo hagas solo como te lo he hecho a ti, improvisa, sorpréndeme para que yo no sepa lo que va a suceder.
Y girándose, me dio la espalda sentándose sobre los talones.
Me levanté un momento y me acerqué a la cómoda en dos pasos. Hacía tres años habíamos ido en el avión de Papá a Islandia, y allí me había acatarrado. No encontramos ninguna bufanda de algodón, y la lana me pica, así que Papá me compró un pañuelo grande de seda para poder tapar el cuello. No lo había vuelto a usar.
Lo enrolle, y le vendé los ojos a Ali.
— Vaya, eso es original, me gusta, es una buena forma de improvisar.
Acerqué mis labios a su oído.
— Shhhh, no hables, no pronuncies palabras, solo quiero oír sonidos de placer, o tu respiración profunda que responde a mis caricias. Quiero que el silencio me permita notar como palpitas, como tiemblas, como se te pone la piel de gallina —le susurré.
Mis manos comenzaron a acariciar sus hombros, recorriendo los brazos hasta el codo, pero lo hice de forma que apenas si la rozaba, tratando de acariciar solo el vello fino sin tocar la piel. Después con los dedos largos comencé a subir desde su cadera hacia sus pechos, deteniéndome en su base.
— ¿Lo sientes? —susurré de nuevo—. Tengo que obligarme a apenas rozarte, porque tu piel me trasmite tanta energía que temo quemarme —le soplé levemente en su nuca y noté su escalofrío.
» Crees que has venido aquí a enseñarme como te enseñaron a ti, pero no es así, porque hemos hecho esto antes, miles de veces, mis manos han recorrido cada centímetro de tu piel, te he susurrado palabras como estas, que has escuchado sin ser consciente. Pero tuve que hacerlo en forma de espectro. Me colaba como un viento bajo tu puerta y me arremolinaba a tu alrededor. Cada vez que has necesitado tocarte en solitario era yo abrazándote, cada escalofrío era yo besando tu nuca, cada sudor era mi pasión dentro de ti, cada palpitación era yo queriendo entrar en tus sueños para que me vieses, para que notases mi presencia.
Comencé a mordisquear sus lóbulos aunque me había dicho que no, pero pude notar como se envaraba y no precisamente de rechazo. Después comencé a besarla bajo la oreja, al tiempo que mis brazos la rodeaban para abrazarla y pegarla a mí.
— Reniegas de mis besos pero es mentira, porque ya he estado en tu boca, ya has notado mi sabor, ya conoces el tacto de mi lengua —y dejé el cuello para rozarle apenas los labios antes de separarme, su boca quiso seguir la mía pero la ignoré y volví a su nuca, besándola para luego continuar hacia abajo por su columna, lo que le provocó un nuevo escalofrío.
Mis brazos la soltaron, y mis dedos recorrieron la curva de sus pechos desde abajo hasta el pezón, en un roce más suave.
— Ah, tus pechos se endurecen, ellos sí me recuerdan. Ya han notado antes mis caricias, recuerdan el calor de mis manos que los han recorrido una y otra vez, podría recitar cada poro, podría describir su sabor con mil palabras. Podría diferenciar su sutil aroma entre los de millones de mujeres.
Estiré las manos separando los dedos y comencé a recorrer su vientre y su estómago, dejando que fuesen hacia sus pechos aleatoriamente, cerrándose sobre ellos y tirando de sus pezones ligeramente.
— ¿Lo notas? ¿Notas como han crecido y quieren seguirme? Me recuerdan, y me aman, quieren venir conmigo, la vuelta con un viejo amante que los adora. Quieren sentir mi lengua sobre ellos. Pero no tenemos prisa, ahora que me sientes piel con piel y no como espectro es algo que ya no vas a olvidar. Ahora cuando te toques lo harás pensando en mí porque sabes que siempre fui yo. Porque hoy descubres que mis labios han recorrido toda tu piel, te he besado los dedos de los pies y los dedos de las manos. Que recorrido toda tu geografía buscando tu valle —Y mis manos descendieron hacia su vientre, jugueteando con los pocos pelos que no había depilado y bajando después hacia sus piernas, recorriendo los labios mayores por fuera pero sin tocarlos, dejando que el roce pasase de la palma de la mano a recorrer el pliegue exterior con un dedo. Ella soltó su primer gemido, y su respiración se hizo más profunda.
Volví a besarla en la nuca y volví a bajar con mis besos por su columna pero esta vez usé mi lengua en la zona más baja. Ella separó el trasero de sus talones, arqueó la espalda y separó un poco las piernas y pude seguir hacia abajo dejando que mi lengua recorriese lentamente el valle entre sus nalgas. Me paré un momento en su ano y ella soltó un nuevo gemido, y continué hacia abajo. Estaba empapada, sus jugos resbalaban ya por sus piernas y sus labios se habían hinchado y se habían puesto de un color oscuro.
Dejé que mi lengua recorriese su perineo hacia la entrada de la vulva, pero sin llegar a entrar, solo presionando la entrada desde abajo. Volvió a gemir y se dejó caer sobre sus codos, quedando en estilo perrito pidiendo un contacto más íntimo. Pero aún no.
Gentilmente la empujé un poco para que se girase hasta quedar boca arriba y recostada en la cama. En aquella posición por fin pude besarle los pechos, mi lengua se enredó en sus pezones, al tiempo que con una mano recorría los pliegues de sus labios mayores por fuera, pero esta vez presionando con algo más de fuerza para estirarlos. Volví a besarla en el cuello pero subiendo hacia la barbilla, y después dejando que mi lengua rozase sus labios, ella abrió la boca buscándola pero ya no estaba allí.
— ¿La deseas verdad? Creías que no, pero la deseas, como quieres sentir mis dedos en tu botoncito, empiezas a necesitar sentirme dentro. La espera es muy placentera pero ya no quieres seguir esperando.
Y sin previo aviso dejé que un dedo separase sus labios mayores y recorriese los menores para empaparse de su lubricación y subirlo hasta el clítoris, que acaricié varias veces en círculo antes de dejarlo. Ella gimió profundamente y terminó casi en un pequeño grito.
Volví a acercarme a su oído.
— Pero no lo haré si no me lo pides. Dime que te vas a quedar, dímelo en voz alta como tu cuerpo me lo está diciendo con los cinco sentidos.
— Me quedaré —susurró ella en respuesta.
— Dime que no volverás a rechazar mis besos, que los deseas, que los necesitas.
— Sí —respondió ella.
— Dime que quieres que te haga el amor como tantas veces he soñado.
— Hazlo realidad.
— Dime qué… —pero no pude terminar la frase porque ella soltó un “a la mierda las redlines”, me abrazó, me hizo rodar y se quedó encima, allí me besó con pasión y sentada sobre mi comenzó a mover la cadera para sentir mi pene contra ella.
— Sácate eso —me dijo refiréndose a mi boxer.
Yo volví a rodar para quedarme de nuevo sobre ella, eché la mano hacia atrás y tiré de la sábana para taparnos, me daba vergüenza que viese mi pene pequeño, bastante más pequeño que el de Abebe, y debajo de la sabana me lo quité echándolo a un lado de la cama.
Ella esperó a que me lo quitase, luego sin disimulo alguno levantó la sábana para mirármelo.
— Es muy pequeño, lo siento —le dije, y toda la seguridad con la que le había susurrado aquellas cosas se fue a tomar viento.
— No tienes nada que sentir, aún estás empezando a desarrollarte, te crecerá más. Y si no lo hiciese, es perfectamente útil.
Sabía que ella ya estaba preparada, y yo también, así que tiré de sus rodillas hacia arriba para que las doblase y penetrarla desde la posición de misionero.
— Espera Charly, has estado increíble dirigiendo los preliminares, todos esos susurros han sido increíbles, además has conseguido que yo estuviese muy pendiente de las sensaciones. Pero tengo mucha más experiencia que tú, así que déjame guiarte desde aquí.
La verdad es que yo no sabía cómo colocarme. Había visto cuerpos entrelazarse en películas, en sueños, en silencios largos, pero nunca con la urgencia de la carne real. Me apoyé sobre ella como quien teme romper algo sagrado, y sentí que mi estatura, mi torpeza, mi tamaño, todo lo que era mío, podía no bastar.
Ella no dijo nada. Solo deslizó una mano por mi espalda, y con un gesto leve —como quien acomoda una flor en un jarrón— me guió. No hacia abajo, sino hacia adelante. Su pelvis se alzó con la ayuda de un cojín, después me empujó para que entrase en ella, y sus piernas se cerraron como un secreto obligando a las mías a quedar por fuera. Sus tobillos se cruzaron pegando sus muslos y aprentándome. De pronto, su cuerpo no era una superficie, sino una forma que me contenía.
Presioné para ir más adentro. No profundo, no con fuerza. Pero algo en la presión, en el ángulo, en el roce, me hizo sentir dentro de algo más que su cuerpo. El calor de su vulva se apretaba contra mí, y aunque mi pene era pequeño, cada empuje parecía encontrar un eco. No era la profundidad lo que importaba, sino el roce —ese roce que arrastraba la piel de su entrada hacia abajo, como si mi tronco acariciara el borde de su clítoris sin saberlo.
Sentí su respiración detenerse en cada pulsación. No jadeaba, no gemía. Solo se tensaba, como si su cuerpo leyera el mío y respondiera con precisión. Yo no sabía si lo hacía bien, pero ella no me corregía. Me dejaba estar. Me dejaba aprenderla.
Y en ese roce, en esa presión que no venía de mí sino de ella, entendí que el cuerpo no necesita grandeza para tocar. Solo dirección. Solo entrega. Solo el temblor exacto entre dos huesos que se rozan sin violencia.
No sabía si bastaría. Mi cuerpo, mi tamaño, mi silencio. Pero ella no parecía esperar otra cosa que lo que yo era. Me colocó con una precisión que no entendí hasta que la sentí: sus piernas cerradas, los tobillos cruzados, la pelvis elevada como una ofrenda. Entraba sin esfuerzo, pero no sin vértigo.
El calor me envolvió. No era profundidad, era roce. Cada empuje, corto, medido, hacía que mi pubis rozara su clítoris, y el tronco de mi pene, pequeño pero presente, parecía acariciar la entrada como si supiera dónde tocar sin haber aprendido. Ella se tensó. No como quien se contiene, sino como quien se prepara para caer.
Sus gemidos llegaron antes que cualquier palabra. No eran dulces. Eran ásperos, rotos, como si su garganta no pudiera seguir el ritmo de su cuerpo. Yo no dije nada. No podía. Mi voz se había quedado atrás, en algún rincón donde el deseo no necesita sonido.
Sentí su primer orgasmo como un temblor que no me pertenecía. Su cuerpo se sacudió bajo el mío, no como una ola, sino como un relámpago. Los músculos se contrajeron sin orden, sin permiso. Su espalda se arqueó, sus piernas se cerraron más, y yo pensé que me expulsaría. Pero no lo hizo. Me sostuvo. Me apretó. Me tragó.
Yo eyaculé un poco más tarde sin aviso. No con violencia, sino con entrega. Como si mi cuerpo hubiera esperado ese momento desde antes de conocerla. Pero no me detuve. No perdí la erección. No caí en el silencio del después. Algo en su gemido me sostuvo, algo en su cuerpo me pidió más.
Seguí. No por orgullo, sino por asombro. Cada movimiento era una pregunta, y su respuesta llegaba en espasmos. El segundo orgasmo la tomó sin aviso. Más fuerte. Más largo. Su voz se rompió en sílabas que no entendí, y su cuerpo se sacudió como si el placer fuera una tormenta que no sabía calmar.
Yo seguía dentro. Silencioso. Pequeño. Firme. Cada roce era una chispa. Cada presión, una nota. Ella se deshacía y se rehacía en mis brazos, y yo solo podía sostenerla. No con fuerza. Con presencia. Con ese milagro de seguir erecto cuando todo en mí había ya estallado.
El tercero llegó como un eco. Más suave, más profundo. Su cuerpo no tembló, pero se abrió. Como si el placer ya no necesitara sacudidas, solo espacio. Yo no sabía si aún estaba dentro o si era parte de ella. No sabía si mi pene tocaba su clítoris o si era el aire entre nosotros el que lo hacía. Sus sensaciones provocaron una cascada refleja en mí y volví a vaciarme.
Pero ella gemía. Y yo callaba. Y el mundo, por un instante, no tenía más geometría que la de nuestros cuerpos alineados.
Me tumbé a su lado como quien regresa de una batalla que no sabía que podía ganar. Mi cuerpo aún vibraba, no por el orgasmo, sino por la permanencia. Había eyaculado, sí, pero no me había ido. No me había apagado. Había seguido, como si el deseo hubiera sido más fuerte que la biología, más antiguo que el cuerpo.
Ella abrió las piernas con lentitud, como si el agotamiento le pesara en los músculos. Su respiración era irregular, como si cada bocanada de aire tuviera que abrirse paso entre los restos de sus gemidos. Su cuerpo, tan firme antes, ahora parecía deshecho, como si el placer la hubiera vaciado por dentro.
Yo la miraba sin tocarla. No por miedo, sino por reverencia. Había visto su rostro perderse en espasmos, sus manos aferrarse a las sábanas como si el mundo se hundiera bajo ella. Había sentido sus contracciones envolverme, no como una caricia, sino como una ola que arrastra. Y yo, pequeño, silencioso, había sido parte de eso.
Su voz llegó rota, apenas un susurro entre jadeos. “Abrázame.” No lo pidió con urgencia, sino con necesidad. Como si el contacto fuera la única forma de volver a sí misma. Me acerqué y la rodeé con el brazo, sintiendo el calor de su piel aún húmeda, aún temblorosa.
No dijo nada más. Durante minutos, solo respiró. Su pecho subía y bajaba como si cada movimiento fuera una reconstrucción. Yo no hablaba. No sabía qué decir. Solo pensaba en lo que había pasado. En cómo mi cuerpo, tan lleno de dudas, había encontrado en el suyo una respuesta. En cómo ella, tan segura, había guiado cada gesto sin palabras, como si supiera que el deseo no necesita instrucciones, solo dirección.
Y pensé que tal vez el amor —o algo parecido— no era una cuestión de tamaño, ni de experiencia, ni de ruido. Era esto. Este silencio compartido. Este temblor que aún nos unía, aunque ya no estuviéramos dentro. Este abrazo que no buscaba más, solo quedarse.
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